INVIERNO XX. Romero.


“Ya les llegará a su hora, el veloz mensajero que anticipe el glorioso retorno de las aves.

Iván Carvajal (Tentativa y zozobra: Del Sitio X).


Seguimos en enero y apenas me ha dado tiempo para ser consciente de la estación de la reflexión, cuando estas pequeñas flores del romero me salen al encuentro en mi jardín.


  Temprana es su llegada, con sus colores violetas y blancos, llenando todas sus ramas, ocupando el espacio de la esperanza renovada. 


El romero se extiende como un tapiz sobre la tierra, pero nunca soy tan consciente de su presencia como cuando llega este momento de su floración.


Es también uno de los regalos del invierno que viene a llenar el vacío de color hasta que la primavera explote y nos inunde con su abanico de colores.


Miro la maravilla de este nacimiento repetido y siento el guiño cómplice de sus flores que me quiere llegar adentro para mantener encendida la luz de la esperanza, para abrir las puertas de la sonrisa en este tiempo de recogimiento.


Sus flores esconden por unos días el crecimiento de la planta, de sus ramas, que más tarde y en momentos de inspiración aderezarán guisos de carne llena de olores y sabores aunque, de momento, todo el espacio de la visión lo ocupa la belleza de sus flores, la frescura de este nuevo nacimiento.


A su alrededor, el tomillo se resiste a brotar, las rosas apenas encienden los botones de sus próximos brotes, las yemas de los árboles están paralizadas por el frío, pero el romero les anticipa la próxima estación como una llamada.


La irrupción de sus flores en la apatía del crecimiento de la vegetación es suave, casi tímida, como un anuncio de violines encantados, pero en su delicadeza reside gran parte de su belleza.


Miro estas flores y mis ojos se paralizan y quisieran quedarse ahí, fijos en la imagen que les ha atrapado, en la belleza natural y gratuita que la naturaleza nos ofrece, en su aportación a la piedra.


Pamplona, enero de 2019

Isidoro Parra

 


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