CARTA ABIERTA Nº 1 A JOAN MARGARIT


Joan, hace tiempo que pensaba en escribirte. Siempre me ha gustado leer tus poemas. Creo que los he leído todos y, a veces, he releído algunos.


Sentí mucho tu marcha. Tuve la sensación de que todos perdíamos algo, pero esta semana ha llegado a mis manos tu último poemario, “Animal de bosque”.


De él quería hablarte y no puedo hacerlo de forma apresurada. Necesariamente, esta carta ha de ser extensa, tranquila, como tu poemario. ¡Tengo que transmitirte tantas sensaciones que he vivido al leer tus poemas!. Al mismo tiempo, titubeo por la falta de seguridad en si podré o no encontrar las palabras adecuadas, palabras directas que lleguen y se posen en los oídos, como lo hacen tus poemas.


Como siempre hago con los libros, especialmente los de poemas, al finalizar la lectura de éste, me he preguntado qué respondería si me preguntaran de qué va. Diría que es un libro de miradas. A través de los diferentes poemas, se puede seguir la dirección de tu mirada, la intensidad con que mira, las distancias que mide y acorta. Son miradas que buscan el pasado para proyectar tu vida en el presente y en lo que presientes te va a suceder.


Son miradas tranquilas que no juzgan, simplemente cuentan tu vida, un poco la de todos, porque tu lenguaje es sencillo, huyes del artificio, de lo impostado, tus palabras llegan a tu pasado para descansar, saciado, en el presente, con el reconocimiento de lo poco que somos y de lo mucho que tenemos.


Otra presencia en tus poemas, lógica en estos meses de tu vida, es la de la muerte. Está permanentemente presente, poniendo tiempo a tus palabras, haciéndote olvidar esperanzas para centrar tu mirada en el agradecimiento por lo que tienes, en los gozos y en las penas de lo vivido, en todo lo que ha construido lo que eres.


De esa forma, nos enseñas tu fortaleza para entender la llegada de la muerte, para mirarla también sin desafíos, pero sin darle más importancia de la que tiene.


Me da vergüenza decirlo, pero tengo que confesarte, Joan, que leyendo tus poemas, he tenido momentos en que he agradecido esa actitud tuya de mirar con paz esa presencia cercana que te ha llevado a crear esta belleza, a aprovechar la potencia de entender su compañía, su proximidad.


Hace falta mantener viva la memoria de lo que importa para recordar la mano enguantada de tu Raquel, al poco de conoceros, dentro de la tuya, y reconocer que, desde esos momentos, había comenzado a salvarte la vida, para llegar hasta hoy con ella, para poder decirle, sin darle importancia, que para tí, este año, está entre los que fueron los más felices de tu vida, y todo entre “Dos nevadas”.


¡Cuántos momentos tiene una vida para vivirlos en y desde la cocina, Joan! Miradas desde y por la ventana, las luces encendidas y los que pasan, el rayo de sol que entra para crear recuerdos, el bullicio de las voces de los hijos y su crecimiento, todas las conversaciones con todos los matices, incluso las palabras casi calladas de las noches, todo fuera de planificaciones interesadas, para concluir que “Incluso sin caminos, no nos hemos perdido!”


Tu mirada hacia la belleza de la pintura que te gustaba, para verla dentro de ti, como la ropa blanca doblada en el armario, me ha hecho pensar más en la ropa blanca que en la pintura; me ha hecho recordar el amor con el que las manos de mi madre y, después, las de mi “Raquel”, han guardado con delicadeza la ropa blanca, limpia y planchada, en los armarios. Lo pienso y creo que son movimientos de respeto, de amor, que se mantienen a lo largo del tiempo para que algún hombre sensible cree esos versos.


Creo que intentar hacer algún tributo a esas mujeres calladas que nos han acompañado a lo largo de nuestra vida es una obligación, conseguirlo es un arte. Diferentes formas de vivir los dolores y las penas. Leo y releo tu homenaje a ellas:


“Llega la hora de este canto afable 

y de encender una pequeña hoguera 

en un campo cubierto por la escarcha.

