EJERCICIOS DE TALLER, V. UNA EVASIÓN TEMPORAL


UNA EVASIÓN TEMPORAL

La imaginación es la facultad de la que nacen la religión y la mitología.

Karen Armstrong (Breve historia del mito)



Era lunes y, como todos los inicios de semana, cuando dejaba el garaje de mi casa con mi coche, me incorporé al denso tráfico de las ocho y media de la mañana, mientras mi cabeza bullía intentando ordenar mi agenda y planificar la semana. Al mismo tiempo, mi mente daba vueltas a los problemas que habían quedado pendientes de solucionar de la semana anterior.


Con el despiste de los lunes a esa hora, me había pasado el semáforo en ámbar y, temeroso de las consecuencia de una infracción mayor, me detuve al otro lado del paso de cebra, sin continuar mi camino. Llovía y las gotas de agua empañaban el parabrisas, mientras el ruido del intenso tráfico invadía todo el espacio. Los conductores y los peatones solo tenían ojos para los semáforos y oídos para los teléfonos móviles.


Me sentía algo aturdido. No había dormido bien y sentía que me faltaba el café cargado de la mañana.


En ese momento, por la avenida principal que pasaba ante mí, cruzó una ambulancia con su sirena pidiendo paso y con sus luces que giraban y brillaban, atrayendo mi mirada.


No sé por qué, pero en ese momento, arranqué mi vehículo y me dispuse a seguir a la ambulancia aprovechando el hueco que dejaban todos los vehículos a su lado, al orillarse para dejarle paso. No era la dirección que debía tomar para llegar a mi trabajo, pero, a pesar de eso, la seguí. Me pegué a ella como si el ocupante de esa ambulancia fuera alguien cercano. Pensé que uno de mis hijos estaba siendo llevado, con esas prisas, a un centro hospitalario, en medio de una situación de extremado peligro.


Al llegar al centro hospitalario, aturdido por la misma angustia, estacioné mi vehículo justo detrás de la ambulancia. Abrí la puerta y corrí hacia la camilla en la que trasladaban a mi hijo.


Unos brazos me detuvieron y me apresaron. Me condujeron hacia el interior mientras yo llamaba a mi hijo, preso de un temblor en mi cuerpo que, supongo, me hacía parecer tan o más enfermo que el paciente.


Me condujeron a una sala y me hicieron varias preguntas, pidiéndome que me quitase la ropa. Me preguntaron por mi relación con el paciente de la ambulancia. Les dije que era mi hijo. Me preguntaron si convivía con él en el mismo domicilio. Les dije que sí. Me preguntaron si tenía dificultades para respirar con normalidad. Atrapado entre convulsiones y llanto, les respondí que sí con una inclinación de cabeza.


Me tumbaron en una camilla y un equipo de personas, cubiertos con mascarillas, batas y guantes, me condujeron por pasillos interminables hasta una sala amplia llena de camas ocupadas por personas entubadas. La sala estaba llena de personal rodeando camas y pacientes, corriendo de un lado a otro, mirando pantallas y marcadores y, en algunos casos, cubriendo el cuerpo de algún paciente con la sábana, ocultando hasta su cabeza.


Me empecé a asustar. No tenía la seguridad de que ese era el sitio en el que me correspondía estar.


Comencé a preguntar por mi hijo. A mi lado, oí un comentario que decía: “creo que empieza a delirar, según la ficha personal no tiene hijos” .


Empecé a preocuparme, algo me estaba pasando, me sentía atrapado, fuera de mi sitio, pero unas correas sujetaban mis brazos a la cama y no podía moverme. Creía oír sonidos metálicos, De pronto, me inyectaron algo que iba adormeciendo mis sentidos y, cuando ya estaba cayendo en ese letargo de la anestesia, pude apreciar que un equipo de sanitarios llegaban con una máquina y unos tubos que parecía iban a instalar en mi cuerpo.


Grité con todas mis fuerzas, venciendo el sopor en el que me estaba sumergiendo lo que me habían inyectado.


Comencé a escuchar otros sonidos, fuertes, apremiantes pero menos angustiosos. Sentí un golpe a mi lado y desperté, aturdido.


Un hombre golpeaba la ventanilla de mi coche y me gritaba que siguiera, que estaba obstaculizando el tráfico. Creo que me cayó algún insulto, pero sonreí, feliz de ser el causante de un pequeño atasco de tráfico.


 

Pamplona, octubre de 2020.

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