CARTA ABIERTA Nº 5 A OLVIDO GARCÍA VALDÉS.


Buenas tardes, Olvido,


Ayer terminé de leer tu poemario “Confía en la gracia”. Le he cogido respeto. Me atrae y me asusta. Tengo la certeza de no haber llegado a él, ni tan siquiera me he acercado hasta acariciarlo. Ha sido mayor la inquietud y el desasosiego, la incomprensión, que el placer del reconocimiento. Creo que la aventura y el reto que representan tus páginas me han echado a un lado del camino, que me han expulsado sin haberme siquiera mirado. En mi estómago se ha quedado apresado un nudo que intento deshacer repasando algunas de tus páginas.


Además, cuando este libro ha caído en mis manos, no sabía de tu existencia ni de tu poesía, así soy de paleto y mal lector, pero sus primeras páginas y las primeras visitas a noticias biográficas tuyas, me han llevado a retroceder en el tiempo y buscar tus poemas primeros. En cartas anteriores, ya te he comentado mis impresiones por los poemas anteriores.


Mientras tanto, leo y releo algunos poemas de “Confía..”, pero los miro con cierta distancia. Con lo dicho hasta ahora, entenderás mis limitaciones para comprender un estilo, una escritura algo críptica, intencionadamente desordenada, pero llena de miradas y de poesía.


Me gustaría poder explicarme. Te voy a poner un ejemplo. Leo tus poemas y me faltan comas, puntos, signos de orientación, caminos que me lleven por el sendero de la comprensión. Pienso en ello y me veo como ese niño al que acaban de enseñar a leer y echo en falta todas las señales, al tiempo que el adulto que atestigua esa carencia piensa que si hay algún tipo de lenguaje que puede prescindir de cualquier signo de acotación es precisamente el de la poesía. No son los  primeros versos que leo sin puntuación, pero tengo que confesarte que me cuesta, me obliga a buscar los cortes, el principio y el final de un sentido. Ya me voy acostumbrando a que esa forma de escribir trae con ella, precisamente, que te deja más espacio para tu propia creación, para ver un mensaje y el contrario, para que la poesía vuele en libertad, pero me cuesta más.


Por eso, en esta carta, quiero hablarte de mis miedos en este acercamiento, de algunas sensaciones generales. Tu trayectoria como poeta me impone la prudencia de no abordar directamente las sensaciones que me producen tus poemas.


Necesito que mi cuerpo se acostumbre a tu palabra.


En el fondo, me pasa algo de lo que describes en el primer poema, “que calmara el …”. Siento la ausencia de salientes a los que asirme, siento carencias que no pueden ser reparadas.


Me asombra, en algunos poemas, la delicadeza con la describes algunos momentos: “la inclinación dormida del invierno en los rayos de sol”, “charquitos de hermosura”, “ojo panorámico de apagada hermosura”.


Poesía en estado puro me ha parecido lo que cuentas alrededor de esa cazuela a fuego lento:


“Cazuela a fuego lento, lo que el temor 

cocina se transforma o trasmuta y puede 

convertirse en bondad, …”


Maternidad ejercida por los siglos de los siglos, eternidad y estirpe de mujer, profunda, en tu poema “déjate, dice, reposar…”.


Hablas del “color índigo y el color lapislázuli” cuando recuerdas Ecuador. Esos son los colores que conservo en mis recuerdos de los recorridos por el río Napo, aguas abajo, aguas arriba, sobre todo al atardecer, cuando la luz llega del Sumaco.


Conforme voy escribiendo estos comentarios a algunos de tus poemas, me voy sintiendo más pequeño, casi desacertado o sin casi.


Por eso, Olvido, me vas a entender si te digo que prefiero dejar para otro momento, si procede, que espero que sí, el seguir con estos comentarios.


Entre tanto, voy a releer algunos poema que he señalado, voy a hacer la digestión de tus palabras. Déjame ser, por una vez, prudente.


Un abrazo y gracias, de corazón.


Pamplona, septiembre de 2021.

Isidoro Parra.

 




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