VERANO VIII. Ramas para la vida.


“No hay ninguna diferencia entre creer y vivir.”

Christian Bobin (Las ruinas del cielo)



De nuevo Urbasa y las hayas.


Hoy he acompañado a dos buenos amigos, José Luís y Cristina, a recorrer el camino llamado de las fuentes. Es un camino sencillo que discurre por prados protegidos por hayas enormes. Los espinos se hacen dueños de los claros entre el bosque, aunque soportan la voracidad del muérdago que los agota hasta la muerte. Las flechas de las señales nos indican el camino que se dirige a cada fuente, a cada sorpresa que nos brinda la naturaleza y la buena mano del hombre, fuentes que prestan su frescor a personas y animales, en medio de sombras creadas por las hayas que las rodean y las cubren. 


De esas fuentes bebemos un agua fresca, salida de las entrañas de la tierra.


La mañana, castigada por un sol implacable, nos alivia también con esas sombras que ese árbol nuestro, el haya, nos proporciona cuando el camino se esconde de la luz, bajo la tupida manta de la profusión de hojas que crecen desde sus ramas.


Al salir de un sendero angosto, entre ramas de espinos colonizadas por su amigo parásito, el bosque me presenta su regalo de hoy: un haya inmensa como un abanico imperial de gruesas ramas, entrelazadas por la hojas ya maduras que se disparan desde las ramas que han crecido a lo largo de los años. Mi primer pensamiento se va a la cola abierta de un pavo real, pero en este caso con más años y más firmeza en la tierra, sin el peligro de que pliegue sus plumas y desaparezca el encanto.


El sol que la incendia desde el cielo opuesto al sitio en que me encuentro, me ofrece su lado oscuro, un bordado entre la luz, las sombras y las hojas verdes que deja pasar destellos de la luz que intenta atravesarla.


Su volumen da testimonio de su larga vida, de su resistencia, de la sabiduría que acumula con tanta muerte aparente y tanta resurrección en su entorno. Sus ramas gruesas, numerosas, son una ofrenda de vida hacia el misterio, un cofre de promesas.


Su fuerza me silencia en mi pequeñez y me hace gigante en la esperanza.


Amillano, agosto de 2021.

Isidoro Parra.


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