CARTA ABIERTA Nº 1 A KARMELO C. IRIBARREN.


Egun on, Karmelo.


Acabo de leer tu último poemario publicado, “El escenario”, y se me ha quedado la misma cara de ensimismado que me dejó el resto de tu poesía anterior.


Creo que he leído todo o casi todo lo que has publicado en forma de libro y siempre me has parecido un hombre cercano, más cercano todavía que la proximidad de tu poesía, de su contenido, de sus mensajes de calles húmedas, de tus visitas al mar, de tus bares de Donosti, de tus mujeres presentes y soñadas, todas queridas.


Me atrapó tu mirada algo canalla sobre cualquier objeto. Tengo que decirte que en la introducción de un libro que acabo de autopublicar, “Enigmas”, que habla sobre el misterio de las puertas, cito un poema tuyo sobre ellas en el que te sientes atraído y atento al peligro de las semi abiertas, que son, en tu opinión, las más peligrosas.


En el caso de este libro, me ha parecido que tu mirada es algo más triste. Es como si te hubiera  ganado un poco la distancia que marca la vida, pero tu humor sigue presente, igual que tu mirada amorosa a todo lo que quieres, sobre todo las que surgen de tus ojos cuando tomas ese café en uno de tus bares habituales.


En muchos poetas, la distancia de la vida, lo deseado, lo imposible, lo marcan las aves y su vuelo. En tu caso, son las calles y sus bares, ese mar que llega sin terminar de llegar, que se va sin acabar de irse.


También me ha quedado la sensación, tras pasar estas páginas, que tu mirada ha cambiado, parece algo cansada o harta de tanto mirar, siempre acusando ausencias. Eso sí, tengo que reconocerte que estos poemas tienen el color de Donosti, son, más que nunca, poemas tuyos y de esta ciudad.


En tu primer poema de este libro, “El puente”, tus mensajes son de indecisión y de eternidad, de los movimientos de los contrarios. Unos contemplan y otros se agotan de ser contemplados siempre con miradas diferentes.


El ir y venir de las aguas del río, en su encuentro con el mar, en el poema anterior, aparece de nuevo en “Estampa invernal” en el que nos regalas una mirada diferente a otras muchas sobre la ciudad, en la que penetra la algarabía infernal de las gaviotas.


Me gusta la lentitud, la suave velocidad de los cambios que observas desde tu ventana, las nubes que pasan, el humo de las chimeneas, todo para ser testimonio de los otros cambios que lentamente van enterrando nuestros recuerdos en el olvido.


En un poema corto, como a mi me gustan, en “El nuevo mundo”, me ha sorprendido tanto contenido: la prevención o la prudencia cuando pones tu mirada a pasear, la resignación ante la vida, también la rebeldía con tu propio estado y actitud, y cubriéndolo todo, la aceptación tranquila que permite la edad que tenemos.


Cómo me gustan esos atardeceres de esos “Días paradójicos”, la belleza de esos crepúsculos, la de la espera y la contemplación sin objetivos, la sorpresa y el rapto de la belleza por parte de la muerte, de la noche. Solo quedan recuerdos.


¡Qué bendición, qué regalo la poesía que nos salva, a ti como escritor y a mí como lector, a los dos como hombres!


Hace falta, es cierto, mucha aceptación para seguir escuchando la música cercana que ya no puedes bailar.


Tus destellos de humor, algo oscuro, pero vivo, me han hecho sonreír en varios poemas, en “El francotirador”, en “De un paseante solitario”, en “Un gesto que ha caído en desuso” o en “El gramático en la alcoba”.


¡Qué bonito sería poder ser uno de esos ancianos que toman el café y ven pasar el mundo cada mañana, aunque tampoco sería malo poder verlos como tú les ves!


En el poema “La avanzadilla de la primavera”, tu voz se desliza con suavidad por un cambio de ciclo vital en la naturaleza que el invierno hace posible con su retirada y la primavera lo besa con su pujante pero delicado despertar. Hace años, Karmelo, que me dejo atrapar por ese misterio, lleno de envidia por esa renovación que nosotros no podemos ni soñar.


Pintas como nadie esas madrugadas de canalla que busca la sonrisa o el silencio que le comprenda, que le quiera un poco. De la misma forma, con lengua afilada, que llega hasta la profundidad, hasta despertar el miedo, retratas la calle sin bar, la soledad de la luz de las farolas.


Leo tu poema “Las plazas” y mi mente me lleva a intentar conocerte un poco más, a interpretarte y a jugar con poner un matiz en tu mirada. Siempre me has parecido un poeta urbano y…. un poeta del alma, de las tristezas que, en el fondo, son las que nos hacen vivir.


También te nos muestras como poeta de la cotidianidad, con ese retrato sencillo, sublime por ello, de “La mujer de tu vida”.


Es terrible pensar lo poco que somos: ¡hasta las cosas que no hablan ni se mueven nos van a sobrevivir!


Un bonito repaso a nuestro pasar por la vida en ese recorrido por los viejos calendarios, y una mirada tuya desde una distancia que, conforme avanza el calendario, se va haciendo más corta.


Y así, uno tras otro, Karmelo, podría ir comentando lo que me han hecho sentir tus poemas, pero no quiero cansarte con comentarios que tu te puedes imaginar y, sobre todo, no quiero meter mucho la pata, que para errar ya he escrito demasiado.


Antes de despedirme, me gustaría citar solamente la sencillez y la sutilidad de los mensajes, la belleza al fin, de tus poemas “El viejo tren de cercanías” y “El mar triste”.


También me atrevo a decirte que no seas tan severo con tu vida, con tus propios actos. Creo que saberse aceptar y perdonar no es de cobardes, como decía Nietzsche, es de valientes.


Con la tristeza, a fuerza de volver a leer tus poemas, no solamente puedes conseguir que duela menos; también la puedes convertir en una piel invisible que te envuelva y te proteja, aunque te pediría que te permita no olvidarnos a los que tu poesía nos hace reconciliarnos con la vida.


Al final, y para terminar, me quedo con la rotundidad de tu mensaje: 


“Contra la soledad 

el único remedio válido 

es el amor.”


Gracias, Karmelo, voy a recuperar el resto de tus libros anteriores y me voy a regalar unas horas volviéndolos a leer.


Agur.


Pamplona, octubre de 2021.

Isidoro Parra.




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