CARTA ABIERTA Nº. 4 A JESÚS AGUADO.


Buenas noches, Jesús.


El negro profundo flota sobre el jardín que se extiende frente a mi ventana, envolviéndome en una campana de recogimiento.


No tengo muy claras las razones de esta carta pero, si la cuestiono, tendría que hacerlo también con las tres anteriores. 


En una entrevista que te he leído, a la pregunta de si te sentías adscrito a alguna corriente literaria o si, por el contrario, te mantenías al margen de las escuelas poéticas, tu respuesta es contundente, precisa: “Completa y felizmente al margen. Soy, en lo que a corrientes o escuelas o grupos de poder literario se refiere, un solitario convencido, vocacional, irrenunciable.”


Algo parecido leí que le decía José Jiménez Lozano a Gurutze Galparsoro, cuando reconocía su no pertenencia a élite o grupo alguno. Entre otras cosas, decía que muchos críticos y gentes de su profesión, lo habían tildado de escritor “de provincias” y, además, “católico”.


Al escribirte estas cartas, yo me estoy sintiendo también al margen de casi todo. Por una parte, no te conozco y puede que no tenga sentido dirigirte estas palabras; por otra, tampoco soy un erudito que pueda someter a juicio -tampoco me gustaría- lo que tú has sudado para escribir tus poemas y, por último, mi objetivo es sacar de mí algo de lo que me han dejado tus poemas, tus aforismos, tus escritos, nada más.


Hoy quiero hablarte un poco de tus poemas, más bien, de tus diferentes libros de poemas, de los que han llegado a mis manos porque, a pesar de que algunos de sus versos estén dispersos en alguna antología, alguno de tus libros es ya inencontrable, como “Primeros poemas de un naufragio”.


Voy a seguir un orden cronológico y espero no equivocarme también en esto.


1987 MI ENEMIGO.


Apenas 25-26 años tenías cuando pariste estos versos, esos primeros poemas dedicados a un viaje que no sé si es real o imaginario, un viaje lleno de la persona amada, lleno de amor en cualquier caso.


Al leerlos, dejándome llevar por su ritmo, por la atmósfera que has creado, he recorrido tus senderos por países, ríos y ciudades, siempre acompañado de libros, con todo el fuego y la serenidad de tu poesía, ya construidos en esos años. No apuntabas maneras, eras ya un poeta crecido, con muchas cosas por decir.


Prefiero pasar en silencio por esos poemas de amor. Me parece que tienen muchas escenas personales, íntimas, un terreno por el que la educación manda pasar en silencio.


De tu poema “Poema para esconder tesoros” me quedo con las frases finales: “… tener un tesoro que ha dejado de existir es un tesoro mayor que tener un tesoro que todavía existe; y, además, es mucho más fácil de esconder: bastará con que abras las manos y las tengas amantes y ofrecidas”. 


Estoy convencido de que si las manos se cubren de deseos de amor y, sobre todo, si se ofrecen desinteresas, reciben lo impensable, lo inesperado, el gozo de lo recibido.


No lo voy a repetir íntegro, pero me quedo con las ganas. Me refiero al último poema del libro: “Luz más allá de la luz”. Lo he leído como el poema de la generosidad del que tiene claros los objetivos y el ser. Es un himno, un caudal de sugerencias -no me gusta la palabra consejos- para permitir que se genere el amor, la amistad, la vida. Me quedo con la frase final: “… porque encender la sed es lo único que importa”. Encender la sed es beber y dar de beber; solamente beber, es simplemente subsistir.


1988 SEMILLAS PARA UN CUERPO.


La mujer, ella, su cuerpo, el tuyo, los ríos, las aves, la presencia y la ausencia, la distancia y la inseparabilidad, el tiempo y la distancia, el universo, el recuerdo y el ahora, todas ellas son las palabras que me han llovido de la tormenta de este libro tuyo.


He creído entender la importancia de pronunciar las manos o la piel más que el nombre, la importancia de la palabra para restituirnos, el compromiso con tu vivencias cuando apuestas a la eternidad: “para poder reconocerte el día de la resurrección.”


Me ha sumergido en un mar en calma tu apreciación de que, según he entendido, contemplar desde la tristeza puede suponer contemplar desde lejos a dios y a las flores y al tiempo y hasta es posible que nos lleve a un lugar donde amar es posible (la mayor parte de este párrafo son palabras tuyas).


