PRIMAVERA XXXV. Hayucos.

“El pan y la belleza son dos reinos comparables, dos alimentos indispensables en la vida eterna de cada día.”

Christian Bobin (Las ruinas del cielo)


No quiero despedirme de esta primavera en otro lugar que no sea Urbasa, con los hayedos y, de forma especial, con sus hojas y sus frutos, los hayucos.


Y lo hago en esta mañana que estamos creando algo nuestro, recuperando un tiempo y un espacio. María Jesús, Feli, José Luís y yo, amigos que en nuestra juventud ya pisábamos con más ilusión y alegría que reconocimiento estos hayedos y que hoy estamos encontrándonos con esos años de luz, somos testigos de la grandeza de la naturaleza.


En esos años más jóvenes, en los que tengo que reconocer que hacía muchas cosas pero pensaba poco, los hayucos siempre me habían parecido un desperdicio, una mancha marrón, seca, en medio del esplendor de las hojas de las hayas.


Y si los veía en el suelo, los pisaba sin que ningún pensamiento cruzara mi mente.


Hoy lo veo todo de otra forma, hoy soy capaz de admirar el conjunto de hojas y hayucos, en una armonía sutil y necesaria. Hoy reconozco el valor de las semillas que protegen, el contraste de su aspereza, su valor.


Y en el paseo de hoy, me he dedicado a observarlos en los árboles, engarzados entre las hojas como un signo de muerte que transporta la vida, como el cuenco que ofrece su espacio para guardar la vida futura y, por qué no, como el contrapunto de color que embellece las ramas.


Los he buscado, los he tocado, los he mirado y me he encontrado con ellos, con su significado y su importancia, con algo de su ser. 


He observado el espacio que les dejan las hojas, su armonía con ellas y me han dado momentos de felicidad, de reconocimiento.


¡Ay, la belleza!, tan presente y ofrecida para el que ve y tan oculta para el que ni siquiera mira.


¿Cómo no entender la belleza como elemento de salvación, de crecimiento interior?


Amillano, junio de 2018.

Isidoro Parra.


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