CARTA ABIERTA Nº 9 A CARLOS AGANZO.

Buenos y lluviosos días de primavera, Carlos.


Creo que esta será mi última carta para ti, salvo que encuentre en alguna librería perdida o en alguna biblioteca pública “Caídos ángeles”.


Con la lectura de “Jardín con biblioteca” acabo mi ciclo de lectura de tu poesía.


El título es más que sugerente. Me identifico con él por varias razones. En mi casa de Pamplona, en un sexto piso, mi biblioteca se vuelca sobre un ventanal que se abre sobre un parque japonés, amplio y ya con cuerpo. En mis estancias en esta habitación, alterno la mirada no siempre todo lo atenta que el libro requiere con la mirada siempre atenta al parque. En mi monasterio de Amillano, mi biblioteca se traslada sola de la estancia interior con amplios ventanales a la naturaleza al porche en el que, mientras leo, oigo las conversaciones de los pájaros y respiro la hierba y las flores. Para finalizar, una biblioteca, llena de algunos libros, y un jardín es lo único que necesito para vivir, aunque si puedo acompañarlos de un buen vino todavía mejora esa vida.


Parece que con este libro das por terminada una trilogía en la que has querido poner tu mirada en la pérdida de valores de nuestra sociedad y, como punto de referencia, has comparado nuestro modo de vida actual con el de las épocas clásicas. 


Tengo que decirte que la lectura de algunos poemas tuyos de otros libros y algunas de las historias que relatas en éste, me han recordado lecturas de García Gual, de Vallejo, de Gil Vera y de Olalla. Un buen grupo de amadores de Grecia y Roma.


Mientras te escribo esta carta, he colgado del aire de esta casa la música de Vivaldi en “Catone in  Utica”, así que mientras Julio César, Catone, Marzia, Emilia, Arbace y Fulvio dialogan con ardor, yo intento expresarte lo que he sentido al leer tus poemas.


Observo que en este libro has prescindido de la etiqueta de “Poema inicial” para entrar directamente al numeral.


El primer poema te coloca en la posición del guerrero preparado para la lucha, alerta a estos tiempos que vivimos. Creo que la mínima forma de vivir estos tiempos es la de estar alerta, no bajar la guardia, emitir al menos la opinión de la rabia y el desacuerdo. Me ha parecido ver rebeldía en la segunda estrofa del poema, entrega y esfuerzo colectivo en la tercera y, en la última, si no te dejan luchar, voluntad de ser testigo de los hechos, cantar y no caer en el silencio.


En el poema II percibo abandono en un refugio en el que el amor, la amistad y los placeres de sus pobladores son regados con abundante vino, pero sin olvidar que son testigos de su tiempo y, por ello, dejan escrito su testimonio mientras: “… esperan dulcemente/el abrazo perpetuo de la noche.”


He leído tu poema III y me he detenido en esta estrofa:


“Si has perdido la fe, si no confías 

ya más en la clemencia de los dioses, 

¿cómo esperas librarte 

de la noche, el dolor y el desengaño?.”


En relación con estos versos, siempre he confiado más en mis propias decisiones, incluso en las equivocadas, como artífices de sus consecuencias, del discurrir de mi vida, haciendo oídos sordos a la existencia de los dioses. Podría decirte que pensar en un dios salvador me ha parecido una actitud débil, egoísta incluso. Ahora, a mis años, el tiempo ha pasado, he recorrido un camino y mis sienes apuntan al blanco. Sigo sin confiar en los dioses y ello me lleva a no librarme de la noche, ni del dolor, ni del desengaño.


Siempre alerta, con la eterna imposibilidad de derrotarla, amagando con nuestra casa, con la aurora de cada día, con los guiños de la naturaleza, con los cuidados y la vigilancia de nuestros vicios, para solamente sobrevivirnos por un tiempo, como dices en tu poema “Estás ahí, .."  


A veces, en medio de la sucesión de derrotas que supone la vida, existen espacios para la sonrisa y la poesía, como lo vivieron muchas sobrevivientes rusas de los gulags. Siempre existen anclajes para quedarse agarrado a instantes de esperanza, como los que describes en tu poema “Desde el alcor…”:


“Y la noche se hizo 

de oraciones profundas 

y estrellas encendidas de misterio.”


En mi boca se ha dibujado una sonrisa al leer tu poema “Creyendo… “. Ya me gustaría que todas las maniobras de nuestros enemigos fracasaran como esa ruptura de poemas. Tal como lo cuentas, su lectura me ha permitido creer que hay poesía en las rupturas.


Tal vez, sin ser conscientes, nos esté pasando como a Virgilio cuando volaba sobre el lago del Averno, reímos, cantamos, cuidamos los jardines, hablamos del amor y de la muerte compartiendo la comida y los licores, sin hacer nada para preservar nuestro presente:


“Nada se hizo, paloma, 

para poder durar eternamente.”


Devastación y desamparo en las líneas de tu poema “Escribir así, …”. El horizonte siempre es una puerta, un punto de fuga, una incógnita, todo y nada. Tú lo dibujas bien: “La turbia claridad del horizonte.”.


Tu despedida, en el último poema, a tu maestro y gran amigo, a pesar de la tristeza, abre una puerta de esperanzas a las ramas de lino ardiendo, a la amistad, a los sentimientos de gratitud que solamente se generan cuando se ha querido con la gratuidad de la entrega sin egoísmos.


Aquí me despido, Carlos.


Miles de estrellas de gracias.



Pamplona, abril de 2021

Isidoro Parra.



 


Comentarios

Entradas populares