Percibo también, puede que sea una apreciación errónea por mi parte, tu visión de la vida y el mundo como un círculo en el que todo y todos se encuentran antes o después. Lo digo por ese poema en el que del conocimiento de ella discurres por el conocimiento de los ríos, de los troncos y del barro que te llevan al deseo, para acabar volviendo a ella, cerrando un círculo de vida, naturaleza y conocimiento.


Y vuelvo a verlo en el final del último poema, cuando puedes abrazar su ausencia y olerla y deshacerla mientras te muerde.


Gracias, Jesús.


1990 LOS AMORES IMPOSIBLES.


Tengo que confesarte que acometí la lectura de este premiado libro con un poco de respeto sobre lo que me iba a encontrar.


La duda, que no desconfianza, se disipó en los primeros poemas. ¿Sabes por qué?, porque te reconocí, tus búsquedas se iban ajustando a un perfil que ya me iba formando de ti y de tu escritura. Es cierto que, en esta ocasión, aparentemente, te habías esforzado en la búsqueda de una unidad en las dos partes del libro, los animales de Benarés y los amores imposibles, pero en ellos iba impreso tu sello, la pertenencia a tus recuerdos, a tus amores y al deslumbramiento.


Como mucha poesía que se escribe, ahí estaba la autocrítica, la tristeza, el abandono -aunque estuvieras muy acompañado-, cuando dices mirabas a los búfalos y que les llamaban tus lágrimas, lo que sentías más vivo de ti mismo.


Observo repetidas, pero diferentes, alusiones a la muerte. Posiblemente, la más dura, la que se deriva de la actitud de los perros cuando roban huesos calcinados a la muerte o cuando consideras que la muerte es tu alféizar más frágil.


Me encantan tus verónicas al abandono de la mujer en muchos de tus poemas, me recuerdan a Bogart fumando un pitillo y recordando el pasado, con profundos mensajes en cualquier lugar: “Vencer o ser feliz, me aseguraba, era hacer teología; vivir era otra cosa”, con ese final de Las Tijeras: “Se percató de mi farol, me hizo apostarlo todo/y, tan parsimoniosa como la misma muerte,/me enseñó la jugada: estaba despedido”. 


Qué decir de ese homenaje a la rotundidad de la muerte y del adiós, a la impasibilidad de los ignorantes: 


“Sentía que al amarla era a la muerte a quien amaba.

La muerte hace el amor con manos más perfectas que la vida,

pero siempre le acaba abandonando a uno.

Ella se fue definitivamente

una noche que el gas la besó como nunca

ninguno de nosotros pudo hacerlo”.


Podría extenderme sobre lo sentido al leer poemas como “El hielo” ó “El buitre”, pero esta carta se convertiría en algo demasiado largo para la intención inicial.


Me quedo con esa ensoñación, con el sol como fondo de escenario, cuando dices que soñar con ella te dejaba desnudo y, como no, con los finales de “El beso” y “Viento de Levante”, que no puedo poner en otra cara que en la Bogart, tal vez porque no conozco la tuya al natural.


1993 LIBRO DE HOMENAJES


Me ha gustado cómo enfrentas, en el poema inicial, la visión del todo con la distancia. Perdón, más que enfrentarlos, los asocias para no fragmentar porque, como dices tú mismo, quien fragmenta asesina o se queda solo.


Al leer tus homenajes indios, veo que vuelves a la visión circular, global y de los contrarios, cuando intentas describir el mundo en el que confluyes con tu amada, en la comparación de vuestras manos, de vuestros ojos, en un caso de la tierra y en otro del río.


En todo caso, mientras leía estos homenajes indios, me ha venido a la mente un pensamiento y una pregunta. Creo que la gente que escribimos y, sobre todo, vosotros los poetas, recreamos demasiado el pasado, lo embellecemos, le cambiamos el color y el olor. No tengo claro si esa vuelta continua al pasado es un ajuste de cuentas, una búsqueda o el intento de rehacer realidades ya vividas. Me pregunto si seríamos igual de capaces y de prolíficos si intentáramos hablar del presente, de nuestra vida actual.


Tengo que confesarte que me pierdo un poco en los poemas largos, no son mi fuerte. Por eso, tal vez, me he sentido llevado por la fuerza de una corriente de agua al leer “El nombre de dios”. La velocidad de esa deriva, como siempre, me impide saborear las palabras.


