CARTA ABIERTA Nº 5 A JAVIER AGUIRRE GANDARIAS.


Buenas tardes, de nuevo, Javier.


Aquí me tienes, después de acometer la lectura de los libros que ya nadie esperaba de ti. En más de una ocasión habías expresado tu deseo de dejar de escribir y publicar. Afortunadamente para nosotros, te bajaste de tu propio deseo y seguiste buscando espacios y vuelos para tus palabras.


En mi modesta opinión, a partir de “Nube y cuchara” inicias una nueva singladura, buscando otros mares y otros temas, hay como una ruptura delicada en esa búsqueda, exploras territorios más duros, enfrentando el rostro endurecido de la vida. Son poemas, algunos, más extensos, sin perder un ápice de la soltura con la que ya te tratabas con las palabras.


He creído ver un apunte de tu necesidad de reconocimiento por parte del otro en tu poema “Senilidad”, pero no el reconocimiento del público en general, el de la multitud, sino el del ser más cercano, el de la piel más conocida.


Ese recuerdo del amor que conservas en tu poema “Solía llevar”, que te hacia levitar sobre las calles y los campos, aún persiste hoy en día. En el fondo, vivías obstinado en el amor.


He observado también que en algunos poemas sacas el genio que seguramente tenías y que tu propia forma de ser atemperaba. Para mí es nuevo en ti. Me refiero, por ejemplo y entre otros, al poema “Corneta”.


Creo que tu color, en los meses en los que escribiste estos poemas, era el amarillo. Lo citas y lo dejas volar por tus poemas con la frecuencia del ser en el que se piensa con insistencia. Lo veo, especialmente en el poema “Libro” que, además de ese color, se vuelca sobre los libros para recordarnos a todos los que amamos la lectura la forma tan amplia en la que los libros están presentes en nuestra vida.



He abierto en mis manos tu poemario “Cuatro bajo la nieve”. En él se confirma la ampliación de caminos y de poemas, tu caminar por nuevos paisajes. Atrás, aparentemente, han quedado las rosas, las piedras blancas, los bosques y los caballos, pero han aparecido nuevos escenarios, los hombres, el género humano en general, la interacción con ellos.


¡Qué bonito sería vivir momentos como el que describes en el primer poema “El encuentro”! Ganaríamos mucho en nuestro deambular por los días si en lugar de cruzarnos con caras largas y serías, brillara frente a nosotros una mirada que nos “esta viendo y reconociendo” aunque nosotros no sepamos quién es y si, además, podemos caminar con él, no se puede pedir más.


Si lo que describes en tu poema “Hoy he salido” lo escribiste pensando en ti, estoy seguro de que, aún muerto, gozarás de una gran salud en estos momentos.


Tu poema “Quimono” es un poema, pero es más, es una historia que podría desgranarse a lo largo de una noche, con un whisky inacabable entre los dos. Tú me contarías y yo te escucharía.


Un viento de ironía ha colocado algunas estrofas en tus poemas que les hacen hablar de forma diferente, como en ese poema “Nueces”, en el que nos cuentas que te has guardado, bajo la almohada, el cerebro -la nuez- más aguda.


¡Qué abstracción de la presencia en tu poema “Llegué”! No se sabe si llegas o te vas, ni cuál era el sabor de las frutas, si ibas o venías. Lo único seguro es que estabas ahí.


Es posible que tengas razón en tu poema “Puerta”. Toda la vida estamos buscando la misma puerta. Creo que no acabamos de encontrarla porque no la pensamos con serenidad o porque, en el fondo, no la queremos encontrar. Si la encontráramos se acabaría el desasosiego y no sabemos renunciar a él.



Descanso ahora mi mirada recorriendo tus poemas de “Pensión Matilde”, en el que el amarillo se ha aposentado en muchas alcobas.


Confusión, sorpresa y certeza, todo encerrado y, al mismo tiempo, libre, en tu primer poema, “Dijo”. Mucho en poco espacio, arte de la precisión para decir todo con pocas palabras.


Manos tendidas y agua inundando fugas, caminos hacia una libertad desconocida, huidas que no lo son, todo flotando en tu poema “Creo que aún vives”.


