CARTA ABIERTA Nº 2 A LOLA MASCARELL.

Buenos días de este día ventoso y nublado del mes de julio.

Lola, ayer volví a leer una vez más tu poemario “Mientras la luz”. La experiencia de esta nueva lectura ha sido diferente a las anteriores. Creo que se ha debido a los ecos de la reciente lectura de tu “Mecánica del prodigio”.


Pienso que ha sido diferente porque me he sentido arrastrado por el contenido de tu primer libro, como quién se deja llevar por las aguas de un río en parte ya conocido.


Como si fueran piedra brillantes, bañadas por el agua fría, he visto señales que me recordaban a otros tramos del curso de la primera parte de este río, cuando era torrente. He acariciado hojas de arbustos de la misma especie, he contemplado árboles con parecido ramaje, pero no es menos cierto que he llegado a aguas más profundas, en las que la superficie brillante adquiría otra calma y las caídas eran también más bruscas, aparentemente más definitivas.


En varios momentos previos al poema en que le citas, he sentido vivir la “monotonía de lluvia tras los cristales” de nuestro Antonio Machado, he notado su presencia, algo de su herencia, pero tal vez me equivoque. A este respecto, creo que no te he dicho que no me siento experto, muy a mi pesar, en los aspectos técnicos de la escritura poética, ni en los estilos ni en las métricas, solamente pretendo transmitir los sentimientos que me generan la lectura de poemas.


He visto la luz, Lola, la que nos hace ver la realidad y las sombras, lo evidente y el sesgo de lo deseado, de lo no alcanzado, de lo vivido y lo malvivido, de todo eso que llena nuestras vidas y los poemas de este libro.


He visto la luz, Lola, la que ha pasado por delante, por detrás y a los lados de todas las personas que nos han amado o que hemos amado, la que sostuvo tristezas y la que empañó alegrías, la que encubrió miradas y ocultó intenciones, presencias en este libro.


He visto la luz, Lola, la que nos sorprende cada mañana, cuando alcanzamos a ver el sol o intuir sus efectos, la que se nos escapa cada noche, la sutil luz de la luna en las noches que nos obliga a esforzarnos para ver o nos sumerge en el abandono más plácido, luces y sombras sugerentes de este libro.


He visto la luz, Lola, la que llega de las afueras, la que acariciamos en nuestras alcobas más íntimas, la fría luz de la intemperie enfrentada a la encendida luz de la resistencia, la fragilidad de la luz, su misterio oculto en este libro.


Estoy seguro de que me equivoco en la percepción de alguna luz y se me quedan fuera otras muchas luces que no percibo, pero por ahí ha discurrido mi lectura.


Misterio y desconcierto son el recorrido de tu poema “destino” que interpela a la vida y grita buscando respuestas que sabe que no llegarán, recorrido por relámpagos de luz que sacuden las eternas preguntas.


Confrontación entre la ansiedad y la belleza de la quietud, entre el equilibrio y los deseos de cambiar el orden del mundo, de la vida, es lo que he leído en tu poema “detenerse” para, en pocos versos, alcanzar el equilibrio de la aceptación.


De la tristeza y el temor de la frialdad de las afueras, de la razonable duda de lo que nos espera tras el derrumbe de la última luz, a la esperanza de sanación por el hecho de haber amado tanto, todo un recorrido en tu poema “porvenir”.


En el primer poema en el que he sentido la sombra de Machado ha sido “pasar”. Me he identificado con la paz que se alcanza, aunque sea un equilibrio solo momentáneo y pasajero, cuando no pasa nada. Me pregunto si es una huída o una cobardía por mi parte cuando vivo esos momentos, pero los vivo y me gustan.


Me siento identificado con esa línea de pensamiento que hace mención al hecho de que la belleza de las cosas, de las plantas y de la propia vida se acrecientan por el hecho de su propia brevedad, de su fugacidad. Por eso, no puedo estar más de acuerdo con lo que expresas en tu poema “sábado”:


“que la vida en su gozo es aún más vida 

porque no es infinita”


¿Qué sería de cualquiera de nosotros si nos faltase la red de confianza que nos aporta lo que hemos entretejido a lo largo de nuestra vida?. Levedad, peligro permanente, necesidad de cuidar nuestras estancias, todo eso he visto en tu poema “extraña armonía”.


Todas las luces, con sus intensidades y matices, recorren los versos de tu poema “intensidad”, pero siempre deseamos o “necesitamos” lo que no tenemos a nuestra disposición; en este caso, 

“las palabras que nunca fueron dichas”.


En “mi casa para vosotros”, he recibido un aluvión de recuerdos de mi casa natal, me he detenido a pensar en la importancia de las casas que hemos habitado, en lo que han dejado en nosotros, en lo que somos gracias o a pesar de ellas. Nuestra historia personal es la de las casas que hemos habitado. Me has hecho pensar en la luz de cada una de ellas.


Gracias, Lola, por este recorrido en compañía de y mientras la luz.



Amillano, julio de 2021.

Isidoro Parra.

 


 

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