¿Cómo llamar ahora todo esto?

Bien está así: amor. ¿Cómo si no?

Tú y yo estamos más juntos cada vez, 

y así, juntos, nos vamos alejando.

Como ese tiritar de las estrellas.”


Pienso que la tristeza puede traer con ella muchos significados, algunos que se reflejan en los rostros, otros en las manos, otros en la quietud o en la intensidad de las palabras. También es posible, como dices, que la tristeza pueda aportar, poco a poco, si persiste, matices que solamente ella puede dar, pero me ha sorprendido tu apreciación hacia el amigo que, lejos de ser acusadora, lleva en ella toda la intensidad de tus afectos: “era la tristeza la que había hecho tan bondadosa tu mirada”.


Te imagino desvelado o imaginándote desvelado, contemplando de madrugada la película de los días ya apagados, la luna llena que no quiere dejarte, enviándote un mensaje, tu mirada hacia el reposo de Raquel, para llegar a ese final que todo lo resuelve:


“Si el único horizonte que tiene algún sentido 

de pronto pasa a ser la soledad, 

es que el futuro es hoy. Sois ella y tú.”


Leer tus poemas me ha traído la certeza de que podemos dirigir nuestras miradas desde todos los recuerdos hasta el presente, desde cualquier tiempo hacia el pasado, desde la tierra hasta los gestos del abuelo, para enviar, al final, mensajes de aceptación y reconocimiento:


“De la pobreza viene mi alegría.

A veces, en el amplio pero áspero 

paisaje de secano que es la edad que ahora tengo, 

los ojos de aquel niño siento que me preguntan,

sonrientes y confiados, si es que estamos llegando 

a ese lugar al cual siempre le dije que íbamos.”


Es impresionante la fuerza que tiene la poesía, siempre lo he pensado, pero no sé si puede decirse mejor que en tu poema “Claro y difícil”: 


“Siempre necesitamos 

poder abrir alguna puerta.

El poema es la llave que el lector 

lleva en sus ojos.”


Copiaría entero, con el deseo de que todo el mundo conociera tu poema “Seducciones, después de tanto tiempo”, pero opto por desvelar y no enseñar plenamente, elijo pensar en las lejanas estrellas, en la fuerza y el atrevimiento de la infidelidad, en la no menos rotunda ternura de nuestra senectud, en todo lo que nos lo ha puesto difícil en la vida, en los recuerdos forjados con silencios, en lo que regresa y en lo que no lo hace, en el dolor, en resumen; en el espacio y los colores donde arraigó lo más firme y leal de nuestro amor.


Me ha gustado mucho esa mirada nostálgica al “Pueblo perdido”, la bondadosa y calmada aceptación de lo que ya pasó y no volverá pero ha conseguido permanecer con fuerza en nuestros recuerdos. Me pregunto cuántos de nuestros hijos o nietos tendrán la oportunidad de recordar algún día, con una media sonrisa en los labios, los paisajes  de sus pueblos, desolados por el tiempo.


Pocos comentarios podrían hacerse que no estropeasen esos versos del poema que da título al libro, “Animal de bosque”:


“nada ennoblece como comprender.

Porque la poesía es, para quien la escribe, 

aprender a escribirse a sí mismo.

Y para quien la lee, aprender a leerse.”


Tu dimensión de persona y padre se expande cuando hablas de tu hija, con ese recuerdo permanente de lo que uno ama sin condiciones y me sorprende que del dolor, convertido ya en recuerdo, surja un verso tan sencillo y tan profundo: Porque hay un ímpetu de la debilidad.


He leído más convencimiento que severidad, mucha más acumulación de experiencias que sentencia buscada para la afirmación personal, en las últimas palabras de tu poema “Apunte sobre la verdad”: Ni Dios alguno podría borrar nunca la verdad.


