INVIERNO I. Reflejos de un adiós


 “Cuando mana el agua                       

  no prende el fuego.”

  Gabriel Aresti (Harri eta herri)


Es media mañana en uno de los primeros días de este invierno que comienza frío y seco. El sol brilla intenso sobre las calles y sobre los campos, hasta el aire parece que brilla inundado por la luz. 


Mis pasos me llevan a recorrer las riberas del Arga, observando los árboles ya prácticamente desnudos de hojas que han descargado sobre el suelo vistiéndolo con un murmullo de crujidos y siseos producidos por nuestros pasos o por la caricia del viento que las mueve.


La desnudez de los árboles deja más espacios abiertos, los horizontes se amplían, el recogimiento de los días de verano y de otoño ha abandonado estas riberas y la tierra y los troncos han aceptado el desafío de hacer frente a los fríos y a los días cortos.


El curso del río contempla apacible, casi detenido, lo que pasa a su alrededor, los espacios más amplios, la luz que le entra a raudales, el aire que corre libre sobre su superficie.


Todo transmite calma, anunciando la estación del recogimiento, de la mirada hacia dentro, hacía el interior de las cosas y hacia el interior de nosotros mismos.


Al llegar a una parte más abierta del recorrido, me he parado a contemplar estos reflejos de los árboles y de la luz en el agua de este río que parece un espejo.


Sobre esa superficie, observo las ramas de los chopos que todavía conservan algunos penachos de hojas amarillas, las últimas en decir adiós al otoño que acaba de marcharse, reflejos que parecen surgir del propio río para ofrecerme el adagio de una sinfonía de Smetana y lo cierto es que, en este ensueño real, casi puedo escuchar los violines salpicando las aguas con sus notas.


El sol también calienta mi rostro y permanezco más tiempo dejándome obsequiar con este milagro de la luz, del color y la continuidad de la vida en la naturaleza.


Tengo la sensación de estar presenciando un abrazo entre el otoño y el invierno, entre una despedida y una llegada, dos seres que se encuentran y que de forma invisible se  abrazan, para dejarnos el mensaje de la continuidad, de la renovación sin rupturas, con la patina que da el haberse encontrado muchas veces a lo largo de la historia de la vida.


Al final, decido seguir mi camino, pero me alejo reconfortado por esta experiencia, tan bella como gratuita.



Pamplona, 2019


Isidoro Parra 



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