CARTA ABIERTA Nº 1 A JOSÉ MATEOS.

Buenas tardes, José.


A ti no puedo dirigirme como si no te conociera, aunque tampoco es que te conozca mucho, pero ya hemos intercambiado algún correo electrónico, te he escuchado recitar y responder preguntas en un Colegio Mayor, nos hemos dado la mano y hemos charlado un poco, te regalé un ejemplar de un libro desahogo que edité yo mismo y tu me regalaste un pequeño libro de pensamientos ilustrado por ti mismo. No es mucho, pero son los primeros metros de un camino que puede acabar antes de empezar o tener un recorrido, el suyo.


Hace ya unos meses, inicié la publicación en mi blog de una serie de cartas que he titulado, genéricamente como “Cartas perdidas a poemas y poetas”. La iniciativa surgió de la lectura profunda, una vez más, de un poema que siempre me ha gustado: “De senectute”, de Jaime Gil de Biedma.


A raíz de ese primer atrevimiento, de esa primera carta a Jaime, me pareció que este ejercicio me ayudaba a leer o releer la poesía de una manera más atenta, más profunda podría decir. Además, también me ayudaba a cuidar mi lenguaje que, ante diferentes poetas y diferentes poemas, también debía ser diferente.


A partir de ahí, a Jaime le han seguido Javier Aguirre, Jesús Aguado, Carlos Aganzo, Joan Margarit, José Saborit y otros poetas.


Mientras volvía a leer sus poemas o buscaba poemarios suyos que no había leído, pensaba en ti, José, y lo hacía porque recordaba los momentos en los que me había quedado colgado de alguno de tus poemas o de tus pensamientos. Tú lo sabes bien, porque estás en algunos de mis pensamientos sobre la belleza que se enriquecieron con tus frases. Durante estos meses, he estado pensando en retomar y releer tus libros, tus poemarios y tus reflexiones a modo de diario, de aforismos o de ensayos.


Antes de iniciar el empeño, he repasado tu bibliografía para ver qué me faltaba por leer porque yo te descubrí con “Un año en otra vida”, un libro de 2015. Cuando lo leí, di algunos pasos para buscar lo ya publicado y que estaba a mano y te fui siguiendo después intentando no perderme lo que aparecía de nuevo en las librerías, pero no había buscado con un mínimo espíritu de explorador todo lo que habías publicado. 


En estos momentos, he localizado varias cosas tuyas, aunque ya será imposible disponer de todo lo que has publicado.


Hoy, en una tarde de julio, machacado por las altas temperaturas y con el horizonte empañado por la calima, me dispongo a transmitirte algo de lo que he sentido al releer tus pensamientos reunidos en “Soliloquios y Divinanzas”.


Estoy en lo que yo llamo mi Monasterio de la Luna, cerca del parque de Urbasa, fuente de mi inspiración y de mi equilibrio.


Aunque el objetivo era escribir a “poemas”, en el caso de tus pensamientos, cuando los leo, siempre tengo la sensación de estar leyendo poesía. En cualquier caso, además, si el contenido de este libro no son poemas, tú si eres poeta y, para mí, eso debería bastar.


Aunque tú ya me conoces algo, tengo que recordarte que lo que escriba en mis cartas nunca será una crítica literaria ni estará soportado por conocimientos del estilo ni de la métrica. Solamente pretendo comunicarte lo que he sentido, citar aquello que me ha acariciado o herido más, compartir coincidencias o disentir en miradas, siempre con respeto.


Creo que es tu primer libro de prosa publicado. En el momento de su publicación, 1998, tenías treinta y cinco años, una edad algo corta para tanta profundidad sembrada en esos pensamientos. 


Creo que tus andaduras por esos caminos que has abarcado con tu mirada te han dado para mucho, José. ¡Qué misterio encierran los caminos que nos atraen tanto! Muchos han sido los viajeros ilustres, los que quisieron subir a las cumbres más altas con alguna intención callada, los que buscaron los espacios de la antigüedad en los que nacieron la poesía y los primeros conceptos de belleza, los que esperaban encontrar en largas jornadas a pie la respuesta a muchas preguntas. De algunos de ellos, nos han llegado testimonios que han marcado a generaciones posteriores. 


En tu caso, tengo la sensación de que, al caminar, lo hacías mirando el paisaje que cruzabas, pero también con una mirada a tu pasado, a tus experiencias, a tus tristezas y a tus esperanzas, reflexionando sobre los significados y las incertidumbres, buscando una ventana para respirar.


De ese ejercicio, mucho es lo que nos ofreces para meditar sobre nosotros mismos y nuestras experiencias.


Inicias el libro con un primer capítulo que titulaste “Camino”, en el que recuerdas a los filósofos y pienso que lo haces porque ellos no solamente nos abrieron caminos sino que nos invitaron a seguir abriendo nuevas sendas y han sido tan abundantes y profundas sus sentencias que invitan a pensar, como dices, en que no hay salida y que tal vez solamente nos queda intentar entrar más adentro.


Sufrimiento, dolor y amor pueblan algunas de las páginas que siguen. Me he quedado enganchado en tu pensamiento sobre una “tarde en el hospital”. Además de reconocer el paisaje que recreas en la habitación y las sensaciones que relatas, me he quedado pensado en la parte final del pensamiento: “todo el destino de un idioma: nombrar el amor, inquirir el misterio.”  


