CARTA ABIERTA Nº 1 A JAVIER Aguirre Gandarias


Buenas tardes, Javier.


Me hubiera gustado conocerte. Creo que podríamos haber hablado con calma, respirando el aire de los prados y los bosques, de tantas y tantas cosas, de tus experiencias como boxeador, de tus más delicadas experiencias como enfermero y, sobre todo, de la poesía en general y de tu poesía en particular, de la sensibilidad que cruzaba tu vida como una lanza poderosa.


En la relectura que estoy haciendo de los libros de poemas que compré cuando era joven, cayó en mis manos el volumen que publicó Pamiela de tu poemario “Música del río”, un libro ligero,  como tu poesía, sencillo por dentro, como creo que eras tú, con esas tapas azul claro (no estoy seguro de que la intensidad del color de esas tapas sea la que se utilizó en la impresión original o si, por el contrario, es debida al paso del tiempo).


Me quedé colgando de algunos de los poemas. Así que emprendí la tarea de leer tu obra, intentar conocerte un poco más.


Así que he comenzado por “Del bosque y del olvido”, poemario de 1977, que escribiste con menos de treinta y seis años y que, ante la ceguera de editores y monetarismo de los lectores, editaste tú mismo. Hoy en día, es el primer libro que se incluyó en “Soles”, esta recopilación de tus poemas hasta 1991 que publicó la Universidad del País Vasco.


En esos primeros versos tuyos me he demorado para intentar acercarme a las primeras imágenes que te sugería la poesía. 


Me ha encantado la levedad de los poemas, miradas a los objetos cercanos, a la naturaleza que te rodeaba, mientras marcabas una pequeña distancia, la necesaria para observar, para ver, con una mirada amable, hacia el pasado y a los que se fueron pero dejaron su huella visible en lo que ahora habitamos.


Tu mirada no era un lamento por los estragos del tiempo, era un ver pasar el tiempo con amabilidad, con la necesidad de entenderlo, de integrarlo contigo y con las cosas que te rodeaban.


Andrés Trapiello, en uno de sus diarios, se hace esta pregunta: “¿Por qué todas las cosas son al mismo tiempo ellas y su contrario?”. No tengo la respuesta y, a tenor de algunas de tus propias expresiones, creo que la pregunta se la han hecho muchos poetas.


En esa búsqueda te reconozco en expresiones como: pálida estrella, llamas pacíficas, sol nublado.


Qué hermosa forma de no dejar resquicios a la luz y encerrar un gran misterio, cuando acabas uno de tus poemas con esta imagen: “Cuando toda la noche cantaba negra/ el/ grillo negro”.


¡Qué cercanía y alegría respira ese verso que vuela hacia la imagen de la abuela!: “corre; se está mojando y nos espera…”.


No debías estar muy contento el día que, creo que con rabia, creaste esos versos: “No es necesario/necesariamente bello/que nadie llore por nadie”. Estoy seguro que no rechazabas la mano amiga, la caricia amorosa, el consuelo sincero, pero reconozco que hay días en todo se vuelve gris y la rabia pulsa por salir de nuestro interior para volcarla sobre la primera persona que te encuentras.


Percibo desprendimiento y grandeza en ese poema tuyo que comienza con ese verso: No es el mío el deseo, para acabar el poema, después de un desprendimiento verso a verso, con esta imagen de soledad llena de estrellas:


“estoy solo en el andén, 

y miradas de estrellas 

me señalan 

con su dedo 

lechoso.”


Leo desprendimiento y algo de orgullo herido, no exento de ira no contenida, y mucha fuerza en tu poema que inicias con esta estrofa:


“Aniquile el invierno por las hojas, 

Entierren y desentierren señores 

a sus muertos, 

y quítenme el suelo donde piso 

y el poco amor y caridad que tengo; 

y rómpanse los mundos, no me hacen falta.”


Hay un desaliento esperanzado, relato pausado y exaltación del tiempo y la noche en ese final de poema:


“y la noche promete ser 

igual de lenta y difícil…”


Por último, y antes de despedirme, Javier, me gustaría hacerte un comentario sobre el final de tu poema “Un pozo”. Sé que el oficio de escribir poesía siempre ha estado emparejado con ánimos no exentos de cierta tristeza, de melancolía, pero, Javier, tenías menos de treinta y seis años cuando dejaste este lamento final en ese poema:


“ay, hombre de juventud triste; si tú pudieras 

volver a escuchar la risa 

Aquella, que apenas te rozara.”


No estoy seguro de poder transmitir los sentimientos que han generado en mí tus poemas de este primer libro, temprano libro. Solamente he querido enviarte estas notas para que sepas que he reconocido o me he reconocido en algo, lo digo porque cuando nos detenemos en un verso, es porque, de alguna forma, nos reconocemos en lo que se dice.


Te seguiré leyendo, Javier. Gracias por tus palabras, por tu sensibilidad y la construcción de tus pensamientos en forma de poemas.


Allá dónde estés, espero que te lleguen estas líneas.


Gero arte.


Pamplona, febrero de 2021.

Isidoro Parra


 

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