CARTA ABIERTA Nº 1 A IÑAKI DESORMAIS.


Buenas noches, Iñaki.


No nos conocimos, Iñaki. Nuestros caminos, en la edad en que una decena de años de diferencia no se aprecia, cada uno de nosotros seguía sus propios caminos y habrá que concluir que no se cruzaban.


No nos conocimos, Iñaki, pero si hubiera sido lo contrario, estoy seguro de que yo te habría pedido que me hablaras de tu mundo de aceptaciones y rechazos, de tus furias, de tus fantasmas, de todo lo que llamaba tu atención para inspirar tu poesía.


Todo lo que te escriba, a partir de este momento, estará presidido por la duda entre el Iñaki y el Ignacio pero, sobre todo, entre la sagacidad del Lobo y el propósito de dejar claro que lo que diga “De ahora en adelante”, será la verdad y nada más que la verdad de lo que tu poesía me ha hecho pensar o sentir. Tu(s) nombre(s) son un viaje del euskera al francés, por los caminos del castellano.


De la mano de la persona más querida para ti, me llegó hace unos meses el regalo de tu poemario “Antología del desamparo”. Lo leí una primera vez, deteniéndome más en algunos poemas que en otros, dejando algunas señales sobre aquellos poemas que más me habían dicho o que más había entendido, al menos en parte y si es que la poesía se puede “entender”. Recuerdo que de esa lectura se me quedó una luz, la del alba, esa que citas en varios de tus poemas.


Algo más me debió llamar la atención porque ahora, que me ha dado la ventolera de escribir cartas perdidas a poemas y poetas, me he acordado de tu libro y he vuelto sobre sus hojas con la intención de demorarme lo que sea necesario. A esta edad mía, creo que me he dado cuenta que el tiempo empleado en una tarea es menos importante que la profundad del trabajo (no me atrevo a hablar de la calidad porque, en mi caso, siempre será más que dudosa).


El libro se publicó en 1995. Supongo que los poemas son de años anteriores; por tanto, rondabas los cincuenta cuando estos poemas nacieron de tus devaneos y tus necesidades.


No vas a encontrar en esta carta una opinión crítica. Ni tengo los conocimientos para hacerlo ni me gustaría. Te diré lo que me han parecido algunos poemas en los que haya percibido un mensaje, una señal que me haya llamado la atención para exigirme una reflexión o para hacerme soñar con lo imposible, como hacéis los poetas. En este sentido, te quiero transmitir que algunos días tengo dudas de si la realidad que más me conviene es la que vivo o la que percibo cuando leo poesía.


Si te llega a interesar, verás que hay poemas sobre los que no te diré nada. Ese silencio no significa que haya sentenciado un poema u otro. La mejor explicación tal vez sea que mi capacidad de interpretar la poesía no llega a tanto. Por eso, me habría gustado consultarte, pedirte que me hablaras de esta estrofa o esta otra, de su significado para ti en ese momento. Si repasas tu libro, comprobarás que eso me pasa especialmente con los poemas extensos. Tengo que confesarte que no son mis preferidos, me predisponen en contra de antemano.


Antes de empezar, tengo que decirte que he emborronado las hojas del libros con notas hechas a lápiz. Ha quedado algo sucio, pero me gusta más así. Está más vivido.


En líneas generales, tocas muchos temas diferentes, muchos paisajes, próximos o no tanto, pero en tus poemas están todos los temas eternos de la poesía y de los hombres.



Tu primer poema, “Quítame el mar o quítame los ojos”, me ha hecho pensar en qué medida es importante el mar para cualquiera de nosotros y qué significado le buscamos, cuál es su atracción. Puesto a pensar, hay días en que me quedo un rato contemplando el valle que se extiende a los pies de mi casa de Amillano, sobre todo al amanecer o al atardecer, y te aseguro que veo los campos pero también veo un mar, sobre todo cuando las nieblas bajas se aposentan en el valle en las mañanas frescas o cuando la luz inclinada del atardecer tiñe de un suave azul la llanura. Esa sensación de estar contemplando un mar que fue, y que hoy no lo es, me deja flotando en el misterio. Tal vez por eso, entiendo las imágenes en las que encuentras el mar, el ventanal, el pie de la muralla, la rutina del parque o la barandilla del estercolero; ese deseo de hundirnos cuando solamente tropezamos, esa necesidad de hacernos los dormidos.


