OTOÑO XVIII. Hortensia.


“Lo que vemos nos cambia.”

Christian Bobin (El hombre alegría: Soulages)



Miro esta flor y esta hoja y las veo como un ejemplo de colorida resistencia, irradiando belleza por encima de la hiedra que acosa sus pies con sus tentáculos verdes y resistentes, aguantando los envites de las lluvias de este otoño, los primeros fríos, las primeras mañanas de escarcha y hielo.


No todos los días visito esta parte del jardín que ocupa un rincón contra el muro que sostiene la leñera. Cuando me empeñé en plantar hortensias en un clima tan poco propicio para ellas, un clima con demasiado sol y poca humedad, busqué el rincón más apartado, más sombrío, allí donde el sol llega pasado el mediodía, donde podía acumularse más frescor, en una zona poco transitada, uno de esos espacios a los que hay que ir. 


Cada año, las hortensias renacen, no siempre lozanas, no siempre abundantes, pero se mantienen, se resisten a abandonar el lugar. Tampoco es que las atienda mucho. Como no las veo con asiduidad, no les dedico apenas tiempo.


Por eso, unos años me sorprenden con una floración más  abundante y otros más escasa, unos años crecen esas bolas tan redondas y atractivas y otros casi ni aparecen.


Este año ha sido de floración escasa. Por eso me he extrañado más cuando esta mañana, al ir a recoger leña para llenar la chimenea, me ha sorprendido esa llamada de ese color fuerte, casi agresivo, de esa flor que aún perdura y de esa hoja que se resiste a caer y que dibuja un mandala de mil colores y matices en la estampa que me ofrece.


Nunca las había visto tan bellas como ahora, nunca había sentido una llamada más fuerte de su parte. Por eso, la leña ha tenido que esperar en la cesta hasta que mis ojos se han saciado de su color y su belleza, la belleza de un adiós más que real, más hermoso que cualquier promesa que no se vaya a cumplir.


Pasados unos minutos retiro mi mirada intentando retener la imagen y cojo mi cesta cargada de leña, para soñar con esta hoja y esta hortensia al amor de las llamas.


Amillano, diciembre de 2018

Isidoro Parra.


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