INVIERNO XXIII. Primeras flores


“¿Quién puede renunciar a la belleza

tan sólo porque es breve?.

Lola Mascarell (Un vaso de agua: El tiempo gira).


Estamos en enero, el primer mes que discurre completo a través del invierno. En esta estación, pensamos que todo, en el invierno, es tiempo del silencio, de la inmovilidad de la naturaleza, semanas  en las que no pensamos en flores surgiendo valientes de la tierra; pero nos equivocamos, afortunadamente.


Esta mañana, mientras hacía un pequeño recorrido por los rincones de mi jardín, he podido sorprenderme con las primeras flores de San José que apuntan valientes entre la hojarasca del otoño y me han atrapado con su belleza blanca, ligeramente amarilla también, que surge de sus hojas verdes y carnosas. 


Todos los años, esta flor me sorprende en medio de los fríos y los vientos de enero, desafiando lo inesperado, adelantándose al final de la espera.


La flor de San José tiene su sentido algo sagrado, más allá de su nombre. En los valles verdes del norte se la respeta como a pocas otras flores, nunca se arranca, jamás se tira, se la considera algo más que una flor. De hecho, cuando muere un niño, su ataúd se cubre de estas flores, como si un cuerpo puro haya de acompañarse, en su partida, de otra pureza limpia y clara, la que irradia esta flor.


Afortunadamente, hoy no tenemos ningún deceso, el viento sopla fuerte, las ventiscas llegan en oleadas que dejan paso a espacios soleados, fríos.


En medio de este día, en este invierno que no solamente duerme, apuntan las primeras flores del año, asoman de la tierra para recordarnos que la vida se repite, que llega de nuevo. Parecen un heraldo de la belleza y de buenos presagios.


En medio de esas hojas marchitas, ya violetas, de las briznas de hierbas ya muertas, resplandecen en su pequeñez como una gran trompeta que anuncia de nuevo la repetición del ciclo eterno de la naturaleza.


Amillano, enero de 2019

Isidoro Parra.

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