Quién no ha pensado en recopilar textos de graffittis en los W.C. Tu mirada a esos espacios y a sus mensajes es descarnada, realista, porque las cosas son lo que son y tampoco podemos olvidarlo. Me has hecho sonreír. En los dos últimos versos, me ha parecido ver una sombra de Javier Aguirre Gandarias, cuando dices “dejad que vuele el vuelo/mirad el viento cómo pinta los pájaros”. Si Javier tuviera la ocasión de leer este poema tuyo, te aseguro que este final lo habría recibido como un abrazo.


Leo tu poema “Metrópoli” y me llega el ruido de todo lo que respira en la ciudad, en la altura y a pie de tierra, pero lo que me transmite en realidad es tu serenidad frente al caos, frente a la hostilidad de los sonidos. Insistes en que se te permita una nueva mirada para encontrar el equilibrio, eso he visto.


En tu poema “Heavys” vuelvo a encontrarme con el caos. Lo leo y, bien o mal, veo un rechazo, la expresión de un hastío. Me parece el mapa del caos más absoluto, un caos en el que no quedan vencedores ni vencidos, donde toda la sociedad, la raza humana, está sometida y derrotada de antemano, desde dios hasta el futuro que no podemos ver.


Me cuesta aceptar, a primera vista, el principio de tu poema “Transeuntes de otoño”. Ver escrito que el “otoño es muerte y viene a pudrir…” es algo nuevo. Cuando los poetas hablan del otoño, suelen tomar dos caminos: el del preciosismo del color o el del inicio del deterioro de lo vivo, pero tú has aplicado unos términos más crudos, aunque más reales. Haces de la crueldad del paso interanual del tiempo una cascada de duras palabras enlazadas que nos dejan un paisaje no menos bello que su dureza. Tus palabras pueden aplicarse al otoño anual que se lleva el verano por delante, pero también son aplicables al de la vida, aunque nos cueste.


Mucha ironía y mirada fina y afinada en las pocas líneas de tu poema sobre los trabajadores y su ser.


La estampa que dibujas con tus palabras en el poema “Recuento de noticias necrológicas” es real. Has utilizado mucha sutileza para describir las actitudes en las diferentes miradas, algunas sentidas y otras impostadas, has salpicado tu mirada con notas de humor para dejar puertas y ventanas abiertas a la interpretación. Me pregunto si la mujer adicta a sus medias estará pensando que le ha ganado la partida al fiambre.


Tengo la sensación de que la vida nos escamotea la realidad al leer tu poema “Contemplación”. Parece que es tanto lo que se nos niega que me pregunto sobre el poder de la contemplación y pienso que si le añadimos a esa mirada serena una cierta distancia y algo de ajeneidad, tal vez podamos encontrar el resquicio por el que salirnos de esta prisión, burlando la dosificación a la que nos somete la vida.


Al leer tu poema “Teatro” me planteo algunas preguntas. ¿Pensabas realmente en ese momento que coincidías con el público en aplaudir a la rata? ¿Deseamos realmente que nos devoren? ¿Para qué? Después de leerlo varias veces me llega otra sensación, la del que quiere fugarse con la mente, la del que persigue un poco de olvido, dejando una prueba de no conformidad.


Después de leer tu poema “Ecología urbana”, una sola palabra me ha venido a la mente: fugacidad. La necesidad de abandonarse para vivir el momento, porque el ayer no volverá y el ahora ya es pasado. Vivamos el siguiente momento que llegue.


Qué tremendo choque el que se produce entre la inmediatez y la perdurabilidad, entre el ahora y el futuro, entre el pasado y el ahora. ¿Cuales han de ser los criterios que sustenten las decisiones de hoy, la ostentación, la utilidad actual o la permanencia futura? Todo ello he creído ver en tu poema “La agonía de Cyrano de Bergerac”.


No sé si te gustaban los haikus, como fórmula poética, pero tu poema “Cantar” podía ser uno. Tiene la sencillez y la claridad de los mensajes cortos. Mientras lo leo me pregunto cuáles son las claves que hacen que un hecho o una imagen se recuerde mientras olvidamos miles.