Por el contrario, al llegar a tus variaciones sobre la tristeza, las aguas se han vuelto calmas y me he demorado como un carnero bajo la sombra de un haya en verano. No sé si todos los versos son poesía, pero tus versos cantan y calan hondo cuando señalas el don que le llega a cualquier hombre cuando decide no nombrar su estado de infinita tristeza y simplemente la habita.


Al leer los siguientes versos, me he vuelto a plantear el choque del pasado con el presente: “No sirve lo que fui./Lo que no he sido es lo importante.” ó “Lo que no he sido y se me escapa es lo que soy”.


Espero y deseo que hayas podido superar esa tristeza que te baña como perfume en estos versos y hayas dejado de pensar que “ser es estar encadenado”.


Para acabar, no consigo seguir ni de cerca tus versos creados cuando leías los Cuatro Cuartetos de T.S. Elliot, pero me he sentido, al leerlos, que una nube blanca, aislada, en medio de un cielo azul, brillante, envolvía las palabras, que la melodía sonaba y parecía azul.


Perdón, se me olvida decirte que acepto tu verso en el que expresas que la belleza misma es un disfraz del tiempo. He meditado mucho sobre la belleza y creo que viste el tiempo de diferentes colores e imágenes, pero, por otra parte, ¿qué sería del tiempo sin la belleza?


ENTRE 1993 Y 1999 OTROS POEMAS ó PIEZAS PARA UN PUZZLE


Por una parte, he llegado a la lectura de ese compendio que sitúas antes de “El fugitivo”, justo a continuación de “Los amores imposibles” y, para ese momento, había caído también en mis manos el libro que publicas en 1999, “Piezas para un puzzle”.


No sé qué es primero y qué segundo. Observo que hay poemas repetidos y tampoco me interesa mucho saber cuál es el hijo y cuál el padre, qué libro de los dos envuelve al otro. La repetición de algunos poemas, me lleva a hablarte de poemas de ambos libros.


La verdad es que ambos son libros hechos de poemas perdidos y recuperados, series que pienso se agotaron pronto o cambiaron de rumbo. También me parece ver poemas sueltos que nunca encajaron en una obra con propósito de continuidad o de conjunto.


De las piezas para el puzzle, creo que te divertiste escribiendo los “Doce amores imposibles”, llenos de humor, picardías, argucias, encuentros nunca logrados, abandonos inesperados y, en algún caso, predecibles. 


Me gusta tu rebeldía al cambiar de ubicación los países en la Mapamundi ante el desdén y el veto final de la profesora, “como dos tiernos garabatos enredándose”. Te confieso que he releído más de dos veces “El regalo”, por todo lo que dice diciendo otras cosas, por la realidad de la vida que reflejan sus líneas, por las almas perdidas que gozan de la lectura.


Del apartado “Piezas sueltas”, también he releído varias veces “De la tristeza” y no lo he hecho porque no lo entendiera. Lo he hecho porque me ha apetecido y porque me apetecía demorarme en algunas líneas: “Si quieres acertar en lo que eres/vete lejos de ti sin que lo sepas.”


Del “Lince ahogado en un pozo” me quedo atrapado en el espejo del agua del pozo, con la profundidad del pozo a un lado y el lince en el otro y todavía no me ahogo.


1998 EL FUGITIVO


O estoy confundido o creo que algo pasó en tu incesante trabajo de escribir, entre los años 1993 y 1998. Aparentemente, tu producción disminuye, desconozco si es porque destinas tu tiempo a otros temas (familia, hija, etc.), a otro tipo de escrituras o tengo un lío en la cabeza y es todo lo contrario.


De cualquier forma, caigo en este libro que escribes o publicas en 1998, con ese poema introductorio que parece plantear el inicio de la creación y el desarrollo del mundo, la evolución hecha poesía.


El poemario sigue como un viaje, un movimiento incesante en el que te pierdes y te encuentras, apareces y desapareces, te liberas y te vuelves a encadenar, apagas la sed y surge una nueva sequía. Dices bien cuando escribes “soy el que escapa / el fugitivo aquel al que persiguen los tapices…”.


Entre poema y poema, has tendido un hilo que los enlaza para contar una historia única, la de tu propia huida: “aquél que escapa con un hilo en la mano”.


