CARTA ABIERTA Nº 2 A RAMÓN ANDRÉS


Buenos días, Ramón.


Después de la re-lectura de tu poemario “Los árboles que nos quedan”, me acerqué a mi librería habitual para buscar algo de tu poesía anterior.


Mi librero, llamó mi atención sobre un libro tuyo (no de Lumen) que reúne poesía anterior y aforismos.


Me he sumergido en sus páginas y ayer acabé de leer tus poemas escritos entre 2013 y 2015, bajo el título “Siempre Génesis”.


Para empezar, podría detenerme en el título del poemario, dos palabras, siempre y génesis, que ya dicen mucho por sí sola cada una, conceptos de instantes, de grandes circunstancias, del tiempo lineal o circular, pero juntas, una tras otras, sugieren algo más. A mi me viene a la memoria el concepto circular del tiempo que tenían los griegos en la antigüedad, aquellos griegos que dejaron su huella y empezaron a pensar y escribir sobre la vida, sobre el ser, los que crearon los grandes misterios sobre los que todavía damos vueltas.


No voy a asegurar nada, pero sí te voy a transmitir lo que me queda, alejado ya unos metros de tu libro, de la lectura que he hecho.


Tengo presentes tus paseos por las montañas de esta tierra nuestra, el idioma que nos diferencia, los significados de algunas palabras en esa lengua, tu vida en esas tierras bataneas, la historia, el arte, la música, toda la belleza que no apaga su eco en nosotros, y la vida, Ramón, la vida que os atraviesa, que no nos deja alejarnos de lo que hemos sido, que no nos permite decir adiós a los que nos dejaron o que nos regala su recuerdo perenne.


No haré, en las siguientes líneas, muchos comentarios a los poemas que recuerdan a personajes de la historia, aunque escuche con asiduidad a Bach o haya contemplado “El grito” y los helados paisajes del norte de Europa, aunque me haya quedado hipnotizado por Van Der Weyden. Creo que ya te he dicho que no acabo de abrazarme a los poemas que hablan de otros, aunque hayan sido ejemplo de creación; me quedo con lo que parpadearon lo próximo.


De eso hablaré un poco en esta carta.


¿Quién no se ha quedado extasiado o se ha sentido arropado por los álamos que bordean una carretera?, pero quién lo ha visto y escrito como el camino que puede conducir al cielo, cielo que, al fin y al cabo, no es más que una ruta de misterio, una búsqueda de lo eterno, lo inasible, lo inalcanzable pero irrenunciable.


Utilizas para el descendimiento la palabra vecindad que tanto significa en la vida de cada uno de nosotros, una palabra que de un carácter a una relación. En ocasiones, es indiferente si la relación es buena o mala, la proximidad, la cercanía, el contacto, han dejado su huella. Por eso, ¿qué mejor que hacer del cuerpo de Jesús nuestro vecino?. A veces, pienso que me gustaría sentirlo así.


También me ha llamado la atención, en tu poema “Sísifo”, tu referencia a la insistencia como ser de la creación. Es cierto que para crear es necesaria la insistencia, la obcecación a veces, pero también siento que hace falta algo más, Ramón. A veces, es posible que también a tí te pase, insistimos pero no conseguimos crear.


En ese mismo poema, me ha hecho detenerme y sonreír levemente, esa referencia en la que asocias el olor “a habitación de los padres, a pañuelo tirado, a desinterés”. Has encadenado tres imágenes que son parte de muchas de nuestras vidas, cada una, por separado, tristes; juntas, una mapa de la vida, la realidad de lo cotidiano.


Tengo que detenerme a hablarte de tu poema “Rectas disjuntas” y a decirte cómo lo he leído, qué he visto en él. He visto la fugacidad del ser en esta vida, la insignificancia personal del momento, del ahora, la imposibilidad de ser el que uno es ahora y el que fue hace unos segundos y el que será pasados unos minutos; he podido imaginar el inicio como esencia, como pneuma y el final como significado, como fin, como paz; he vivido la ascensión, la llegada a la casa, me he imaginado el que fui, el que soy y el que podría ser, contemplándonos en la distancia, en la imposibilidad de ser uno, un espacio lleno de preguntas.


He podido admirar en estos poemas, la habilidad para re-crear imágenes habituales y hacer de ellas el mundo de un poema, como esa araña “que baja como un remordimiento, que no pesa”. Una vez leído, uno se sorprende de lo fácil que puede resultar pensarlo así, como tú lo dices. Esa es la virtud de la poesía y del poeta.


Dices en “Suceder”, que la ausencia interviene en la acción y así es, pero es bueno recordarlo. La ausencia, interpretada como el no estar presente, como el no hacer, que también es hacer, la cadena invisible de causas y consecuencias, de acción y reacción, de esa lucha silenciosa que va construyendo nuestra vida.


Leyendo la canción que incluyes en tu poema “El tejo”, uno puede acabar pensando en si en esa relación de tiempos y vida de diferentes seres existe un significado oculto, si los hechos son así por casualidad o se han ido construyendo con alguna finalidad. Bello, en cualquier caso.


Al leer “Pastizal”, he recordado el olor del humo de las antiguas cocinas, un humo que no era rechazado porque era fuego, comida, vida, era parte de lo importante en las vidas.


El vacío, condición necesaria para el movimiento y la vida, como pensaban algunos griegos, me ha recordado a la ausencia que también influye en nuestras vidas. Así lo he visto en tu poema “La crítica …”. Nuestras vidas están hechas de vacío, de ausencias, de silencios, del verde de los prados, de las sequedades de la angustia y la soledad, pero todo nos hace vivir.


En “Técnica”, he vuelto a encontrarme con los contrarios, tan esenciales, tan presentes en ese poema y en nuestras vidas, conceptos universales que nos atan, que, a pesar del nombre, no nos separan, sino que nos hacen vivir, crecer, amar, desamar.


A pesar de lo que he comentado en un párrafo anterior sobre los poemas que hablan de personajes del pasado, me he sentido cómodo pasando y volviendo a pasar por los versos de tu poema “Homenaje-elegía a T.S. Eliot”, tal vez porque hablas de la respiración, de la conciencia, de comienzos, de movimiento en el principio del ser, de un ser que no es para la muerte, que no es inicio, lo que supone que es eterno, de pensar en círculo, de tantos y tantos temas que provocan la reflexión, que agitan el pensamiento. Al final, no me acordaba, seguramente por ignorancia, de Eliot.


El final de tu poema “Joaldunak” también me ha hecho pensar en la “muerte de Dios” y en lo que ha supuesto de positivo y de negativo. Posiblemente éramos esclavos de la idea de Dios, coartados en nuestra libertad, pero tengo la sensación de que, búsqueda tras búsqueda, lo que nos hemos ido encontrando por el camino no nos ha hecho más libres, hemos cambiado de dioses.


Y, para acabar, quería detenerme en el final de tu poema “Decisión”, cuando dices “En el querer librarse no hay maestros”. Me has hecho pensar en que es así, Ramón, cada uno tiene su carga, como Sísifo, que le lleva a escapar sin seguir otra regla que su instinto propio y su carga de apropiaciones, pero bendita huída si nos permite volver a empezar o crearnos la ilusión de que lo hacemos.


Gracias, Ramón, por estas horas de soñar y pensar despierto.


Pamplona, marzo 2022.

Isidoro Parra.


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