CARTA ABIERTA Nº 2 A ANDRÉS TRAPIELLO.


Buenos días, Andrés,


Espero que no resulte insolente el tuteo. Al fin y al cabo no nos conocemos y aunque percibo tu sensibilidad en tus poemas, no dejas de parecerme solemne, algo lejano. Así son las cosas de la poesía y del querer, que decía la copla.


Hoy, desde mi ventana urbana, veo las hojas de los árboles bailando con el empuje del viento, con la música de este otoño que parece nos va sumergiendo en su magia.


Acabo de terminar de leer tu poemario “Y”. Tengo que decirte que me ha vuelto a impresionar tu poesía, ahí, aferrada a la naturaleza, a los pájaros y a los árboles, a los vientos y a la tierra.


En ocasiones, la poesía la percibo en la forma de narrar un sentimiento, en la manera en que comienza un poema, en la historia que parece que nos cuenta, en su música, pero, sobre todo, en algunos finales de poema, en cuyos versos se descarga todo lo que el poeta quería decir.


Si eso que digo es una habilidad, en tu caso, tu oficio se desborda de capacidades y de imaginación. Afortunadamente para nosotros, tus lectores, nos atrapas con tus metáforas, con la nostalgia sin heridas, con la aceptación temprana de los avatares de la vida.


He leído varias veces tu primer poema del libro, “El camino de vuelta”, y no porque no lo entendiera, sino porque me ha hecho volar hasta mi infancia y hasta esos días en que hay que ponerse firme para encontrar el equilibrio y expresar deseos posibles, aunque no se cumplan.


También he sonreído para mí mismo cuando he leído en tu poema “Alquimista” ese momento de tensión que podía ser pero que nunca es lo que nos imaginamos, la aventura posible pero no vivida, la magia de las miradas que se cruzan y nunca se hablan, eso que nos hace pensar que todo es posible todavía.


En “Pájaros, versos”, después de seguir tu recorrido por la naturaleza, por los poemas, tonto de mí, no había visto, hasta el final del poema, que hablabas también de nosotros, de tus lectores, de nuestra distante, pero no tanto, relación. Me esperanza pensar que tengo que recordar que “el olvido no existe entre nosotros”.


Me maravilla cómo puedes ver tantas cosas en el abejorro, fuente de inspiración para ti, para hacer posible que, hablando de su susurro cuando te llega, puedas dirigirle estos versos:


“Y cuando tal consigue, que el silencio 

nos franquee la puerta para tratar del alma, 

él discreto se aparta sin dejar de existir.”


Parecía que tu poema “A propósito de Chang-Shou.Yu” iba a terminar sin pena ni gloria, pero he llegado al final y tres palabras encadenadas me han salvado: “todo silencio salva”. Me he preguntado si es posible hacer poesía sin silencio y ahí, en silencio, he pasado un rato, haciendo poesía con mi mente, sin escribirla, por supuesto, ahí no llego. Gracias.


Con la amapola has construido una canción de amor, en el encuentro con ella, en las miradas que  os han hecho conversar, en el adiós, en la brevedad de su vida, como la nuestra, en el reconocimiento de la finitud y de la eternidad:


“Así de breve es todo.

Pero en lo breve, es cierto, 

ninguna eternidad ha sido tanto.”


Nadie puede negar que el silencio habite, como un mago, entre las palabras de tus versos, en la entraña de tus poemas. Sólo basta con leer tu poema “Un día completo”.


En medio de otras estrofas, esas parejas de versos en los que sin salir de tu silencio dices todo sobre tu estado de ánimo. No me extraña que afirmes que ni romper pudiste tu silencio.


Van pasando los poema ante mi mirada y siento que el silencio los habita.


Me ha encantado tu poema “La vida en las viñas”. Esa llegada a la casa, los preparativos para que despertara la vida en ellas y pudieras ponerte a escribir y finalizar el poema con ese canto a la vida, a tus dedicaciones y tus sentimientos:


“Si alguien me preguntara a qué me he dedicado 

estas últimas horas, 

le diría que a la filosofía, 

al fuego, al aire, al agua y a la tierra, 

todo lo que es real y da sentido 

a esta vida labrada entre papeles.”


Me he sentido no solamente identificado, también arropado y cómodo en la intimidad de tu poema “Voluntades”. Pensar en la muerte y en sus fastos hay que hacerlo excluyendo cosas y presencias.


El final de tu poema “La oropéndola”: “Nadie muere a poco que viviendo haya cantado.” me ha recordado, no he podido evitarlo, al final de ese poema de Joan Margarit en el que dice que “Si se ha podido amar, la muerte es otra”. Ambos diferentes aunque caminen juntos.


Leyendo algunos poemas, he llegado a pensar si desbrozar el sentido de una palabra no usada comúnmente, puede ser para ti fuente de inspiración para un poema. Me refiero a palabras como peplo, falena, lavajos, lígrimos.


Las ausencias retratadas en tu poema “Los cuatro” me han hecho pensar en los silencios que pueblan algunos momentos de mis días, cuando pienso en la ausencia de mis hijos, los que completan mis cuatro. Son penas tranquilas, en las que se pone de manifiesto la generosidad de todos los padres.


He repasado varias veces los versos de ese homenaje que haces a Seamus Heaney. ¿A quién no le gustaría morir así: 


“Murió de lo que tantos:

caminando de noche, se olvidó 

de amanecer un día.”


No he leído la poesía de Seamus, pero mantiene mis esperanzas el hecho de …


“Que la poesía a veces 

es dar nombre a las cosas, o quitárselo.”


Maravilloso, algo mágico, el diálogo tuyo con Dios a la vista del ciruelo en flor.


No puedo despedir esta carta sin decirte que, volviendo a pensar en la forma de irse, de salir de la vida, como decía Séneca, me siento identificado con los versos finales de tu poema “Junto a la puerta”:


“Si tuviera que irme de improviso 

porque así escrito está, 

me gustaría hacerlo como hacemos 

al salir de un concierto que ha empezado, 

sin distraer a nadie 

ni al acomodador pedir ayuda.”


Hay libros que dan para mucho, que merecen un sitio especial en la librería, el de los libros que hay que releer, en el de las letras que te hacen vivir un día y otro también.


Gracias, Andrés.


Pamplona, octubre de 2022.

Isidoro Parra.






Comentarios

  1. Ningún poema puede echar raíces; sino encuentra el terreno, de un alma en busca y espera.
    Gracias Isidoro, por acercar a la nuestra la belleza.

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    1. Gracias, Iñaki, por tus palabras que, en el fondo, no son sino otro poema. Todas las palabras que empleas y el orden de las mismas, hablan de belleza y de poesía, desde las jaras.

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