CARTA ABIERTA Nº 4 A JOSÉ MATEOS.

Buenas tarde, José.


Hoy me enfrento al reto de hablarte sobre uno de los libros tuyos que más me ha gustado, que más recuerdo y, creo, al que más vuelvo: “Un año en la otra vida”.


Además, es el libro con el que te descubrí y empecé a conocerte un poco.


No sé si sabré decirte algo, pero me gustaría , en todo caso, no hacerlo de forma mecánica, siguiendo un orden paginal -perdón por esta falta de consideración con la RAE- que, por otra parte, parece que está escrito de forma cronológica a lo largo de un año, pero vete tú a saber cuanto de pensamientos recuperados, de miradas atrás, hay siempre en unas páginas escritas.


Al volver a leerlo estos días, me encuentro con temas sobre los que ya te he leído, temas que creo son cruciales en tu vida y que, como dices en el prólogo, forman parte de lo que amas y también de lo que ignoras.


A pesar de lo que puedan decirte otros, a mí tus pensamientos no me parecen tristes ni pesimistas, todo lo contrario. Muchos de ellos abren una ventana para que yo pueda ver otra luz diferente que ilumine mis dudas, dejándome, al final, con una esperanza en la media sonrisa que esbozo.


Inicias el libro confesando que hacía un año que no te ponías a escribir. Me he parado a pensar y, aunque desconozco las razones que te llevaron a ello, creo que la inactividad de la escritura nunca es estéril. Al final de ese período, el que sea, superadas o vencido por las circunstancias que te han llevado a ello, estoy convencido que tu cuerpo se ha encontrado con nuevas palabras, con imágenes diferentes, con preguntas que antes no te habías hecho.


Uno de los temas a los que acudes de forma recurrente es la muerte, aunque más que referirte a la muerte nos hablas sobre tu relación y tus conversaciones con los que ya se han ido, sobre cómo entiendes la forma en que siguen presentes en nuestras vidas, sobre lo que nos han dejado y también sobre aquello que todavía nos pueden dar para alumbrar nuestros días.


A este tema dedicas varias reflexiones. En la primera, te conviertes en un hombre de niebla, tal vez para poder ver todo lo que te rodea sin que te vean a ti.


En una de esas referencias a estos diálogos sorprendentes, dices que “No se trata de creer o no creer. Se trata de aceptar.” Es una forma sencilla y concreta, casi rotunda, de abrirnos la puerta para acceder a esos encuentros con los recordados, con los que fueron y siguen siendo queridos.


Creo que es bueno que alguien tan importante como tu maestro no olvidado se acerque a ti entre la niebla para recordarte el único camino: “el de la atención y la paciencia en soledad, el de la exigencia”.


Cuesta entender eso de que “poder morir, sin duda, es el mayor de los regalos”. Solo es posible entenderlo cuando te empapas de los recuerdos que te trae Luisa después de haberse ido.


Vuelves sobre el mismo tema cuando “el otro” te dice que están cerca, entrando y saliendo de un misterio a otro, que en un segundo están junto a nosotros. ¡Qué tranquilidad sentirlo así!


Después de leídas varias reflexiones sobre este tema, no es difícil entender “que la muerte no cierra nada”, sólo deja heridas tan abiertas como estaban o tan cerradas como las dejamos. Tres generaciones es el recorrido del recuerdo.


Con todo ello, no es de extrañar que creas “en los hilos invisibles que enlazan a vivos y muertos”. Yo también creo en lo invisible que nos une y en el poder de los objetos que nos dejaron para que enlacemos con su recuerdo.


Hablas de la prolongación de lo que somos en los que nos sobrevivirán. Así lo espero un poco, egoísta o vanidosamente. De momento, vivo muchos días colgado de lo que fueron los que me precedieron.


Me he quedado dando vueltas a las mismas palabras, como la aguja de un giradiscos sobre un surco rayado de un vinilo, al leer esa advertencia que te llega de lejos: si quieres alcanzar la eternidad no vivas en vano. Así lo he interpretado y así me cuadra.

 

En uno de tus diálogos eres receptor de una confidencia, de un secreto antes silenciado y ahora desvelado. Pienso que, para hablar de ciertos temas, directamente con la parte interesada o afectada, es más fácil hacerlo cuando ya se ha ido que cuando todavía no lo ha hecho. Tal vez sea algo cobarde, pero es real. Al menos a mí, me pasa.


