CARTA ABIERTA Nº 7 A CARLOS AGANZO.


Buenas tardes, Carlos,


Te escribo esta carta, al atardecer de este jueves, desde el porche de mi pequeño monasterio, en tierras de Navarra. A lo largo del día, he leído por segunda vez tu poemario “En la región de Nod”. En estos momentos, el sol que se va acostando, calienta mi rostro con sus rayos, al tiempo que baña con un manto de luz los campos de cereal y de colza, mientras por el horizonte que marca la sierra de Lóquiz con el cielo van entrando nubes que pueden traernos agua, ese elemento del que tanto hablas en tus poemas.


Creo que ya te había dicho que este es el primer libro tuyo que leí, el libro por el que supe de ti y de tu condición de poeta.


Como pasa siempre con los buenos libros, especialmente de poesía, la segunda o sucesivas lecturas te sumergen más en sus versos y sus palabras, te confirman su fuerza o te animan a no volver a él.


En este caso, he vuelto y, no sé cuando pero, volveré a leerlo.


El recuerdo que me quedaba de la primera lectura tenía más que ver con la fuerza de algunos poemas en los que hacías una referencia directa al personaje de Caín y a la tierra de Nod. Mas adelante los comentaré, pero en esta segunda lectura, me ha parecido que mi visión se ampliaba al mismo tiempo y velocidad que el contenido de tus poemas, o lo que yo he interpretado, se iba ampliando, abarcando diferentes épocas, territorios o paisajes humanos.


No creo que sea tu poemario más fácil, pero creo que, de los leídos hasta ahora, es el más profundo, posiblemente el más trabajado.


Como en tus otros libros, aquí también incluyes un “poema inicial” que, en este caso, me ha dejado el color de un lamento. Parece claro que Caín ya vive en el destierro, ya ha sufrido la extrañeza de la tierra que le vio nacer y crecer, la nostalgia de los paisajes del oeste, el deseo de volver. Parece un país de sombra en el que el único deseo es envejecer para ir en busca del calor del sol. Rotundo. Me pregunto si es sólo la voz de Caín la que habla.


La noche, muchas veces, es el reino de la desorientación. Es igual si estás dormido o si el insomnio se apodera de ti. Son horas de espera a la llegada del alba, como tú dice al final de tu poema, para ver qué nos trae el nuevo día:


“Hubo así que esperar a la alborada.”


El libro está sembrado de peticiones que suceden a los lamentos, sencillas peticiones y bellos lamentos. Creo que algunas demandas están basadas en hechos vividos o que pueden vivirse, lo que me pregunto si son fruto de una noche o pueden pasar a ser habituales como el agua que bebemos:


“Haz que rían mis ojos 

con la imagen perfecta 

de tu cuerpo tendido frente al alba 

de los perros sin amo.”


Un canto sin manchas, una estancia sonriente sin rincones en los que apunten las sombras me ha parecido el poema que dedicas a tu hija. ¡Ay, del amor de padres!.


Es corto y sencillo, pero preciso tu poema en el que evidencias los paisajes de la esperanza:


“Consuélate, por fin febrero es corto.

Ya no puede tardar la primavera.”


Qué fácilmente nos inunda la desesperación, la tristeza, las ganas de rendirse, de abandonar, de dejar de luchar. Por eso me parece tan importante que se escriban poema con finales como éste:


“Mírate en la alegría de su vuelo.

No renuncies aún.”


Bastante difícil lo tienen los mirlos para que no encontremos un apoyo en el camino, pero es bueno que alguien nos lo recuerde.


Contramuerte y contrasangre, dos vocablos desconocidos, inusuales, para empezar y terminar el relato de una lucha constante, de una entrega y de un punto de salvación.


Cuánta humanidad y valentía le pones a Caín como vestimenta, cuánta cercanía con su amada, cuánta aceptación pones en sus palabras, qué mejor espacio que el vientre de mujer para apaciguar las voces:


“Deja al fin que tu fuego 

se haga fuego en mis manos.

Que se duerman las voces en tu vientre.”


Me ha gustado la equiparación del erizo con el propio Caín, para arrancar esa explosión de rabia hacia lo que dices tiene mucho que ver con lo que siempre nos llega de las majestades y de algunas religiones, siempre ocultando el engaño:


“¡Y aún le dices al aire 

que le salvas la vida…!”


He leído ese final en el que dices:


“Tener es darle alas a la muerte 

para que nos despoje.”


Me ha hecho pensar en lo poco que tenemos y lo poco que vale lo que creemos poseer, aunque nos parezca lo contrario. Es una cuestión de dimensiones. También he pensado que tienes razón, pero me pregunto si ese pensamiento nos debe hacer sentirnos culpables. También me pregunto si la muerte no encontrará siempre algo de lo que despojarnos, aunque sea el último débil aliento.


Nunca mejor dicho eso de que los pobre sólo poseen el reino de los pobre y que resulta difícil que puedan sentirse bienaventurados por ello. Aún es más grave tu segunda bienaventuranza, la que dice que bienaventurados son los que sufren, pues otros gozarán de su sufrimiento. Hay palabras que son más hirientes cuando se les cambia un poco el sentido. Al final de ese poema, recibes a la muerte, la misma que ya has citado en otros poema. En este caso, creo que llega para hacerte salir de cualquier ensueño, para devolverte a la realidad:


“Al fin vino la muerte a desvelarte 

sus íntimas certezas: 

hacia abajo se crece 

más arraigado y firme que hacia arriba.”


Cuántas explicaciones nos damos para poder entender el significado y alcance de las palabras, cuantos adjetivos, qué importancia. A veces pienso que tan importante o más que una sola palabra son las que le acompañan, el conjunto y la forma en que están colocadas en el papel.


El amanecer, el alba, la alborada, la aurora, es igual la palabra que empleemos. Detrás de esas palabras hay una necesidad de alejarse de la finitud de la noche, de respirar un nuevo día, una nueva esperanza. Siempre son de agradecer estos versos:


“Y hay luz al otro lado 

de la noche que esconde el horizonte.”

Carlos, te he escrito sabiendo que no llegará respuesta alguna, pero no importa. Me ha gustado escribirte y establecer una conexión que tal vez sea más fuerte que si nos hubiéramos conocido, al menos será como yo me la imagino.


Gracias por tus poemas y los momentos que me han hecho vivir.


Pamplona, abril de 2021

Isidoro Parra.


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