Me pregunto si siempre ha sido para ti el silencio el seguro de tu supervivencia, me pregunto si es que ahora, que escribes estos versos, todo ha dejado de tener importancia, salvo tú mismo viajando a tu propia profundidad. Creo que ha sido importante para ti, porque insistes en la creencia de que siempre hay un agujero en el que los demás se olvidarán de ti, aunque sea pagando su precio con la soledad.


No somos iguales, pero somos parecidos, unos con más genio, como tú, otros con poco, como yo, pero cuando una sonrisa sutil asoma a mis labios, pienso más en las afinidades que en las diferencias. Algo así he sentido al leer el final de tu poema “Orfeo”:


“Solo la intimidad es un lugar real: 

es el refugio donde resistir.

No vuelvas a salir nunca de casa.”


En ese mundo de afinidades o de momentos comunes que todos vivimos algún momento en nuestras vidas, tan distantes y tan similares, creo que se producen movimientos de búsqueda, de reconocimientos que nos hacen sentir cosas similares, reconocer normalidad en lo que pensábamos era especial y uno acaba, si no ha perdido todos los equilibrios, buscando tranquilidad sin épica alguna. Y aceptación, mucha aceptación y humildad y serenidad y paz y generosidad hacen falta para escribir esos versos finales de “La calma del retorno”:


“Un cálido aire negro del ayer 

nos habla de nosotros:

Raquel, amaste a un solitario 

que ya ha llegado demasiado cerca 

del confín de sí mismo, donde empieza el misterio.

Es el final, Raquel: regresemos a casa.”


Se pueden desear muchas cosas para un acompañamiento personal, sincero, después de La despedida, pero irse con la sencillez de un campo verde oscuro de patatas cubierto por la niebla y acompañado de Schubert es algo más que suficiente, Joan. Espero que lo hayas conseguido y lo disfrutes.


Cuando hablamos de lo íntimo, siempre pensamos en el alma, como menos en el corazón, en lo que habita dentro de nosotros, pero me quedo con esa intimidad que describes como la última, el sutil recuerdo de unas manos llenando el vacío de unas manos solitarias que han perdido las que siempre le han acompañado, pero que recuerdan su calor, la intimidad que deja la piel junto a la piel. Por eso, dices:


“Mientras haya unas manos, estaremos los dos.

La última intimidad, no imaginada nunca.”


Presagio, certeza, anuncio, reconocimiento y aceptación, todo eso y mucho más, contenido todo y ajustado a lo real, en tu poema “Protecciones, consuelos”, los recuerdos que van haciéndose uno, el recuerdo como protección, la casa envuelta en la niebla, todo para llegar a ese refugio final, sólido, libre pero sin calidez, incluso siniestro, todo verdad: Los últimos consuelos: los más duros.


Te ha sorprendido la ternura a la vuelta de esa esquina que son los recuerdos de la vida. ¡Qué bien que lo que te haya sorprendido haya sido la ternura de los más cercanos!


A lo largo de todos los poemas, estás diciendo adiós a muchas cosas, en algunos momentos a tu Iliada de hierro y recurres a las gaviotas para que contemplen tu futuro:


“Nada ni nadie nos vigilará.

Se acerca la absoluta soledad,..”


He leído muchos pensamientos y opiniones y he escuchado a muchas personas hablar sobre la terapia del dolor y tengo que decirte que, no deseándolo, reconozco que, si uno es es capaz de superarlo, el dolor puede ser lugar de creación de un matiz nuevo del ser. Ahora entiendo, después de leer tu poema “Un precio”, que además de creativo, puede ser pilar y cimiento de lo que llegamos a ser:


“Los lugares en donde sustentamos 

nuestra vida son siempre los más duros.

Ahí es donde queda 

lo que tiene que ver con el amor.”


Si el silencio importa, como dices, estoy seguro de que podemos hacer de ese silencio un viaje al interior, a la soledad, pero también a la ternura, a la bondad, encontrar lo esencial en el silencio y la música de cámara.


