CARTA ABIERTA Nº 9 A JOSÉ MATEOS.


Buenas tardes, José, hoy calienta el sol sobre esta tarde de agosto, pero creo que menos de lo que os estará castigando por Jerez. En Pamplona, por mucho calor que haga durante el día, siempre refresca al anochecer y se agradece.


Hoy acabo de leer y disfrutar tu poemario “Otras canciones”.


Si tuviera que expresar en pocas palabras la sensación que me ha dejado, diría que vuela el poemario y vuelan muchos de sus poemas, vuelan en silencio, apenas un dulce susurro, incluso hablando de temas tan serios como la muerte. He tenido la impresión de que los habías lanzado hacia nosotros desde una cima más alta, más suelta y más libre. 


Da la impresión que las palabras utilizadas eran las únicas que podían usarse para contar lo que pasaba por tu alma y, por eso, conversan entre ellas escuchándose.


Observo también que has cambiado el poema inicial por un poema final. Todavía no tengo claro si el cambio me ha aportado algo o todo lo contrario.


Que las cosas no estorben y nosotros tampoco, esa fusión leve y profunda a la vez entre ellas y nosotros, dicho con pocas palabras, claras y sueltas, que bailan sobre el papel sin que le estorben ni él estorbe a las palabras.


Un bodegón siempre invita al silencio, pero si tiene membrillo, además de silencio, es una invitación a la contemplación y el éxtasis.


Le he tenido que dar varias vueltas al claro galimatías que no me decía nada pero me decía todo, ese con el que acabas tu poema “De regreso a casa”:


“Contigo, noche oscura,

qué soledad más llena 

de prodigios y de nada.”


Tanto esfuerzo y tan vano, hasta darnos cuenta de que nada hay que saber, que tal vez debamos complicarnos menos la vida.


Uno de los poemas al que he dado más vueltas es “Mundo sin terminar”. Lo comienzas con una declaración de poeta que no acaba de creérselo para acabarlo viendo a Dios CREANDO lo que sea por esos versos -tan libres, tan desnudos-.


Un enorme alarido de la conciencia me ha asaltado desde tu poema “Los proscritos”. Todo es difícil de mirar, de aceptar, pero lo más difícil es implicarse, hace falta una grandeza que al menos yo no tengo.


“El amor tiene alas que hacen daño.” Este es el verso con el que acabas tu poema “Corintios 13, 4-7”, un poema en el sitúas al amor muy arriba y muy distante, enfrentando el mensaje bíblico con una situación real o imaginada, en la que los contrarios se miran, pero no se tocan, salvo para hacerse daño.


La música y la belleza, inseparables sin rostro, fusionadas sin contacto, unidas para hacernos vivir y, según dices en tu poema “La música”, para ir desgastando nuestra alma, con la esperanza de derrotar a la muerte.


Benedetti ya habló de engañar a la muerte y Serrat lo cantó en una bella canción, pero la forma en que tú lo has dicho en “Un poema de amor”, es sencilla, suena a verdad -siempre con alguna fisura para ser real- y es bella como las horas de paz.


La caña, con su parte dura, resistente al viento, y sus hojas bailando como huérfanas buscando asilo, esas son las imágenes que has tomado de la naturaleza para ilustrarnos con una posibilidad de cómo dejarnos ir:


“Haz entonces esto mismo, 

deja que el aire te venza, 

despídete de este mundo 

con esa delicadeza.”


Precioso y casi una adivinanza o una ensoñación ese poema final “Canción de lo que está por decir”, en el que conversas con las palabras que encuentras, pero sobre todo, extrañas las que más te cuesta encontrar.


Bueno, José, muchas gracias por hacerme vibrar tanto con esos poemas que parecen sencillos y fáciles, pero es porque están trabajados y porque son buenos.


Hasta pronto, un abrazo.


Pamplona, agosto de 2021

Isidoro Parra.

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