PRIMAVERA XXVI. Peine del viento.

“Y pese a que no sostuve duelo alguno con Zeus, creí poseer un fuego.”

(Carta de Joseph Wittlin a Joseph Roth, 26 de marzo de 1915)



Siempre que visito San Sebastián, me acerco paseando hasta el Peine del Viento solo para estar, para descansar en ese rincón y reencontrarme con los sonidos del mar y la belleza.


En ocasiones, el acierto de algunas personas consigue hacer coincidir en un punto de encuentro varias decisiones para dar forma a la belleza, para añadir un testimonio de modernidad a la inmensidad inigualable del mar, a su belleza salvaje. Y aquí, en este lugar, políticos, el mundo de la cultura y Chillida, lo han conseguido.


Cuando un espacio se consolida como un lugar de destino y no de paso, algo se ha hecho bien, se ha conseguido cambiar la fisonomía de una ciudad o de un paisaje.


Y para mí, este lugar es eso: un destino para reencontrarme con fuerzas que no percibo en mi vida cotidiana, la ingobernabilidad del mar y la resistencia de la roca, el hierro buscando su espacio, su razón de estar ahí, la espuma y el óxido, el viento que todo lo rompe.


Me gusta estar aquí en las horas tempranas del día, en las que todas esas sensaciones pueden estar acompañadas del silencio y el frescor de las madrugadas, intentando fundirme con el entorno como si fuera una escultura más de hierro y vaciar mi mente, dejarme acompañar por el sonido del agua contra la roca, por el esfuerzo del viento para respirar.


Desde mi posición en ese espacio contemplo la ciudad detrás mía y el horizonte del vasto mar delante. Siento que las esculturas de Chillida intentan atrapar algo de esa lejanía para conservarla cerca de la ciudad, pero mi pensamiento más personal me lleva siempre a intentar salir por ellas hacia el horizonte, en la búsqueda de todos los misterios que no entiendo, en la inmensidad de las aguas, en la soledad infinita del mar, en los orígenes y en el destino, en las preguntas no contestadas.


Cuando lo que me rodea es superior a lo que puedo asimilar, siempre me pregunto por mi distancia a Dios, por su existencia o por su ausencia.


Pamplona, junio de 2018

Isidoro Parra.





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