Observo que tú también le has dado vueltas a los contrarios, a la luz y a la sombra, a lo conocido y a lo que es imposible imaginar. Creo que es un vicio de poetas. Al leer tu poema “Crueldad”, creo apreciar la verdad que encierra la contradicción que expresas en esos versos: “que la existencia está al servicio/de lo que nunca ha de existir” o en esa visión personal de la crueldad que lleva al vacío o el fuego a la ceniza.


Alarde de precisiones es tu poema “Dassein”. No has querido dejar opciones a la memoria, que siempre puede confundir recuerdos con temores futuros; por eso has identificado el daño con la cosa misma y no con la memoria. Tampoco le has dejado espacio a las presunciones: cuando una puñalada está dada se convierte en exactitud, no en presunción. No lo había pensado pero, gracias a tu poema, ahora puedo pensar en ello: cuando nos sentimos rechazados no debemos pensar en los lastres del pasado porque es el futuro al que llegamos el que nos rechaza. Tampoco puedo estar más de acuerdo en que el terror se convierte en daño perfecto cuando se desnuda de las prendas del olvido. No he entrecomillado algunas frases que son tuyas, pero quiero dejar constancia de ello. Me ha parecido un poema para tenerlo presente siempre.


Algunos de tus poemas son duros, como “Extirpación de las estirpes”. Construyes una montaña pulida o excavada por el tiempo en la que el nacer, pasar, decaer y caer en el olvido cruzan como arterias todas las líneas del poema. Y yo, Iñaki, me pregunto si no es lo mismo en la vida, nacer sin haberlo pedido, pasar como se puede, decaer bajo el paso del tiempo y algo más allá del tiempo, caer en el olvido. La misma canción para todos, eso sí, hay que saber decirlo.


Me han venido a la memoria recuerdos de las páginas de la Iliada o de las Termópilas, al leer tu poema “Vieja pareja”, pero tu poema habla más allá de los combates y de los guerreros; tu poema vuela para hacernos meditar sobre la resistencia o el heroísmo. En ese mundo de prejuicios y de situaciones preconcebidas, sobre todo por los que no las viven, cómo elegir entre el honor y la eutanasia.


Ya habías disparado tus flechas para acompañar la erección del alba en algún poema anterior, pero ahora me regalas ese poemario que titulaste “La desventura del alba”. A lo largo de varios poemas te fundes con ese momento del día, creo que el más valioso, y comienzas con un poema corto, rotundo:


“El alba siempre es nueva

El día 

nunca”


Justamente esa es la razón por la que somos capaces de sumergirnos y flotar en un amanecer y no a lo largo del resto del día.


En los siguientes poemas de este “ciclo”, por llamarlo de alguna forma, parece que vives el alba con una intensidad que te hace olvidarte de negros presagios, da la sensación de que es el momento del día en que las palabras te salen solas, en perfecto orden, para crear un vuelo sobre la hoja en blanco. A lo largo de ellos, el alba es transición tenue, delicada, es el adiós a la noche y el despertar de los instintos, es volver a nacer y escuchar los sonidos de las aves y de la tierra. Parece que los pájaros nacen al alba y nosotros también, creas la sensación de que cada amanecer es una derrota de la muerte.


Hasta el olvido, que frecuenta tus poemas, parece que se salva por la campana del alba.


Aunque las sabes, en realidad son tuyas, me vas a permitir que recoja algunas de las definiciones que haces de ese momento del día:


“Un tramo de claridad cadáver”


“El alba … es la fatiga eterna, 

una especialidad profunda para enfermos 

de la vida”


“Alba, dulcificada noche, evolución 

de un alma que fecunda la negrura”


“Alba pista de amor”


“El alba es la inactiva imitación de no estar vivo”


De todos estos poemas relativos al alba, por los que me he detenido con placer, me quedo con una frase tuya, final de un poema, que ejemplifica tu amor por los amaneceres:


“Sólo los días grandes y la gloria 

debieran tener alba” 


Aunque los poemas con los que finalizas esta parte del libro son sombríos, poemas en los que aparecen el hastío, la monotonía y hasta la desesperación, a pesar de realidad ineludible, no empañan la belleza de la primera parte en la que cabe confiar en la espera de que el día no será tan malo.


Pasando a otros paisajes, tu poema “Cuestión de amor” evidencia el espacio en el que has puesto tus esperanzas, el suelo que pisas a diario, el amanecer que te motiva: el amor, infinitamente más que la persistencia.