Volcán y hondero, profundidad y vuelo, puntos de fuga que se ansían con desesperación, así gritan tus poemas.



También hay reencuentro con el hilo y con el perseguidor, contigo mismo, porque no es otro que tú mismo tu perseguidor. Para perseguirte te bastas solo.


Y el tiempo, siempre el tiempo.


Impresionante final con el poema “Lección de metafísica”, el que todo se vuelve a enfrentar, a reconocerse y a negarse, el todo y la nada, el todos y nadie, ella y tú, definiendo cada contorno y su sombra, cada realidad y su negación.


Creo que este poemario es un paso adelante, una ruptura con el pasado, la puerta de un futuro potente, muy potente.


2000 LOS POEMAS DE VIKRAM BABU


Parece ser que Vikram Babu, de profesión estero, con gran sabiduría sobre sus hombres, no sé si adquirida y trabajada o recibida como un don, tenía por costumbre responder a las preguntas que le hacían con un poema que volaba entre la comparación y la pregunta, todos con una aparente intención didáctica.


Voy a dejar también a un lado alguna crítica que he leído, en el ya inevitable internet, sobre tí y este libro que se cuestionaba tu posible frivolidad. Te voy a enviar solamente unas líneas sobre la impresión que me han causado estos poemas en los que, en base a mi desconocimiento de la poesía antigua india, he recalado y recorrido como bien he podido.


No voy a negarte que me he quedado, en muchos de ellos, en la simple lectura de las comparaciones que has creado y en tus preguntas. En algunos casos, me ha costado o no he conseguido entender estas interpelaciones en relación con el texto anterior.


De todos modos, me ha parecido apreciar la musicalidad en el de los cascabeles, la bailarina y el culi, la mayor profundidad en los en las comparaciones y preguntas rondas la figura de Dios y la transparencia de los versos en los poemas últimos.


2002 LO QUE DICES DE MI 


Largo monólogo dirigido al enemigo. No será la mejor forma de definir este libro tuyo, pero es lo que se me ha quedado en la mente. Demasiado largo, tal vez.


Desde el primer poema en el que enfrentas, como en otras ocasiones tuyas, a los contrarios, a la verdad y la mentira, en este caso, para hacerlos iguales, no percibo si el diálogo que estableces es para bien o para mal, si te tratan bien o te tratan mal, si te valoran o quieren pasar de tí.


No acabo de vislumbrar el objetivo del poemario y tampoco quiero dejarme influenciar por posibles críticas, que las habrá habido.


No alcanzo a ver el objetivo, el mensaje final, el desenlace, la imagen con la que quedarme. Eso sí, es todo un alarde de invención de metáforas, de darle vueltas al lenguaje, pero siento decirte que no me comunica mucho. Tal vez la razón sea que lo has acotado a un espacio que empieza o acaba en tí mismo y que empieza o acaba, también, en tu interlocutor. Demasiado pequeño el espacio para el ansia de la poesía por la totalidad.


El poemario, desde mi punto de vista, comienza a esponjarse a partir del poema VI, cuando creas un cierto movimiento de baile entre el final de un poema y el inicio del otro, dando la sensación de la búsqueda de un camino o un sentido, pero no acabo de ver hacia dónde se dirige el camino, ni de dónde parte.


El poema final me derrota, tal vez es que no soy muy amigo de poemas excesivamente largos.



2004 HERIDAS


Me gustan los primeros poemas porque parece que persiguen la profundización en todas las heridas y en todo tipo de heridas y en todos los tiempos.


Cuando llego al quinto poema me reencuentro con los opuestos, con el hecho de que las heridas son, pero solamente duelen porque no son. ¿Acaso las heridas duelen porque no somos capaces de precisar su alcance, sus contornos o su profundidad?, ¿porque no son tan dolorosas como nos gustaría que fueran?


Dices que tu utopía son las heridas (o tus heridas) que se curan solas. Yo necesito guardar un leve recuerdo, la posibilidad remota de su regreso, como trampolín para lanzarme a otras aguas más tranquilas, para enfrentarlas si se les ocurre volver.


Me encuentro más cómodo cuando tus poemas hablan de lo general, del todo y de todos. Cuando pasas a dirigirte a la amada, me da pudor seguir leyéndote, me parece muy personal, perteneciente a tu privacidad, a la parte que cada uno vivimos más intensamente con nosotros mismos.


