CARTA ABIERTA Nº 2 A LOUISE GLÜCK.


Buenos días, Louise,


He llegado a tu poesía como el navegante que no conoce los caminos ni las mareas. Por eso, tal vez, cuando llego a la costa, me encuentro extraño, algo perdido, a la vez que enamorado de la tierra que piso.


Por eso, hoy quiero hablarte, muy poco y quedo, sobre unos versos de un poema tuyo alojado en tu poemario “Noche fiel y virtuosa”.


Me refiero al poema “La espada en la piedra”.


A mitad de recorrido del poema, me he encontrado con estos versos:


“O, más probablemente, así debió de mirarme mi hermano… 

quizás el silencio entre nosotros prefiguraba 

este silencio, en el que todo lo que se queda sin decir 

se comparte de algún modo. Parecía un misterio.”


Estos versos me han dejado clavado como un árbol en medio de un prado, expuesto a todas las preguntas, a los vientos, a la razonable duda de todas las certezas que vamos construyendo sobre el barro de nuestras vidas.


¡Qué palabra tan poderosa, Louise: Hermano!


Mi primera duda se queda anclada en el alcance de la propia palabra: ¿podemos llamar hermano a cualquier persona conocida, cercana? ¿Se expande tan ampliamente nuestra capacidad de amar? Me hago estas preguntas porque para mí, esa palabra viene cargada de significados, de sentimientos.


De hecho, sé que debería poder hacerlo, pero no me atrevo a llamar hermano a un amigo, por cercano que sea. Solamente puedo verlo como tal si lo pienso bajo el ropaje del lenguaje bíblico o solidario.


Creo que para mí, tiene un significado más hondo, me pertenece de una manera más rotunda. 


Pienso en la palabra y solo veo dos rostros, los de mis hermanos de sangre que han sobrevivido, al menos unos años, desde que puedo traer a mi mente los recuerdos de mi vida.


Poco a poco, sin darme cuenta, voy acotando el espacio de esta carta, voy reduciendo el círculo de las personas que me rodean hasta que se rompe y pierde su forma, hasta que solamente quedan dos personas que me sujetan, uno a cada lado: a mi derecha, mi hermana, siempre preocupada por cuidarme, deseando que todo me vaya bien en la vida; a mi izquierda, mi hermano, con esa sonrisa que se le escapa y esos ojos que le brillan, con el corazón que se le rompe de amor.


En la sombra, desdibujados, los perfiles de los hermanos que me precedieron y no vivían ya cuando yo aterricé en este mundo.


Dibujado el escenario y puestos en él a los personajes, vuelvo a tus versos para detenerme en las miradas, en el silencio que vaga entre los abrazos, en lo que se calla y en lo que se comparte.


Todavía tengo la suerte de compartir todo eso con mi hermana.


Por el contrario, hace tiempo que perdí los silencios de mi hermano, su flotar nervioso a mi alrededor cuando nos encontrábamos, aquél atropellarse con todo lo que quería decir y tal vez no sabía cómo hacerlo.


He pensado mucho, Louise, y estoy de acuerdo en que con mi hermana comparto y con mi hermano compartía los silencios tanto como las palabras.


En ocasiones, estamos más seguros de compartir lo que se silencia que lo que se dice y, aunque no sea exactamente así, el creerlo contribuye a crear la leyenda y la fuerza de algunos vínculos.


Gracias, Louise, por provocar que estos sentimientos acudan a mi piel y a mis recuerdos con tanta fuerza.


Hasta pronto,


Pamplona, noviembre de 2021.

Isidoro Parra. 


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