CARTA ABIERTA Nº 3 A DANIEL ALDAYA.


Buenos días, Daniel.


Tengo que confesarte que me siento un tanto extraño, a pesar de haberte enviado ya dos cartas, al intentar hablarte sobre las impresiones que me ha causado la lectura de tu libro “Poema York”.


No ha sido fácil para mí la lectura de ese poemario.


Creo que Ramón Irigoyen tiene razón al decir, en el prólogo, que estamos ante un libro con ambición literaria.


Por una parte, me ha dado la impresión de que estabas levitando al escribir estos poemas y también antes, al pensar lo que querías escribir, al diseñar el viaje entre Roma y Nueva York, al imaginarte sus personajes y sus diálogos. En cierto sentido, no es solamente ambición lo que el libro respira, es altura, profundidad literaria.


No voy a decirte que el tema y la forma de afrontarlo hace más fácil la lectura. Este poemario, al menos en mi caso, se lee con más dificultad. Hay que buscar tu pensamiento del momento en el que escribes entre los testigos del pasado, en situaciones por ti no vividas y en esa mezcla entre la historia, los diálogos y las cartas imaginadas, al menos en la primera parte.


Mi falta de “saberes” me ha tenido perdido en algunos versos, en más de los que hubiera querido, sobre todo después de haber leído tu Inventario y sus SMS.


A pesar de ello, por no quedarme mudo para siempre, quiero compartir contigo algunos pensamientos o sensaciones sencillas que he extraído de tus versos.


En el primer poema del libro, en esas “Conversaciones con Rómulo Augústulo” dices que “la ignorancia nos eximirá de culpa”. ¿Estás seguro de ello, Daniel? Creo que en la vida que nos toca vivir no siempre es así, lo que suele ocurrir es que la ignorancia no solamente nos hace culpables sino también más indefensos. Por otra parte, estoy de acuerdo contigo en que “lo verdaderamente importante es la desnudez y el calor del prójimo”. Si no lo tuviéramos, al menos en algunos momentos, la vida sería un páramo pedregoso, lleno de espinas. Por último, en relación con este primer poema, debo decirte que el final del mismo, para mí, no es un final que cierre el mensaje, todo lo contrario, lo abre para darle vueltas a ese pensamiento final:


“Presiento las últimas luces, 

el temblor de saberme reflejado en vuestros miedos 

bajo el remanso de sangre y de siglos.

No temo nada. Hace tiempo que no sé de mí.”


En ese primer mensaje de Rómulo Augústulo a Orestes, de hijo a padre, insistes en la salvación que, en este caso, no ha servido para salvarlos. Mi mente se va a pensamientos antiguos de esa religiosidad mal comunicada en la que el dolor era la fuente de salvación. A pesar de ellos, creo que un poco de dolor, como contrario enfrentado al placer, no viene mal en ocasiones, pero un dolor que no facilita la salvación es, desde luego, un pozo oscuro y profundo. Así lo he leído.


En ese “Mensaje de Orestes a Rómulo.., “ insistes en la importancia de los contrarios, decir la verdad y no decirla, escuchar y no escuchar el llanto de los próximos, ponerse a favor o en contra de uno mismo. Me pregunto si todo es igual, si da lo mismo, si el hecho de que todo esté escrito nos condena, si tendremos la oportunidad de derrotarnos a nosotros mismos y volver a probar suerte.


Me pregunto también si nos perdemos al negarnos y necesitamos escribir lo que pensamos para volver a encontrarnos, como dices en tu mensaje de Rómulo a Orestes.


Antes del verso en el que Orestes le pide a su hijo que bese a su madre en salva dicha la parte, has dejado crecer unos versos interesantes cuando partiendo del hecho de que “en la cumbre hace frío y se está muy solo”, haces a Orestes confesar su ignorancia y le das la oportunidad de acercarse a su hijo con un consejo:


“Mi castigo es que no hay castigo.

Tardé toda la vida en no saber nada 

y aún estoy aprendiendo a ignorar el resto.


Que los dioses te protejan, 

tu suerte es saber que te estás equivocando, 

saber que eliges equivocarte.”


Algo insolente parece Odoacro en esas palabras que dirige a Orestes, a quien supongo despreciaba por débil o por vencible. Espadas afiladas parten del último verso: “Sólo a ti se te ocurre elegir a la loba”.