Me parece bellísima la “oración por tus padres”. Creo que al escribirla estabas en otro cielo o en otro desierto diferentes a aquél en el que escribiste tu “Carta al padre”. Los dos son posibles, pero este es bello sin ser triste, es amplio y abarca el mundo, se desentiende de las distancias cortas y del ahora. Abarca una vida o más, el mundo y los sentidos.


2009 VERBOS


Me parece ardua la tarea de buscar el significado y contenido de tanta palabra acabada en r. Recuerdo que en tu libro de aforismos, te expresas con rotundidad cuando te refieres a los verbos:“Verbos en infinitivo: un modo de contener nuestra natural expansión incontrolable hacia el pasado y nuestro eufórico despliegue hacia el futuro, esas dos falacias, esos dos chantajes, esas dos mentiras oficiales”.


De todos modos, tu “cuidar” me atrapa en cómo cuentas lo que dices y, sobre todo, en ese abarcar en lo que callas, en lo que se oculta tras cada cara, tras cada caso.


Tu “desear” me trae a la memoria a Rafael Alberti, a Federico García-Lorca.


Tu “desnudar”, encierra y enseña mucho más de lo que se piensa que queda cuando uno se desnuda.


Tu “enredar” me ha producido cosquilleos en la piel de mis manos. Probablemente son recuerdos que uno nunca quiere olvidar.


Tu “calcular” me produce una sensación extraña, me recuerda lo lejos que siempre están los pensamientos del que escribe de la percepción del que lee, dos mundos que raramente se acercan, aunque se buscan con la ansiedad del sediento.


Tu “conocer”, me hace caminar entre las fronteras de mí mismo, de lo más cercano.


Tu “crear”, me deja inmóvil entre la creación y la pérdida.


Tu “recibir” me hace pensar en que siempre es más difícil recibir que dar, aunque ambos deberían ser uno.


Tu “tener” desliza mi mirada por lo que nunca tendremos, pero que siempre está frente a nosotros, lo perceptible si la mirada se detiene y ve.


2018 DICE KABIR Y OTROS POEMAS


Otro libro premiado, otro reto para entender. Creo que el acercamiento a este libro hubiera sido más real si, previamente, hubiera sabido algo más de Kabir y hubiera leído, al menos, alguno de sus poemas, pero esa es una parte más de mi ignorancia y mis limitaciones. No sabía si Kabir era un nombre inventado por tí, una muleta en la que apoyarte, o un recuerdo de inspiración. Ahora entiendo que tu estancia en Benarés te dejó algo más que los colores de sus calles y sus orillas.


Me he paseado, casi volado, por ese largo y bello poema inicial, Hermano, en el que más que dirigirte a un hermano, te diriges al mundo (tal vez en la palabra hermano incluyas a todos y a ninguno), dando un repaso a todo lo que capta tu mirada, cuestionándotelo, dándole la vuelta, buscando al posición opuesta, la contraria a la realidad aparente. Es como una vuelta al mundo dejándolo en suspenso para que lo miremos, lo analicemos y lo pensemos.


En este poema te haces dueño y haces brillar las contradicciones, como en las estrofas finales:


“Hermano,

deja a Kabir en paz con la Palabra

cuando por fin se marche

el que nunca ha venido”.


Me ha encantado la forma en que afrontas el capítulo dedicado a la invención de la pólvora, esa forma de investigación tan exhaustiva y tan poética de grandes figuras de otra cultura, de otras tierras, esa forma de poner en valor el pasado.


Creo que a todos nos pasa que determinadas imágenes nos interpelan para plantearnos encrucijadas, dilemas por resolver, caminos por los que dejar que nos lleven nuestros pies. A mí, por decir algo, me pasa con los mapas que las raíces superficiales de las hayas dejan a la vista sobre la tierra, o con las puertas, o con la regeneración de la vida vegetal cada año. En tu caso, los anillos de los troncos cortados de los árboles, te han dado para repasar literatura, mensajes y reunir algunos ejemplos en un mosaico de luces y leyendas. Magnífico.


De los poemas finales, creo que intentaré memorizar “Intemperie del deseo”, para confrontarlo con mi estado de ánimo en momentos en la soledad de atropella y te deja exhausto, sin fuerzas.


Gracias por tanta imagen en la que apoyarme.


Hasta pronto o hasta nunca.


Pamplona, febrero de 2021

Isidoro Parra


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