CARTA ABIERTA Nº 2 A JAVIER AGUIRRE GANDARIAS


Buenas noches, Javier, hoy quiero hablarte de dos libros tuyos que he leído.


El primero de ellos, “El día y la noche”. Creo que es el cuarto en el orden de los que publicaste.


Al empezar a leer los primeros poemas, se me ha abierto un espacio en la mirada, el papel se ha aclarado y las palabras han bailado un delicado vals. He tenido la sensación de que todo lo que habías escrito con anterioridad había sido necesario para poder escribir estos poemas. 


Me recordaba a esos momentos en los que descorchas una botella de vino tinto y tu nariz se llena de aromas que recuerdan a la tierra, al hombre que la trabaja, a la lluvia que la riega, al sol que la ilumina.


Casi me ha apetecido descalzarme para andar más ligero, para ponerme al ritmo de tus versos.


Desde el primer poema, “Premonición”, se atisba la hondura de los pensamientos, la serenidad de la espera (mucho más importante que la de la esperanza).


En “Nombres”, por ejemplo, escalas los espacios abiertos como una flecha que busca algo más estable que la piel.


Echas mano de los pinos, de los nogales y de las hayas. No es el pino el árbol que más me llega, pero los nogales son parte estable de la visión diaria de mi jardín, adoro su sombra, sus hojas anchas, la apertura de sus yemas, sus frutos. De las hayas es fácil hablar para los que tenemos la suerte de pasearnos entre ellas con habitualidad. A mí, las de Urbasa, me dan vida y aliento.


Parece que no te olvidas de Dios, pero si te faltan sus atributos, la altura y el ara, te basta todo lo demás, lo que ves y te rodea, lo que amas y te sostiene.


Qué amable ligereza poder decir que volaste con la muerte que esperaba, sobre las fuentes y entre el brezo. Creo que volaste y, al acabar el vuelo, después de mucho volar, te separaste. Te fuiste por tu lado, por tus querencias, y ella se fue no sabemos a dónde.


Tu poema “Diciembre” me suena a sinfonía, a un adagio que me hace soñar, con ese final que sabe a esperanza: “… y parece, también, que duerme el corazón como si no deseara vivir, pero el corazón simula”.



El segundo libro, “Música del río”, editado por Pamiela, es el que me provocado leer tu obra.


Al leer sus poemas, siento que el discurso se diluye para buscar la esencia, se va por los desagües, por los ecos del tiempo que pasa.


Qué profundidad tan oscura la de tu poema “Noche”. Dibujas distancias y afueras, tristezas que se encierran en la noche; todo se extraña cuando falta la vida.


La tranquilidad que respira tu poema “Llegará” me llega acompañada de un aparente deseo de apartarte del mundo, de dejar claro que nada esperas, que no te importa perderte. No son muy alegres, Javier, esos versos: “y espero/ a quien me conceda el olvido”. He vivido momentos como esos, pero renuncio a esa desesperación. Por muy bellos que sean esos versos, que lo son, me quedo con las ganas de saber de donde venía tanta tristeza y tanta distancia.


Para variar, me he sonreído cuando he leído tu poema “Llave”. Estoy de acuerdo en que si pierdes la llave (o lo que te imagines), mejor no darle vueltas y mirar a la luna, a las estrellas que nos saludan, porque, además, no importa.


También he leído más de una vez tu poema “Naturaleza”. Es un espacio en el que todos nos perdemos, lo que nos rodea nos envuelve y no lo entendemos porque es más grande que nosotros, más sabio y más misterio.


Hermoso círculo virtuoso el que dibujas en tu poema “Duerme”.


Leyendo tu poema “Río”, conciso como un mensaje y ligero como una vela al viento, he pensado en todo lo que queda y quedará después de que pase el agua y que pasemos también nosotros.



Como ves, Javier, he leído, he releído y vuelto a repasar, me he detenido más en unos poemas que en otros, pero eso es siempre igual con cualquier libro de poemas que abras en tus manos.


Siento haber pasado tantos años sin leerte, pero nunca es tarde para la poesía.


Un abrazo roto por el tiempo para ti, Javier.


Pamplona, febrero de 2021.

Isidoro Parra.


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