He sonreído varias veces, al leer y releer tu poema “Amor y miedo”. He sido consciente de la importancia y significado de algunos pequeños detalles cotidianos, como el hecho de cerrar o no la puerta de tu casa al llegar la noche y, por ello, sonrío al leer los últimos versos del poema:


“El cimiento más firme y más profundo 

en el que sustentamos la alegría 

es la ignorancia. No saber cuál es 

este nuevo infortunio al que nos dirigimos.”


Hablando de gestos, pocos tan íntimos y tan permanentes en los recuerdos como ese contacto con los pies con la persona amada, entre las sabanas de tantas noches y tantas madrugadas.


“Y nada nos protege como el conocimiento”. Lo repites y lo voy entendiendo, lo hago mío, como el aire que me rodea, como la historia en la que me reconozco.


He leído con placer tu poema “Otoño en Elizondo”, he seguido tu mirada a las hayas rojas, te has quedado mirando al misterio que encierran, a esa paz que desprende la naturaleza que creemos eterna. No he podido evitar que mi mente volara hacia los hayedos que me son más próximos, los que salpican la tierra oscura y arenosa de Urbasa. Me habría gustado enseñártelos y que pudiéramos contemplarlos juntos, en silencio.


De ese plato de tu y de nuestra niñez en la que a la mayoría de nosotros nos enseñaron que no había que dejar nada, te has servido para mirar el dolor y la tranquilidad de la humildad:


“El dolor es sin fondo: ni ser víctima 

supone algún tipo de bondad.”


¡Cuántas miradas podríamos dejar caer sobre las casas de nuestras vidas, sobre la impronta que nos han dejado!. Recuerdo que al hacer las bodas de plata, mi hijo Xabier nos leyó un relato de su vida que discurría por los recuerdos de las casas en las que habíamos vivido. Yo no puedo dejar de pensar en la de mis padres, casi abatida, vendida como quién se quita un vendaje. Por eso, me he detenido en esos últimos versos:


“Cada uno es su casa. La que fue construyéndose.

Que, al final, se vacía.”


En muchos poemas, buscamos los versos que todo lo resumen en el final del poema. En este caso, en el de tu poema “Consuelos”, me quedo en los primeros versos:


“El de la soledad fue el más antiguo, 

el esfuerzo de un niño por convertirse en ella.

Pude así descubrir cuánta severidad 

precisaba, en su hondura, la alegría.”


Hablas de construir y/o de reparar, de curar las heridas o de hacer desaparecer para intentar construir de nuevo lo que ya no será lo mismo y estoy de acuerdo contigo en que reparar, reforzar, siempre es más difícil, aunque creo que merece la pena, aunque cosechemos nuevas grietas por la que respira el alma:


“No sabemos hacer más que avanzar, 

nuestro único alimento es la esperanza.

Este es el misterio de un fracaso.”


A lo largo de muchos poemas, en este recorrido que haces con la mirada tranquila, hablas sobre la nostalgia de varios pasados, parece que tratas de enterrar recuerdos, pero lo que en realidad estás haciendo es regalárnoslos, permitir que sigan viviendo.


A pesar de que lo titularas “La única lealtad”, creo que has hablado de otras muchas, pero también entiendo que, al confesar que nunca os faltó la lealtad, te refieras a la de cada uno hacia el dolor del otro.


Te respeto con una actitud reverente y también quiero entender que, en algunos momentos, te hayas mirado con gesto severo, buscando lo menos agradable de ti, pero, me cuesta verte como una rata. Solo vale como metáfora poética, grave y gris.


Grietas en el muro y recorrido de la hiedra por ellas, algo tan visible, te ha servido para afirmar que “Es una hiedra la existencia” y concluir diciendo: 


“Aquí es donde el amor, hasta hoy, ha perdurado, 

por más que esté su suerte 

tan ligada a la suerte de una ruina.”


