CARTA ABIERTA Nº 7 A ANA BLANDIANA.


Buenos días, Ana, 


He navegado por las páginas de tu poemario “Octubre, noviembre, diciembre” que escribiste cuando todavía no habías cumplido los treinta años. He recorrido todos los mares y ensenadas y creo que el viaje ha sido provechoso.


No he entendido todos tus mensajes, pero hay tantos, tan profundos y tan bellos, que las aguas que he recorrido han dejado mi piel cubierta de todas las sales, las algas y los vientos.


Me ha parecido singular y amplio el uso que haces de la nieve como elemento vehicular de la mayor parte de los poemas de este libro. 


Tengo también que confesarte que este poemario me ha hecho pensar mucho en cómo pudiste escribir, a esa edad, algo tan bello, tan vasto y tan complejo, con metáforas e imágenes que encierran tanta vida y tanto amor.


Al principio, me ha costado un poco entrar, pero al cabo de pocos poemas, hubiera subrayado todos los versos.


“Eres tan alto y tan delgado”, frase por la que haces circular el resto de tus versos del poema “Cual luna que se desliza” trae a la mente la imagen de un amor que es querido y admirado por su físico y por todos los atributos que le otorgas, su poder sobre las aguas, las estrellas y los pájaros. Eres generosa para hablar de él y olvidarte de lo grande: de tu mirada y de tu amor.


Magia sería una de las palabras que más han venido a mi mente cuando he leído algunos poemas, como por ejemplo en “Acerca del país del que venimos”, y no tanto por lo que sucede sino por el escenario mágico que arropa de árboles y estrellas luminosas, lo que acontece en el poema, los recorridos de tu amado. Lo mismo me ha pasado con tu poema “No has olvidado el lenguaje de las plantas”.


No me extraña que no recuerdes más que lo que te sucede en el instante en el que él llega, en lo que revuelve tus entrañas. Te son suficientes tus ojos cerrados y el momento.


“Claro de muerte”, silencio de luz, silencio que fluye, luz santa, luz de lágrimas, sucesión de imágenes, impregnadas de magia y de luz, versos para detenerse y echar la mente a volar, sin que sea necesario forzar la imaginación.


¡Que fuerza y que ligazón de sentimientos y actitudes entre tu, él, los que se postran y los que no!

 

Al leer tu poema “Tengo el derecho” me has hecho pensar en que es posible que tengas ese y otros derechos pero, hablando de los que nos precedieron, de los que ya no están, de qué serviría cerrar puertas y cadenas, si no podemos evitar que sean, que formen parte de nuestro ser.


Me maravilla que seas capaz de realizar ese recorrido que llevas a cabo con los ángeles en el poema “Columpio”, mucha semilla y mucho fruto.


Déjame que transcriba esos versos finales, tan bellos, de tu poema “Del agua salían cuerpos blancos de álamos”:


“Avanzábamos descalzos y límpidos, 

Sentía 

Mis dedos dormidos en tu mano,

Había tanto amor sobre las aguas

Que no podíamos hundirnos,

Había tanta calma que el tiempo 

No se atrevía a contar ningún segundo,

El cielo no pronunciaba nube alguna,

El agua no dibujaba ninguna onda,

Sólo de las plantas desnudas

Surgía un leve sonido que pisaba

Sobre luz de luna.”


Potencia al máximo volumen, al final de tu poema “Mientras hablo” y confirmación de la fuerza de un sentimiento:


“No tienes piedad,

No te veo ni te escucho

Mientas hablo contigo, 

Eres.”


Creo que no irrumpo en territorios sin respeto si te contradigo en ese final: “Solo tengo que esperar/a que pase la vida…”. Creo que no te has limitado a ver pasar la vida y esperar, la has llenado de la fuerza de tus poemas, has inventado un mundo que quedará para todos.


En tu poema “Al encenderse la luz dentro de mi”, me he parado a gozar con cada pareja de versos que encierran un mensaje. Cada verso, con su compañero, es una historia para releer, para pensar en ti, en el amor, en la vida:


“Nada de lo que escondo vive 

Más allá de mis fronteras. 

¿No se romperá nunca, nunca

El equilibrio perfecto

Que duerme entre el mundo

Y mi alma?

../…”


Fuego y oscuridad, soledad para ver y ser, en tu poema “Enséñame a arder oscuramente”.


¿Son tan importantes los lugares en los que habitar, Ana? ¿O te refieres a otros lugares que no son los geográficos? ¿Acaso los del alma, los de la ira o los del amor?


He leído tu poema “Tú no ves nunca las mariposas” y he hecho contigo un recorrido por el cosmos y he sentido la belleza de cada verso, el fulgor del rechazo y del abandono en medio del caos.


Me pregunto cuánto hay de aviso, cuánto de reproche y cuánto de belleza que todo lo inunda en tu poema “Si no quieres volver más”. También hay amor y mucha intensidad. Me asombras, Ana.


También me he quedado atado a tu capacidad de observar la mirada de los árboles, su sentir y el tuyo, cercanos, unidos por el deseo de ir a mas.


He leído muchos poemas en este libro en los que el amor cobra una intensidad inusual, diferente. Es el caso, entre otros, del poema “En mí es alto y oscuro”.


Vastedad de lo no conocido y, tal vez, de lo no conocible, a lo largo y a lo hondo de tu poema “Me enseñaron”.


Una escena original, la que has pintado en tu poema “Pareja”. Las posiciones, la cercanía, la intensidad ciega, terrible unión, bella, pero sufriente si (condicional necesario) la separación acontece.


Mas soledad que la que podemos sentir en medio del desierto, más seca; más soledad que la que podemos vivir en las nevadas llanuras siberianas, más fría, toda la soledad del abandono, hiriente, en tu poema “Sin ti”.


¿Qué te pasaba, Ana, cuando escribiste ese poema tan dramático?. Me refiero a “¿Por qué no volvería por entre los árboles? Un drama seco, sin concesiones, de los sentidos del vivir, del alma:


“Oh, mar,

Mi cuerpo puede traer hijos al mundo,

Mi alma nunca.”


He leído tu poema “Tú eres el sueño”, esa lucha con los árboles, sobre el frío tapiz de la nieve, y me ha parecido vivir una estrecha comunión entre el amor, la nieve y la muerte.


Creo que suavizas el tono, lo haces más dulce, en ese delicado recorrido por el mapa del amor que haces en tu poema “Quien de nosotros”.


Mucho desgarro, entre bosques y lagos, en el suelo de tu patria y del amor, en tu poema “Exilio”.


Y hasta aquí llega esta carta, Ana. Podría hablar de otros poemas, podría hacerlo con más profundidad de sentimientos en los poemas que ya he citado, pero creo que bastará con lo ya escrito para recordar mi admiración por tu obra y mantener vivo el deseo de volver a leerte.


Hasta pronto, Ana.


Pamplona, noviembre de 2021.

Isidoro Parra.


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