CARTA ABIERTA Nº 1 A JAIME GIL DE BIEDMA

Jaime, buenas noches, he preferido enviarte esta carta por la noche, porque pienso que si has de recibirla, será más fácil con nocturnidad. No creo que fueras de los que madrugaban mucho.


En realidad, este texto que te envío en forma de carta al más allá y al pasado, es un ejercicio que hice en un taller de escritura al que asisto. Se trataba de hacer un trabajo sobre un poema que recordáramos cada uno.


En mi caso, no dudé mucho en recalar en tu poema DE SENECTUTE.


El poema dice así:


No es el mío, este tiempo.


Y aunque tan mío sea ese latir de pájaros

afuera en el jardín,

su profusión en hojas pequeñas, removiéndome 

igual que intimaciones,

no dice ya lo mismo.

Me despierto

como quien oye una respiración

obscena. Es que amanece.


Amanece otro día en que no estaré invitado

ni a un momento feliz. Ni a un arrepentimiento

que, por no ser antiguo,

-ah, Seigneur, donnez-moi la force et le courage!-

invite de verdad a arrepentirme

con algún resto de sinceridad.

Ya nada temo más que mis cuidados.


De la vida me acuerdo, pero dónde está.

(Jaime Gil de Biedma)



No es el mío, este tiempo,

dices,

y yo me atrevo a preguntarte

si acaso no eres algo soberbio,

Jaime, porque 

¿acaso el tiempo nos pertenece

tan siquiera un instante en nuestras vidas?

Además, expresado así,

tan posesivo,

con ese “mío” tan personal,

con ese desgarro

abandonado, suena a derrota.

El ansia de ser,

de dominar cuanto te rodea,

te ha llevado a preguntarte

por ese inasible e impensable,

por el indomable tiempo,

la medida del tesoro a conquistar,

de lo nunca conquistado.

¿Acaso no ha pasado por tu mente

que la mejor alternativa

puede ser la aceptación

del espacio y el tiempo?

Poco más nos queda

que hacer nuestro cada segundo

que nos sentimos envueltos

en ese aliento

que nos antecede

y nos sobrevive.


Y aunque tan mío sea ese latir de pájaros

afuera en el jardín,

su profusión en hojas pequeñas, removiéndome 

igual que intimaciones,

no dice ya lo mismo.

Los pájaros y el jardín,

seres y espacios

para llamar a la poesía,

para ser llenados

por todos los pensamientos

que nos trascienden,

que quedan arrasados de belleza

tras el roce con nuestros deseos.

Si, además,

están latiendo

y algo lejanos,

no se puede dar más vida

y más nostalgia al espacio

en el que vuelan tus añoranzas,

tus sueños no cumplidos.

A pesar de ello, ahí están,

removiéndote en lo más hondo

de tu soledad

y aunque no lleguen a alcanzar

la cima de otros momentos vividos,

son tuyos,

como lo es toda tu vida.

De hecho,

hacen posible pensar

en las diferentes voces,

en las desiguales vivencias.

Es probable

que no digan lo mismo,

pero alimentan las horas

que estás viviendo

en una espera que supera

el tiempo y los sueños.


Me despierto

como quien oye una respiración

obscena. Es que amanece.

No deberías, Jaime,

echar por tierra tu despertar.

Amanece cada día y.

en ese amanecer para todos,

tú, yo y cualquiera de nosotros,

somos los reyes de ese despertar,

somos los emperadores del universo.

En cada amanecer

hay un momento de silencio

para reconocerse,

para saber que estamos vivos,

aunque pesen

todos los errores del pasado.

Ante esos errores,

a tí, a mí y a todos,

sólo nos queda la opción

de nuestra propia redención,

la que nos otorga el Misterio,

la que estamos obligados

a concedernos

para poder seguir viviendo,

tú, yo y todos.


Amanece otro día en que no estaré invitado

ni a un momento feliz. Ni a un arrepentimiento

que, por no ser antiguo,

-ah, Seigneur, donnez-moi la force et le courage!-

invite de verdad a arrepentirme

con algún resto de sinceridad.

¡Qué no te cubra

la desesperanza con su manto, Jaime!.