Profunda y conmovedora indiferencia en esa afilada mirada al pasado general y a las razones de la existencia. Me gusta y me da esperanzas el que, tras presentir su presencia cercana, hayas establecido ese diálogo tan directo y razonable con la muerte.


“… Me libera la muerte: 

permite, indiferente, 

que me vaya acercando hasta alguna verdad.

Inexplicablemente, esto me ha emocionado.”


Volveré a leer varias veces tu poema “Inspiración”, intentaré seguir el curso de tu mirada tan amplia a tu vida, intentaré trasladarla a la mía, de tu pasado a mi pasado, del presente el que escribías estos versos a mi presente, de los deseos al yo que no podemos negarnos.


¿Y qué me dices de ese regalo que has dejado a esas personas queridas en el poema “Gratitud”?, con ese final rotundo, lleno de aceptaciones y gratitudes:


“Lo que sea la muerte no me importa.

No sé si es un acierto. Pero sé 

que no se trata de un error.”


Se respiran certezas en lo desconocido, en las fronteras del misterio, en las valoraciones y en las razones, en ese saber que pronto seremos olvido.


En “Bajo un cielo muy azul”, cada verso respira amor y ternura. Es el discurso de las cercanías, de las distancias cortas, las que perduran.


¡Qué forma tan serena de mirar a la muerte de frente!, de decirle que a pesar del frío que te ha traído, no vencerá la alegría que tu vida ha construido en ti:


“Hacia la luz los ojos y, por dentro, 

más honda cada día la negrura 

y a la vez, poderosa, la alegría.”


Tributo tras tributo es lo que vas dejando a lo largo de los años en el dolor de esa muerte tan odiada, de esa persona tan querida:


“Ya mi único deseo es la nobleza 

de no poder parar las lágrimas por ti.



Lucho para poder

decir que desconozco dónde estás.

Que no me rompa el corazón saber 

qué significa el que tú no estés.”


Complejidad que no necesita aclaraciones, ni entendimientos, es lo que nos brinda la vida, su pasado y su presente. Así lo he visto en tu poema “Sueño olvidado”.


Verdad, vida y muerte, todo bien amasado, sin confundir ningún material, ningún momento de la vida, todo ello y más en tu poema “Canción del patio”:


“Por primera vez, como una verdad, 

he sentido que estaba acabándose mi tiempo.”


Entre todas las miradas hacia el pasado que nos has regalado en este libro, miradas que nos sirven para echar la vista atrás al nuestro, sin desdeñar el dolor sufrido, me quedo con la de tu poema “El pasado, a veces tan difícil”:


“Tan solo no perdiendo de vista el dolor 

ni el paso indiferente, silencioso, del tiempo,

alcanzaremos una cierta paz.”


Creo que me estoy alargando demasiado, Joan, pero no puedo dejar de decirte que algunos de tus versos los he leído y se me han quedado pegados en la piel y en el cajón de mis recuerdos. Hay mucha verdad en ellos:


“Es cuando la vejez puede tener ventajas.

Podemos ser tan fuertes y claros como el muro, 

y no ignorar la muerte, porque eso 

es no comprender nada de la vida.”


No quiero llegar al epílogo, Joan, no quiero que esto se acabe, porque siento mías esas palabras o, al menos, las inciertas certezas que leo:


“lo incierto puede ser aún más profundo 

y hacer más compañía que la seguridad.”


Joan, te pido perdón por esta pesadez de llenar páginas con versos que son tuyos, versos que ya conoces. No he volcado todo lo que he sentido ni todos los versos con los que me he identificado, pero tu libro me ha dado energía, no podía parar.


Ya había leído antes todos tus poemas, al menos todo lo publicado, pero este es de cabecera, libro de almohada.


Allí donde estés, ten la certeza que también estás aquí, con todos nosotros. Por eso, gracias, muchas gracias.


Pamplona, junio de 2021.

Isidoro Parra.  













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