Son poemas rotundos en los que el amor recorre las líneas y se queda colgando de las últimas estrofas de cada poema, esas que llaman a gritos al siguiente, poemas llenos de visión aguda, de fuerza que se apoya en tus creencias y tus fantasmas.


En un par de poemas, recorres los caminos de la ausencia, del pasar el tiempo, de la soledad, a la que, según dices, se llega “como se llega a pobre de pedir en las esquinas”.


Me he quedado sonriendo como un bobo al leer tu poema “Tiresias”. Qué pocas palabras para abarcar tanto, para plantear tantas preguntas sin interrogantes, para dar rienda suelta a la imaginación. Gracias, Iñaki.


Tu poema “Fatiga terminal” me transporta a muchos momentos de mi vida y a los de la vida de las personas que me han acompañado, me produce una tristeza dulce, un mar de comprensión y aceptación. Te empiezo a admirar, al ver cómo puedes condensar en tan pocas líneas un mensaje tan vasto que llena la vida de cualquiera de nosotros.


¿Estas seguro, Iñaki, que perder la cólera es una vergüenza? No será una forma de bajarse del mundo.


Qué pocas palabras, de nuevo, para hacer algo más que definir la soledad. Permíteme que lo transcriba:


“Soledad 

fiera apresada en mínimos tabiques 


Esclavitud sin amo”


Cuenta con que, tal vez, no haya entendido tu poema “Fulgor del amuleto” o, mejor dicho, no entienda todo lo que dices, pero ese final perdurará en mi memoria como un paisaje en el que aposentarme: 


“La inmunidad del éxtasis me acoge, me da noche 

me concede corporal muro de paz, frágil estrella 

limpia de veneno”



Una palabra dura -correa- para fundar un poema lleno de voluptuosidad, de canto a la ausencia de presencias y mensajes, a la dulzura de lo desordenado (no es ficción, son palabras tuyas, bellas palabras y bien cosidas).


En “Necesito marchar”, has trabajado bien ese final para poner de manifiesto esa verdad que muchos hemos vivido: la soledad de sentirte acompañado, la peor de las soledades.


Y qué decir de esa entrega voluntaria de la mariposa a las llamas para llenarnos de luz en ese regalo, en esa ofrenda de belleza, más bello por ser solamente un instante pasajero. He pensado si la mariposa estaba cansada de volar o se inmolaba por nosotros, por la belleza.


Costumbre más poderosa que la falta de justicia, acomodo menos doloroso que la herida sangrante, esas son las imágenes que en mi mente ha generado tu poema “Matar durmiendo”.


Te veo con una mirada alerta, distante para ver mejor, escéptica, llena de realidad, cuando reflexionas sobre los bancos y las víctimas a las que torturamos, en la mayoría de los casos, sin motivo y sin saber quienes son.


De tus últimos poemas me he enamorado de “Pórtico de la lluvia”. Te acompañan los pájaros en la noche, en medio de la lluvia, y entre la noche y el alba, una que te teje y otra que te desteje, no está nada mal soñar con una boda, aunque sea la de la entraña con el aguacero.


“Sería tan penoso completar el olvido.” Así inicias tu poema “Melancolía”. A lo largo del libro he leído más rebelión que melancolía, a pesar de que este sentimiento es bastante común en el lenguaje de muchos poetas. Empiezas por el olvido y, como tú mismo haces en el poema, acabas con la muerte, eso sí, con una muerte liberadora de la carga del inventario particular de cada uno.


Cómo podrías acabar tú este libro de mejor forma que lanzando un himno a la supervivencia, a pesar de todo y de todos:


“Sobrevivir 

persistir en la mínima presencia 

no entregar la cerviz al muro ciego 

del mundo hecho serpiente.”


Bueno, Iñaki, ya he llegado al final de tu libro y de esta carta.


De tu libro me quedan palabra o paisajes como olvido, alba, vacío, soledad, muerte, tiempo que nos queda, tiempo pasado y, junto con ellas, todos los pensamientos que han envuelto estas y otras palabras para hacernos llegar la belleza de tu poesía, la profundidad de tus pensamientos.


Cada vez que leo algo escrito por alguien que ha pasado a vivir en otro espacio, pienso que sigue aquí, su voz es más poderosa que la muerte.


Agur.


Pamplona, marzo de 2021

Isidoro Parra.

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