Me he detenido en tu poema “Caída” porque hace no más de una semana yo también me caí, físicamente, sobre el asfalto, pero no vi todo lo que tú pudiste ver, era de noche y tampoco pude ver las estrellas. Espero que en mi próxima caída, que la habrá, pueda ver algo de luz en la que apoyarme para levantarme.


Al leer tu poema “Los pájaros”, he podido ver que tus cartas también vuelan hacia los pájaros, se sostienen en el aire y regresan a ti con nuevos mensajes. Algo así espero que pase con mis cartas, estas que te dirijo y que espero te encuentren en algún lugar del aire, en medio de la espesura, en el color amarillo, junto a tus caballos, en la nieve.


He pensado al leer tu poema “Innumerables”, que a falta de felicidad, tampoco estaría mal encadenar promesas con promesas, sin abismos que hicieran caer todos los andamios.


En tu poema “Calle” vislumbro la posibilidad de que la calle sea el cobijo, el espacio cerrado en el que sentirse arropado, sin salidas hacia la nada, con todo el mundo retratado en las fachadas de sus casas.


También me ha parecido hermoso poder hacer que todo resplandezca en compañía de la muerte, haciéndola partícipe del camino de la vida. Tal vez por eso, tu poema “Debe de ser” es luz del principio al final.


¡Cuánta aceptación, necesaria para la vida a una edad, se condensa en tu poema “El barco”! Uno siempre apuesta, tira los dados y espera el resultado con escepticismo para no frustrarse mucho con el resultado.



Abro tu libro “Playa vacía” para intentar seguirte en esa exploración tuya por nuevos espacios, por territorios en los que dejar una leve huella de tu pensamiento.


Me detengo en tu poema “Hoja en blanco”. Los materiales que siempre obsesionan a los que escribís y a los que lo intentamos, la hoja en blanco o emborronada, nuestros pensamientos, nuestros fantasmas, nuestros puntos de fuga… y el aire, que todo lo recibe.


Tu poema “Eché a correr”, me ha hecho pensar en la dirección de nuestra mirada. Creo que siempre miramos hacia delante, buscando alcanzar objetivos, seguir andando y llegar a la meta. Pocas veces dirigimos nuestra vista atrás, no tanto para ver si nos persiguen como para no olvidar nuestros pasos equivocados. Me lo has recordado. Gracias.


Me duele el final de tu poema “El olvido” en ese grito desgarrado que solamente se aferra a la derrota poniéndole el trazo de color:


“… y de los que nada más desean 

que vivir lo necesario, 

como el geranio y la rosa, 

para hallar el olvido.”


Al volver a leerlo, me pregunto si el olvido sobre el que escribes es el mismo que el que yo leo. Es posible que sí y es posible que no, porque el olvido es tan profundo y tan vasto que nos deja sin aliento, sin nada que merezca la pena esperar.


¿Y qué decirte del final de tu poema “El muro”? Has retratado la continuidad de toda tu vida, de la que te fue previa y de la que no puedes ver en un futuro que desconocemos, pero ese hilo que se desliza por todas ellas, cose las esperas y la esperanza de que formemos parte de un todo que somos, que hemos sido y quién sabe si seremos.



Me enfrento ahora, para acabar esta carta, a tu poemario “Era de día”.


Te adelanto que en él he apreciado dudas, extrañezas y aceptación, mucha aceptación. Creo que tu edad ha aportado a tu poesía el desasosiego del paso del tiempo, el voluntario alejamiento de las cosas que nos rodean y la necesaria aceptación para seguir viviendo, todo ello sin perder la ligereza de tu escritura, la selección de tus palabras y su colocación en el papel en blanco, dejando una ventana abierta para que vuelen en el aire más cercano.


No me extraña que cada amanecer te deje de piedra. A mí me deja pasmado, como una roca blanda: la belleza del amanecer de cada día y la realidad de estar vivo.


No hablas de olvido en tu poema “El arroyo”, pero parece que te estás olvidando de ti mismo, mientas el dolor te dirige por caminos llenos de sombra:


“Cuando me levanto y me voy 

me voy por otro sendero;

que no se vea el dolor 

de una sombra que se aleja.”


