CARTA ABIERTA Nº 5 A JAIME GIL DE BIEDMA


Buenos días, Jaime.


Estamos lejos del mes de junio. Por eso, he leído tu poema “Noches del mes de junio” con la distancia de varios meses, con tanta anticipación a las temperaturas de ese mes que preludia el verano, que he tenido que hacer una maniobra para familiarizarme con las palabras que escribiste, he tenido que olvidarme de la piel y me vuelto a mirarme en mi memoria.


Es un poema que dedicaste a Luís Cernuda, el gran poeta de las realidades y los deseos.


Como haces en otros poemas, en la primera estrofa sitúas el escenario, el aire que rodea al momento, a la vivencia:


“Alguna vez recuerdo 

ciertas noches de junio de aquel año, 

casi borrosas, de mi adolescencia 

(era en mil novecientos me parece 

cuarenta y nueve) 

porque en ese mes 

sentía siempre una inquietud, una angustia pequeña 

lo mismo que el calor que empezaba, 

nada más 

que la especial sonoridad del aire 

y una disposición vagamente afectiva.”


Leo y me detengo en tus versos y me parece que para poder precisar el año, debió ser muy especial, una puerta que se abre y que deja abierto el pasillo para que circulen todos los vientos, impetuosos, debió ser el año del descubrimiento del cuerpo que reclama el enfrentamiento con lo que no acabamos de conocer pero que nos llama como un impulso irrefrenable.


Imagino noches cálidas, noches que nos esperan en las afueras, que nos llaman desde la media distancia, que nos esperan silenciosas con la vida agazapada entre las sombras, aguardando la oportunidad de morder, de clavar los dientes en otra sed, en otras hambres.


Imagino ese calor que va creciendo día a día, con sus mañanas todavía frescas, que se expande conforme el sol va subiendo y que no se sabe si se disolverá o encenderá todas las calenturas.


Imaginar la sonoridad del aire me resulta más complicado, pero imagino que el golpe de un batiente de una ventana golpeando sobre un marco, algo lejano, el discurrir de una bicicleta, el llanto de un niño, el leve roce de las hojas que el viento echa en los brazos de otras hojas, cualquier leve movimiento se convierte en sonido para mantener despierta la inquietud y el deseo. Al final, ¿funcionan como una llamada o solamente como un reclamo?. Un soliloquio de la piel, una orfandad de placeres.


Imagino lo que encierra esa vaga expresión tan precisa, tan llena: una disposición vagamente afectiva. Cuántas sensaciones que rememorar en la disposición, que no en la oferta descarada. La palabra disposición me sugiere la actitud de espera alerta, de saber que mi alma estará disponible si alguien la busca. 


La palabra “vagamente” me sugiere demora, ofrecimiento desvaído, actitud indolente que desea que todo discurra lentamente, que se prolongue el descubrimiento.


Por último, la afectividad que va más allá del deseo carnal, que lo encuentra pero que quiere ir a más, hasta la piel del corazón, no solamente la del cuerpo.


Continuas y persiste en la soledad:


“Eran las noches incurables 

y la calentura.

Las altas horas de estudiante solo 

y el libro intempestivo 

junto al balcón abierto de par en par (la calle 

recién regada desaparecía 

abajo, entre el follaje iluminado) 

sin un alma que llevar a la boca.”


Es una soledad muy vacía la que expresas en estas estrofas, Jaime, una soledad que crece a causa del deseo insatisfecha, que es porque se destaca, por encima de todo, las ausencias, la falta de respuesta de las afueras.


Ni la calle mojada, llovida o regada, refleja ningún paso vacilante, ninguna duda, solamente la soledad se refleja, solamente la nada.


Abres ese balcón para poder respirar, para que respire tu desazón, para que esa vaga disposición encuentre una respuesta, para dejar abierto el oído, atento a la señal que no llega.


Te estorba el libro, no te concentras, todo tu cuerpo es búsqueda desesperada, tu boca es un desierto.


Acabas, como siempre, magistralmente:


“Cuántas veces me acuerdo 

de vosotras, lejanas 

noches del mes de junio, cuántas veces 

me saltaron las lágrimas, las lágrimas 

por ser más que un hombre, cuánto quise 

morir 

o soñé con venderme al diablo, 

que nunca me escuchó.”

Pero también 

la vida nos sujeta porque precisamente 

no es como la esperábamos.”


Bueno, Jaime, no sé cómo vivías esos recuerdos, pero en otro de tus poemas, tú mismo decías, más o menos, que “en el recuerdo, el júbilo es igual que la tristeza”. Por eso, espero y te deseo que las vivieras como quién recuerda algo jubiloso.


¿Quién de nosotros no se ha planteado, alguna vez, vender su alma al diablo?. Siempre ha sido tentador vender un futuro improbable por un presente real, inalcanzable, por una fuente de agua fresca en medio del desierto, por esa elegancia de unas piernas de mujer que corren más rápido que tu mismo, por unos ojos más grandes y profundos que la luna.


Lo que nunca es menos sabido es que el diablo es sordo, que a nadie escucha y que, siempre, siempre, la realidad, nuestra propia realidad nunca cumple las expectativas del deseo.


Como siempre dibujas un mensaje de esperanza, me quedo con él, con ese misterio de amar la vida, no aunque no sea lo que uno desea, sino porque precisamente no lo es.


Hasta pronto, Jaime.


Pamplona, febrero de 2021.

Isidoro Parra.



 


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