Hablas de la muerte y de las escenas que rodean los primeros pasos del duelo, los entierros, por ejemplo, y me ha gustado cuando ves claramente lo que es un hombre cuando llora, pero he creído entender la necesidad de esa acción: “Después de su entierro he llegado a casa y he puesto música para ver si consigo arrancarle a ese dolor su belleza.”


En ocasiones, si vemos belleza en el dolor, nos puede atrapar y dejarnos sumidos en una complacencia que nos encarcela. Así lo he sentido algunas veces y siempre intento escapar, con lo que sea necesario.


Sufrimiento y maldad. Me he detenido y también me ha parecido reconocerme, por activo o por pasivo, en esa lección de Esquilo que citas: “Con la maldad que hacemos ocurre lo mismo que con el grito que lanzamos entre montañas: que siempre vuelve.”


Parece que te despides del dolor con esa invitación a dejar las puertas abiertas, a no abandonar la casa, a aprender a convivir con él, a conversar y a intentar que se vaya aunque sea de aburrimiento, de no sentirse importante.


El pánico, el miedo, la cárcel, son temas que caminan por tus palabras en los siguientes pensamientos. Estoy de acuerdo en que la única forma de no sentirse y angustiarse como prisionero es aceptar que no puede hacer nada por salir de esa cárcel en la que habita. Por unas razones o por otras, la aceptación es siempre esencial: en el dolor, en la reclusión, en la vejez, en la tristeza, en la soledad, pero es difícil, José.


Me ha parecida curiosa esa reflexión sobre nuestra capacidad de identificar lo malo en los demás  precisamente porque participamos de las mismas actitudes.


Ya también me siento más sólo conforme estoy rodeado de más gente.


Me han gustado tus reflexiones sobre la política, sobre los políticos y la democracia y, sobre todo, esa forma de gobernar basada en la observación del partido opositor, todo vacío de iniciativas propias. En lugar de pensar en los demás, una vez que han ganado, olvidan a los que les han votado y su mirada solamente tiene una dirección: la oposición.


Para que no me `pase continuamente lo que dices, que solamente nos damos cuenta de la importancia de compartir cuando estamos solos, desde hace bastantes años, procuro compartir en presencia de los demás -no siempre lo consigo- y he descubierto que recibo más cuanto más doy y cuanto menos pienso en si me darán o no.


Te extiendes, a lo largo de varios pensamientos, en reflexiones sobre el amor. A mí también me pasa que me cuesta más aceptar que dar.


¡Qué difícil es saber lo que amamos en los que amamos, además de a ellos mismos!. Es uno de tus apuntes que más me ha hecho pensar.


El tiempo, entre otras muchas cosas, es una cadena que entrelaza tiempos pasados, presentes y un futuro que no podemos asegurar si estará con nosotros. Aunque no pensemos en el futuro, es cierto, como dices, que nuestros actos de hoy son el camino que puede abrir el futuro para nosotros, aunque lo dices mejor: “Solo lo que tendremos mañana nos descubrirá el valor de lo que tenemos hoy.”


Te lanzas por esos caminos a la búsqueda de o al encuentro con Dios, conversando con el misterio. Me he sentido identificado con el pensamiento sobre “el creyente descreído”. Pensando, observando y meditando en la naturaleza, en la belleza, también yo “puedo amar a Dios hasta pensando que Dios no existe.”


Hablando de “creencias”, no tengo claro que “estar muy seguro de la existencia de Dios suele ser el camino más corto para alejarse de Dios”.  Lo menciono porque, en sentido contrario, debería ser cierto que si te sientes alejado de Dios, ese debería ser el camino más corto para aceptar su existencia. Yo, aunque respetando el misterio, me siento alejado y no consigo acercarme.


Me ha gustado tu observación sobre el lugar “sagrado” en el que hacen sus nidos las cigüeñas.


Hablando de hacer camino, dices que el que lo hace es el lugar hacia el que camina el caminante. Es cierto, pero no olvidemos el lugar que ha dejado atrás, aquél del que parte. En ocasiones, puede ser tan importante como el destino.


Pasando al segundo capítulo, “El escritorio”, nos cuentas muchas cosas de eso que amamos, la poesía, los poemas y los poetas. Qué desolación tan bien descrita cuando nos recuerdas que “a un poeta se le pasa la vida preparándose para escribir ese poema que nunca se escribe”. Creo que para conseguir escribirlo, hay que dedicarle mucho tiempo a ese único poema y no escribir mucho más, como pasó con Juan Rulfo, Jaime Gil de Biedma o Alberto Méndez.


Poesía, música, arte, silencio, son tus temas de los siguiente pensamientos.


He pasado unos minutos dándole vueltas a tu reflexión “A orillas del gran silencio”: “Gracias al silencio existe la música. Gracias a aquello que nunca puedo expresar, puedo expresarme.”


Me ha parecido interesante esa reflexión sobre la posibilidad o la realidad de disfrutar sobre aquello que uno ha escrito.


También me ha parecido sutil esa apreciación sobre el abandono de los poemas. He releído varias veces esos párrafos y he pensado en ellos y me ha parecido que es cierto lo que dices.


Y así, página a página, he vuelto a disfrutar, a pensar y a valorar tu trabajo.


Bueno, José, antes de despedir esta carta, tengo que darte las gracias por los momentos que me has regalado en los que leyendo tus poemas o pensamientos, me has trabajado para ser un poco más atento, un poco más observador.


Espero que te encuentres bien, a D.G. o gracias al misterio o simplemente gracias a ti mismo.


Hasta pronto.


Isidoro Parra.

Amillano, julio de 2021.



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