INVIERNO III. Últimas hojas


“En esa belleza, en fin, que, cuando apenas nos ha rozado, ya huye hacia su fondo para que no la utilicemos, para que no nos sirvamos de ella.”

José Mateos (El ojo que escucha)


El paseo me ofrece más estampas del invierno que del otoño que se ha ido.


La mañana es brillante y el sol realza la importancia de las últimas hojas que todavía penden de las ramas, en su mayor parte desnudas.


A pesar de que el otoño se va alejando, el invierno tiene dificultades en asentarse. Las buenas temperaturas, la ausencia de lluvia, el sol, todo ayuda a que convivamos con un invierno perezoso. Y es esa pereza la que permite que todavía podamos ver vestigios de la pasada temporada, esas hojas todavía tersas, brillantes, que destacan más en su soledad que lo que lo hacían cuando estaban ocultas y rodeadas por cientos y miles de ellas.


Tal vez por eso, estas hojas verdes, con tendencia inevitable al amarillo, han llamado mi atención en esta mañana dorada.


Son hojas que son testigos de su tiempo pasado, ya no cumplen la función de dar sombra, ya están huérfanas de sus hermanas, ya ponen de manifiesto su fragilidad. Y es ahí donde reside su belleza porque les quedan pocos días, me están diciendo adiós (o hasta pronto) y posiblemente no las veré en el próximo paseo bajo estas ramas.


Me detengo a pensar en su mensaje, en la atracción que las impregna y que me obliga a quedarme junto a ellas en un intento de guardarlas hasta la próxima primavera, consciente de que es un momento personal y solitario, casi conventual, puede que sin sentido, pero con una plenitud sencilla, instantánea.


No percibo si pasa gente a mi lado, ni si los que pasan son conscientes de mi contemplación hacia lo alto y, si lo son, de lo que puedan pensar o imaginar. Puedo pasar por un loco o por un lelo, pero puedo asegurar que estos momentos llenan mi vida de luz, relajan el gesto de mi cara y ensanchan mi mirada.


Al fin y al cabo, ¿qué más da?. Los pensamientos más personales, más solitarios, son los más fieles a tu propia naturaleza, son los momentos de los que no tienes que dar cuenta a nadie. Si es imposible transmitir la sensación, ¿para qué intentarlo?


Solo espero que estas líneas me ayuden, pasado el tiempo, a recordar estos instantes en los que la belleza me salía al paso y la reconocía.


Pamplona, invierno 2018-2019


Isidoro Parra

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