Los momentos felices

los hacemos con un buen aliño,

un poco de olvido

y un mucho de mediocridad,

pero el resultado, aún así,

puede ser satisfactorio,

puede curar alguna herida

y aguantar

hasta que vuelva a amanecer otro día.

La felicidad, Jaime,

pasa a nuestro lado inadvertida,

nada arrogante ni llamativa,

solamente hay que verla

y acompasar nuestro paso al suyo.


Arrepentimiento,

fuerza y sinceridad,

Jaime. ¡Casi nada!

A veces pienso que el arrepentimiento

es un acto egoísta,

al menos la mayoría de las veces,

porque solamente se produce

cuando algo nos ha salido mal

y queremos rehacer decisiones pasadas,

errores de medición y distancias,

de miradas y de pieles,

de egoísmos tardíamente entendidos.


Fuerza, Jaime,

¡no dices poco!

Hemos gastado tanta fuerza

desde la ignorancia

de nuestros primeros pasos altivos,

que ya nos queda poca

para cuando la sabiduría de la vida

toca a nuestra puerta.

Cuando la fuerza se ha alejado,

Jaime,

deja un espacio libre

para la experiencia,

las habilidades y la resignación.

Por cierto,

la resignación no solamente

es cristiana, es de la vida,

del paso del tiempo que señalabas

al principio de este poema tuyo.


Hablas, por último,

de sinceridad, Jaime.

Me gustaría preguntarte,

si ahora la extrañas,

cuándo has sido sincero

o consciente,

al menos contigo mismo.

¿No estarás confundiendo

la sinceridad con la arrogancia?

Tal vez, cuando hace años

tenías más motivos

para arrepentirte con sinceridad,

no solamente no lo hacías,

sino que te sentías

lleno de la fuerza

que ahora te falta.

Empecemos, Jaime,

por reconocer el miedo,

la angustia y la finitud.


Ya nada temo más que mis cuidados.

Te has acordado de Góngora

y eso no está mal.

Su pensamiento le da realidad

y empaque a lo que ahora sientes.

Ahora, que mucho de lo que piensas

y entristeces con tu mirada

es patrimonio del pasado; 

por eso, acudir a otros

que sintieron lo mismo

es un signo de aquiescencia,

de reconocimiento.

Tampoco está mal

temerse a uno mismo porque

en el fondo

y en la realidad de cada acto,

nosotros solemos ser

nuestros peores verdugos.

Nos herimos

porque pensamos

que no vamos a sangrar,

nos abandonamos

porque pensamos

que nos van a encontrar,

confundimos los afectos

y los tornamos en vanidad que nos daña.


De la vida me acuerdo, pero dónde está.

Jaime, si te acuerdas de la vida

es porque estás vivo

y porque has vivido mucho,

no lo dudes.

El que no ha vivido

no puede echar de menos la vida.

El que no vive,

tampoco.

¿Dónde está?

Búscala,

mírala,

encuéntrala,

está junto a tí,

en los que todavía te admiran,

en los que heriste,

en los que dejaste abandonados,

en los que te han abandonado a tí.

No eches en falta lo que ya no podrás conseguir.

Vive lo que se te ofrece.

Si no buscas más allá,

lo que tienes cerca

será más que suficiente.



Me he puesto como un predicador, Jaime, pero no estoy en ningún estrado, ni en un antiguo púlpito, ni tengo ansias moralizantes, bastante tengo con lo mío. Si te digo todo esto que me sugiere tu poema, es porque lo he leído muchas veces, me ha consolado siempre que lo he leído y te he envidiado, sinceramente.   


Además, fíjate si estás vivo y tienes cuerda para rato, que todavía te tenemos presente y estoy de acuerdo con aquellos que dicen que nadie muere del todo mientras se le recuerda. A tí, no solamente te recuerdo, necesito leerte de cuando en cuando y, entonces, vivo.


Lo demás, poco importa, porque como decía también Antonio Machado en aquel poema que tú o tus editores habéis colocado en las primeras hojas de tu libro “Las personas del verbo”:


“Y si la vida es corta

y no llega la mar a tu galera,

aguarda sin partir y siempre espera,

que el arte es largo y, además, no importa.”


Pamplona, enero de 2021

Isidoro Parra

Comentarios

Entradas populares