Hablas también de tus paseos, en algunos de los cuales te encuentras con el misterio: pienso que siempre habita el misterio en lo que nos rodea, en ocasiones basta con detenerse y dejarse llevar por la mirada que siempre apunta, si la dejas ir, al corazón del misterio.


Como tú mismo dices en varios de tus pensamientos, el misterio puede venir de cualquier parte. Uno de los que más me ha gustado es la fragilidad de las hojas solitarias que resisten en la ramas de un álamo.


Incidiendo más sobre el misterio, con esa introducción de ser seres fronterizos, me ha gustado el final de ese pensamiento del diecinueve de octubre que, en mi opinión, refleja la forma que toma el misterio: “Quizás, más que el descubrimiento del gran misterio de todo, es un quedarse asombrado ante el misterio, sin saber del todo si tras ese misterio se oculta algo o nada.”


Me gustan tus miradas hacia los objetos que pueblan tus paredes o tus suelos, esa forma de hacerlos o recordarlos como parte de ti y de tu historia, como ese viejo edredón, para “que lo habitual resulte insólito”. Realmente, las cosas son puentes que se nos abren para llegar a otros momentos, del pasado o del futuro.


En varios pensamientos, hablas también de la poesía. Cuesta creérselo, pero me lo creo; no siempre lo siento, pero muchas veces lo siento; no sé si es así, pero así lo vivo: “Y la poesía, una manera de sentirse rico siendo muy pobre.”


Otro de los temas que afrontas son los membrillos, con alusión a esa aportación a la memoria de todos que nos ha dejado Victor Erice. El hecho de hayan entrado en tu casa de la mano de tu madre ya es un plus añadido. No lo necesitan, pero seguramente han llegado cargados de amor y han querido devolverte parte de ese amor trayéndote, joven, a tu madre.


Los contemplas y los paseas, te llenan con su luz, son el centro de unos días, bastantes, te sientes tan cerca que puedes sentir la belleza que desprenden en los primeros signos que te anuncian su muerte.


No dejes de mirarlos en su memento mori, ¡que no te los arrebate el aire!


No puedo dejar aquí esta carta, sin hacer referencia a otros temas como el de la desaparición de las librerías tradicionales. Dices en él que una visita a una librería puede curarte cualquier herida, cualquier cansancio. Yo, siempre que me siento un poco solo, acudo a una librería, afortunadamente, todavía queda algún librero con el que comentar un escritor, un libro, un tema literario o solamente charlar al cobijo de las estanterías llenas de libros.


Me parece un punto de apoyo para la esperanza el que no olvidemos lo que perdemos. Es una espera dulce volver a encontrarnos con ello.


Vanidad de vanidades es esperar que nos lean pero, por otra parte, ¿quién vive sin apoyarse en esos sesgos de vanidad?


Creo que luchar con Dios es luchar con uno mismo, aunque solamente sea porque es posible que Él sea una invención de nuestra necesidad de salvación. Tal vez eso explique la falta de cansancio a que haces referencia.


Al final de un pensamiento, dices: “Hoy el fracaso consiste en no poseer lo que la publicidad nos dice que debemos poseer”. Lo entiendo aunque me inclino más por pensar y vivir como un triunfo el no poseer lo que otras intenciones interesadas desean que posea.


Después de leer tu pensamiento sobre el hecho de un lector intentando escribir a un autor, he dudado en seguir o no con esta carta o las siguientes. Al final, en la lucha, ha vencido mi vanidad, a sabiendas de que es posible que nunca leas esta carta.


Al acabar la lectura, me he quedado con la sensación de que el libro habla de amor, sobre todo de amor, pero también habla de caminos y del caminar, de caminar mirando, viendo; y también lo hace de la belleza, siempre la belleza, a vueltas con ella a cada hora del día y de la noche. Para muestra, esa apreciación: “Allí donde pone su dedo la belleza siempre estamos en la eternidad”.


Creo que a esos escogidos libros que citas de Weil, Juan Ramón, Porchia o Bobin, yo voy a añadir este para releerlo, abrirlo por cualquier página y leer un pensamiento. Eso bastará para frenar mi paso, para reconciliarme con la vida.


Si tu dices que escribes a partir de una oscuridad, te lo acepto, pero en esa oscuridad hay luz, mucha luz.


Gracias, José, y hasta pronto.


Amillano, julio de 2021.

Isidoro Parra.






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