Es realmente cierto que hay días en que te invade una sensación de que todo brilla más, que no vemos las sombras, que oímos los cantos de los pájaros que no escuchamos otros días, que todo el mundo sonríe, que los caminos nos llevan y el aire nos acaricia. Son días y momentos de esperanza, como los que relatas en tu poema “Claridad”.


¿Quién llega en tu poema “Las nubes”? Parece que sabes de antemano quién viene, la que no nos gustaría que existiera, la que tanto tememos, pero transmites un mensaje de laxitud, de confianza en su llegada, parece que, tal vez, no sea malo que llegue y, en cualquier caso, no importa.


Me asombra leer cómo se puede hacer un poema tan claro y bello cuando unes las imágenes de el mear de un caballo, de su caudal, de la hierba, de la tarde y de las nubes, pero lo has hecho. Ahí está tu poema “Caballo”.


Veo que en estos últimos poemas tuyos, has vuelto a territorios ya pisados, queridos, has vuelto a la rosa, a la levedad de la flor, a la poca importancia del color, asociando la hermosura con la fragilidad y la incertidumbre, todo ello en tu poema “Ramo”.


Me parece acertado no dejar escapar las buenas noticias y mucho menos a los mensajeros. Por eso, en ese poema tan tranquilizador, “Un pequeño pájaro”, le has pedido al pájaro mensajero que se quedara contigo. Espero que hayáis compartido un buen rato de buenas noticias y de ilusiones.


Rotundidad, aceptación y cierre del círculo, sin puertas para la fuga, es lo que expresa tu poema “A esta altura”. Déjame transcribirlo. Estoy seguro de que el que lo lea no coincidirá totalmente conmigo, pero algo verá de lo que te digo y mucho más de lo que tú dices y yo no he leído.


“A esta altura de la vida 

quisiera poder decir 

algo que fuera importante, 

pero de todo lo que vive, 

como de todo lo que gira, 

ese algo es algo que se me escapa.”


No es un haiku ese corto poema tuyo que titulaste “El albañil”,  pero en sus cuatro líneas cabe la luz y la vida, un albañil encalando una pared, su silbido, el sol y la calle, ¿para qué más?, sobre todo si se sabe componer una canción con tan pocas palabras.


Me suena a despedida ese poema tuyo, sobre todo su final, con el que se cierra el libro y, para mí, tu obra poética: “Botones y zapatos”. Yo también desearía ver, llegado el momento, la sencillez de las cosas sencillas, no oír cantos de sirenas y no desfallecer, dejándome llevar por esa que aguardará mi llegada hilando.



Javier, aquí acaba, de momento, este epistolario. Perdóname si me he pasado en el tono y, sobre todo, perdona mi ignorancia en todo lo que no he sabido ver, leer o gozar de tu testamento poético, de ese mar que has llenado de palabras que vuelan y que, por ello, todavía nos acompañan.


Gracias. Eskerrik asko.


Pamplona, marzo de 2021

Isidoro Parra.


Comentarios

  1. Estoy un tanto abrumado por tu aportación y disección de los poemas plasmados en esta carta y tantas otras. Se requiere invertir un tiempo necesario para poder profundizar en sus interiores. Además supone desnudarse un tanto para dejar ver lo íntimo del pensamiento tuyo, aun a costa de equivocarte en tus apreciaciones y exponerte a quedar en un tercer ó cuarto plano con respecto al compositor de los poemas. Derramar imaginación es un arte que no a todos nos está permitido alcanzarla.
    Captar la esencia de un poeta, siempre me produce mucho vértigo, y más cuando éste entra en el fondo de los sentidos y llega a transitar por los senderos tenebrosos de lo escondido.

    Un abrazo fuerte . Tomás J,

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  2. Gracias T.J. Para empezar, tu comentario está lleno de la profundidad con la que se viste la poesía. Respecto a lo que dices, creo que lo que vuelco es el resultado de una frustración y de algo que es importante en mi vida. La frustración es la que se deriva de aquellos que, amando la poesía, son incapaces de hacer algo serio en ese horizonte. La importancia en mi vida es la de la propia poesía que, en ocasiones, me ha salvado y otras muchas, casi cada día, me sostiene.
    Gracias, de nuevo.

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