COFFING. Café



Una amiga me ha hablado de este nuevo café en el segundo ensanche de Pamplona. Obediente y gregario a la noticias que hablan de las delicias del paladar, me acerco como un animal tímido e inquieto por aquello que el cosquilleo de la novedad me pueda deparar.


La visión del local, desde la calle, recuerda a algunos establecimientos tipo “The Coffee Bean Company” que hemos usado de forma habitual en alguno de nuestros viajes a Shanghai hace ya unos años.


La imagen que veo me lleva hacia la idea de ese tipo de cafés que han surgido como una respuesta alternativa al fenómeno Starbucks, aunque puede ser que no sea así y, además, en este caso, el tamaño del local, una vez adentro, se queda algo corto para esa imagen de espacio necesario para una mayor estancia que transmiten aquél otro tipo de locales. Frente a los sofás preparados para acoger horas de lectura, aquí impera el dinamismo, el café, la tarta, la conversación, el murmullo de las buenas palabras.


Pido mi consumición y me siento en una mesa compartida. Antes de pedir, y ante un mostrador repleto de ofertas dulces, opto por salado porque estoy en un momento vital de reducir la carga de azúcar en mi cuerpo, a pesar de que la oferta de bizcochos y tartas de animados colores, elegidas en contenido y procedencia por Manuel, con conocimiento de quien lleva muchos años en el oficio, las haga atractivas para cualquier amante del dulce.


El local es acogedor; las mesas, algunas negras y bajas, otras de madera clara, altas y bajas, de diferentes medidas y alturas, unas para acogerte sentado, otras para acompañarte de pie; las sillas y taburetes, de diferentes tamaños, pero todos grises y metálicos, definen los espacios que invitan a ser ocupados. Creo que la luz está conseguida porque la siento, pero no veo los destellos de las lámparas.


La decoración y el ambiente es perfecto para quedar con gente a tomar un café y charlar y charlar, para contemplar la entrada y salida de los parroquianos, fauna urbana que recuerda a cualquier bar moderno de Madrid.


El local bulle de vida pero mantiene una atmósfera en la que puedes aislarte. Al menos hoy, no hay música que te distraiga y las voces crean armonías, pero te permiten ovillarte en tus pensamientos. Parece que exista un pacto de no sobrepasar un nivel de decibelios.


El colectivo que me rodea es variopinto; junto a mí, comparto la mesa baja con un abogado tomando su café de media mañana, al que abordan una señora estupenda y su hijo que la acompaña. Hablan entre ellos, se conocen y se aprecian, pero yo solamente escucho un murmullo y alguna risa contenida. A mis espaldas, jóvenes que comparten un café desnudo y confidencias, preocupaciones; personas adultas y solitarias leyendo la prensa, un libro, tomando notas; en otras mesas, parejas que se toman un descanso de la odisea de las compras, reponiendo fuerzas. Frente a mí, un grupo de jóvenes, que se han tomado el descanso del trabajo para tomar el café, ocupan una mesa alta y alargada. Otra de estas mesas es compartida por personas de diferente origen que, sin conocerse, están acompañándose en el rito del café.


El ambiente se completa con algún yuppie buscando su hueco, con habitantes de la “gauche divine”, gente moderna que no puede dejar de estar en el último espacio abierto, en lo más “cool”.


La decoración de las paredes no distrae, aporta caricias al aire. Y qué decir del mostrador, repleto hasta el último hueco de café, de bollería dulce y salada, de la espléndida máquina italiana que transforma el polvo oscuro en ese café humeante, espléndido; un café seleccionado entre los mejores y más naturales tostadores del entorno, comprado cada semana para disfrutar cada día de su frescor.


Cuanto más sabes, más atrapado te quedas con los detalles, pero cómo no dejarse atrapar por la leche sueca, por ese ambiente de vida joven que respira el local.


Cada detalle de la oferta está pensado, probado y seleccionado para ofrecer calidad y diferencia, para satisfacer a paladares expertos y educar a los más neófitos.


Y en medio de toda esa atmósfera, el propietario, el emprendedor con una historia que contar, con una presencia que habla, saluda a los que conoce, atiende a los que le preguntan, desplegando la esencia acumulada de sus ancestros en el excelso papel de servir, de atender, de crear espacios para que los demás se sientan bien, se identifiquen y mimeticen con el local.


A mí me gustan los proyectos con historias detrás, con iniciativas que cambian el tejido de la oferta, con proyectos bien pensados que el promotor siempre puede argumentar y defender, atendidos desde la razón y el convencimiento.


Mi cuerpo se acomoda al local para vivir la experiencia positiva de esta media hora de placer. Mi cuerpo se siente en medio de un pequeño bosque de abedules ligeros, rodeado de cañaverales que no me quitan la luz, mecido por olores suaves que me fijan al lugar que ocupo.


Suficiente, más que suficiente.


Pamplona, 23 de noviembre de 2018

Isidoro Parra


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