El concepto de derrota parece habitar, ocupando todo el espacio, en el mensaje de Orestes a Odoacro. No estoy seguro de que éste tuviera la suficiente humildad y equilibrio para percibir la sutileza y la hondura del pensamiento de que ”ganar no es nada”, de que “lo importante es aceptar la derrota”, que “el tiempo implacable es la única derrota”, que es posible “la dignidad del fracaso en tu última batalla”. Un discurso demasiado elevado para la vanidad de Odoacro.


Bellos versos y más reconocibles como un pensamiento atemporal los que incluyes en ese mensaje de Rómulo a Odoacro.


“Porque mi padre me ha enviado a buscarte y aquí estoy, 

dispuesto al abrazo, a perdonarte en su nombre.


../…


quiero salvarte, quiero salvarte, porque somos animales, 

porque somos animales capaces de emocionarnos, 

de sentir esto que siento, de decir esto que digo, 

porque no somos sólo animales.”


Me gusta ese punto de humanidad que Odoacro transmite a Rómulo desde la distante Nueva York, el reflejo de la soledad que siempre nos invade, más tarde o más pronto: “Llueve de cualquier forma sobre el Hudson.”


En ese mensaje de Rómulo a Odoacro, pones tu confianza -yo también- en la justicia de los hombre que, pasados los años, repara los tempranos mensajes de la historia.


Punto de esperanza, de salvación en soledad, en ese final de “La resurrección de las manos”, observando al traidor desde la soledad de la victoria vencida.


Leo todas las cartas que forman parte de la primera parte de este libro, pienso en las cartas que ahora estoy escribiendo a poemas y poetas, me acuerdo de algunas cartas recibidas y de otras enviadas, pero sobre todo de las no escritas y de las no recibidas y me pregunto si las cartas, al fin, son puentes contra el olvido.


Creo que la nostalgia es un estado de ánimo o un sentimiento que puebla, con mucha frecuencia, las páginas de poemas. En tu caso, la he percibido en esa a carta a Rómulo en la que le dices, a orillas del Hudson, que nada nos queda si no es la emoción. En la siguiente carta, me has hecho moverme por círculos de densas nieblas en los que jugamos a escondernos.



Paso a la segunda parte, “Parecidos en Mahattan” y en el primer poema, observo esa búsqueda de la que todos nos hacemos partícipes con nosotros mismos, esa búsqueda por la que navegan las vidas.


Desconcierto sentido, buscado, perseguido, imaginado, abierto, cerrado, concéntrico, de partida y llegada, esas son las sensaciones que discurren por tu poema “Cita última”.


Qué bonito oficio sería, en ese aniversario de septiembre o en cualquier otro momento en el que se te escapa la vida, dedicarse a “lavar el ama a mano” y “escurrir lágrimas en el tendedero”.


Todas las lluvias lavan, Daniel, con mayor o menor fuerza de arrastre, se llevan suciedades y aromas, empañan colores y luces, enfrían los sentidos y, en ocasiones, como dices, pueden emborronar las letras de cualquier poema, incluso el de tu vida. Lo entiendo.


No sé, Daniel, qué oficio ejerces en la vida cotidiana, pero en tu poema “Ejecutivo del año….” retratas con precisión los matices de lo que llegamos a llamar una profesión: la del yupismo más absurdo, más inhumano.


Me extrañaba no leer mensajes de soledad, de abandono, temas que sangran de la piel de todos los poetas (también de los que no lo son), pero en “Detrás del espejo” y en “Última función” se ventilan todas las soledades y los desamparos del abandono de uno mismo.


Uno de los poemas que me ha dejado mudo, pensativo y asombrado, ha sido ese recorrido de vida, de belleza, aceptación y serenidad que respira tu poema “Instante último”. Enhorabuena y gracias, Daniel.


No te creo, pero voy a simular también que no sabías nada de nada, pero si ese desconocimiento de todo te llevó a escribir poemas como “Si todo lo que sé ahora”, bienvenida sea la ignorancia.



Y hasta aquí ha llegado esta carta, Daniel, que espero sepas disculpar por el atrevimiento y por mi ignorancia.


No tengo noticias de otros poemarios tuyos publicados con posterioridad, salvo poemas sueltos en revistas.


Si te leo en un libro nuevo, me encantará hacerlo. Si no lo llego a ver, releeré estos tres libros tuyos que me han hecho escribir estas cartas.


Hasta pronto y gracias.



Pamplona, mayo de 2021

Isidoro Parra.

 







 


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