CARTA ABIERTA Nº 2 A JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO.


Buenas tardes, José.


Después de haberte perdido un poco el miedo, sólo un poco, tras escribirte mi atrevida primera carta, me ha dado por intentar leer tu obra poética y en prosa, desde tus primeras publicaciones.


Ya he leído tus novelas “Historia de un otoño” -un regalo de delicadeza y profundidad-, “El sambenito” y “La Salamandra”. Cuando acabe tus noveles y tu poesía, intentaré hincarle el ojo y mis pocas capacidades a tus ensayos y resto de tu prosa. 


He creído entender que la poesía es un género literario con el que conviviste a una edad adulta, lejos ya de las melancolías de juventud. Además, a finales de los ochenta y principios de los noventa ya habías acumulado un nivel de conocimientos que te dejaba abiertos todos los temas.


He comenzado por tu poemario “Tantas devastaciones” al que das comienzo con ese poema tan bello y profundo, “Eclesiastés”. En él aparecen las dudas y reflexiones sobre la finitud que sobre todos nosotros sobrevuelan. Por eso me ha parecido especialmente acertado acabarlo quitando importancia a que los que nos sobrevivan pisen nuestro césped.


A través de la naturaleza y sus moradores, animados e inanimados, nos vas mandando tus pensamientos y reflexiones, tus dudas sobre el tiempo, quitándole vanidad a lo superfluo.


Belleza y serenidad son lo respira tu poema “El nuevo día”. Qué importante me parece atesorar lo que no tiene valor, la belleza de la creación y la vida, lo gratuito, lo que se nos da.


Me ha supuesto un cierto consuelo pensar que hasta es posible que también la hierba, cuando crece, se sienta eterna. Entonces, la imbecilidad no solamente será patrimonio de los humanos.


Me pregunto, José, ¿por qué pedimos siempre más de lo que nos regala la propia vida, la naturaleza? ¿también nos dio Dios ese vano deseo?


En tu poema “La lechuza” planteas una duda que nos corroe en el devenir de cada día, tal vez porque, sobre todo, somos débiles e indecisos:


“¿Será la luz mentira 

y lo oscuro, verdad?” 


Me he quedado sonriendo de la belleza que desprende tu poema “Desayuno en el jardín”. No solamente me gustaría ser digno de esos momentos; previamente, me gustaría reconocerlos.


Espero sentir en mi frente, esas manos de mendiga, azules, grasientas, y esperar mi sanación.


En “Adolescencia” nos retratas a todos; no completamos el cuadro que dibujas, pero hay gestos, escenas, que nos llevan a repasar la nuestra, tan rara, tan añorada ahora.


Sabio consejo el que nos das en “El crujido”, pero me pregunto si tenemos alguna posibilidad de ser humildes. 


Ulises, Atlante, Hesíodo, Erasmo, Dante, El Doncel de Sigüenza, Melibea y una larga lista de personajes históricos, dan sentido a muchos de los poemas que siguen. Tengo que confesarte que leerlos y entenderlos me supone -a mí y a mi ignorancia- un esfuerzo que, a mi edad, prefiero reservarlo para otros menesteres.


A pesar de ello, es obvio que, como ya he dicho, tus conocimientos y tu cultura, al escribir estos poemas, hacen que lo hagas con precisión y sencillez. Te prometo volver a leerlos en otro momento.


Gracias por esta profusión de pájaros, afuera en el jardín, que dijo un poeta de tu generación, Jaime Gil de Biedma.

Hasta pronto, José.


Amillano, agosto de 2021.

Isidoro Parra.



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