PRIMAVERA XXVII. Barcas varadas.

“Si amamos la vida lo suficiente, la muerte no puede nada.”

Christian Bobin (Las ruinas del cielo)


          Guetaria siempre ocupa un rincón en esa parte de mi memoria llena de recuerdos azules, claros.


Los veranos pasados en sus calles y en sus playas, cuando mis hijos estaban viniendo o recién llegados al mundo, están presentes en mi mente como una célula de mi ser en esta vida.


Hoy, paseando por sus calles y por la orilla del mar, me he topado con esta imagen de dos viejas barcas varadas en un recodo del puerto y no he podido hacer otra cosa que detenerme y contemplarlas.


Me pregunto si ese retiro en el que se hallan es temporal o definitivo; de hecho, me inspiran sentimientos más profundos si la retirada es para siempre, porque agradezco la oportunidad, no sé si la última, de empaparme de su belleza antes de su desaparición total.


Veo su posición, una volcada, como si fuera un tejado para albergar algo, para proteger lo que cobija o a sí misma; la otra como un cuenco, como unas manos pidiendo ayuda u ofreciéndose en un todo a los que pasamos y las vemos (el contraste entre ambas me recuerda a las reflexiones de Josep María Esquirol).


Veo sus colores desvaídos, azules, blancos, rojos, verdes, que seguramente obedecían a una idea, a un recuerdo familiar, a colores que significaban algo para sus dueños, colores que han ganado en belleza por el paso del tiempo y el castigo del salitre de las aguas, recibiendo todavía el azote de las lluvias en ese decorado con fondo de piedra antigua.


Estoy seguro que su presencia ahí no es ocasional, no es el reflejo de un desperdicio, sino un regalo de recuerdos y vivencias para ensanchar mi mirada, para recordarme la belleza de lo vivido, de los enseres cotidianos, de los restos del amor de algunas manos y de las ilusiones de algunos corazones, de la vida de alguien que era importante para los suyos.


Yo intento enviar mis pensamientos amables y un saludo a todo lo que encierran, lo que representan, pero siento, al mismo tiempo, que recibo de ellas mucho más de lo que yo pueda darles.


Me entrego al cuenco y me cobijo bajo el tejado.


Pamplona, junio de 2018

Isidoro Parra.


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