CARTA ABIERTA Nº. 2 A JOSÉ MATEOS.


Buenas tardes, José.


El verano va avanzando y yo, al menos, voy cumpliendo los planes que me había hecho para estos días largos, días de canícula y vientos fuertes que soplan barriendo el valle en el que asentamos, en su día, nuestro monasterio de silencios, música y compañía de amigos.


Estos días, he vuelto a leer tu poemario “Cantos de vida y vuelta”, publicado en 2013. No son muchos los años transcurridos desde entonces.


Tengo que decirte que la lectura de los poemas, en general, me ha resultado dura. Intento explicarme: su lectura me ha dejado triste, confundido y, en una parte inevitable de mí mismo, preguntón, curioso.


¿Qué tristezas te asolaban los días cuando escribías alguno de estos poemas? ¿Por qué profundidades oscuras viajaban tus esperanzas? ¿Por qué ese empeño en traer de nuevo a los que felizmente para ellos, ya nos habían dejado?. Después de leer unos poemas como esos, uno desea saber algo más de la mano que ha guiado la pluma, sin curiosidad arrabalera, pero pensando en el dolor de las dudas.


Así he leído tu libro, leyendo de nuevo ese poema inicial, con ese desasosiego que sustenta la necesidad imperiosa de saber más aunque no se sepa qué se quiere saber.


Sigues con un poema a la tarde, a esa hora de luz tan indecisa, en la que muchos perfiles siguen presentes sin que acabe de llegar la noche. Me ha recordado a un tratado que leí hace unos meses escrito por Álvaro Galmés Cerezo, “La luz del sol”. Jamás se había pasado por mi mente que las continuas sucesiones de los segundos de cada día pudieran albergar tantos matices de luz.


Estoy de acuerdo contigo en que el rostro de cada uno de nosotros alcanza la mayor similitud con lo que somos cuando estamos en silencio.


En “Un dibujo de enero”, entre sus líneas, me he dejado llevar a varios inviernos pasados y en ese suceder silencioso de las horas frías he tomado nota muchas veces de mi medida y de mi tiempo, pero expresado como tu lo expresas, en este caso y a mí, me cubre con una capa de paz y equilibrio.


Si la contemplación y la meditación pueden, en algún momento, dar lugar al nacimiento de un poema tan bello, al menos para mí, como “Canción en voz baja”, habrá que tomarse en serio y dar mayor valor todavía a la mirada.


Las pérdidas, a lo largo de la vida de cada uno, dejan señales indelebles que nunca se borran.


Creo también, José, que el silencio es oración sin necesidad de pedirlo.


Demasiada muerte, José, y demasiada renuncia. Espero que la vida te haya dado otros momentos más gozosos, porque si la poesía es experiencial para ti, parece que en esos días, tenías un puñal afilado que te hacía sangrar palabras desesperadas.


Bello, en todo caso, José, bello y de varias lecturas, como todo lo que tiene contenido.


Un abrazo y hasta pronto.


Amillano, julio de 2021.

Isidoro Parra.


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