VERANO X. Corte maestro.

“Una montaña de troncos en el patio: las obras escogidas del bosque esperando ser clasificadas.”

Christian Bobin (Las puertas del cielo)


Cuando camino por el bosque, espero disfrutar de árboles vivos, árboles que buscan el cielo, la luz en su lento crecimiento, aunque es cierto que también me encuentro, en ocasiones, árboles que el viento ha derribado o que un rayo ha abierto en canal, desgajando sus ramas en un grito mudo, inicio de un camino de olvido.


Hoy, el encuentro ha sido diferente.


Al subir una loma, me he encontrado con un jardín de grandes hayas cercenadas por la sierra mecánica. Son troncos que no han podido ser cortados a mano, con el hacha. El hombre ha necesitado de la máquina para vencer a estos seres vivos, a estos elegidos.


Al principio, han venido a mi cabeza preguntas y más preguntas: ¿por qué éstos?, ¿para qué?, ¿de dónde? Son preguntas que nacen de la tristeza de verlos derribados, indefensos sobre la tierra.


La tristeza se agudiza cuando me acerco e intento seguir el curso de su vida en esa superficie de su corte, cuando los acaricio. Probablemente me habré abrazado a más de uno de ellos en otros paseos, percibiendo su energía, hoy mutilada.


Creo que hoy he navegado por mares de dudas con mi actitud de no querer aceptar lo evidente, para tratar de buscar el lado amable de esta visión.


A pesar de ello, desde ese yo egoísta, he comenzado a ver la belleza de sus formas, su rotundidad, el hecho de que hayan sido elegidos entre los mejores, la flor abierta que me ofrecen y que podría sustituir a cualquier escultura hecha por cualquier hombre.


Me quedo un rato contemplándolos, acariciándolos, porque sé que no los volveré a ver, pero me han esperado para guardarlos en mi recuerdo, en estas pocas y parcas palabras que no saben explicar su grandeza caída, entregada.


Silencio es su nombre, silencio y respeto…. belleza, ¿por qué no?


Amillano, agosto de 2018.

Isidoro Parra.


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