PRIMAVERA VII. La alfombra rosa.


“A veces veo cosas tan bellas que me alegro no poseerlas.”

Christian Bobin (Un asesino blanco como la nieve)



Es media mañana en mi pequeña Pamplona, un día más de esta primavera ya entrada en días. Estoy paseando por los jardines de la Taconera, admirando los árboles con sus hojas nuevas y frescas, las flores de cientos de colores que crecen o se marchitan en hermosos arriates arropados por pequeños setos de boj.


Paseo intentando acompasar mi respiración con la paz que flota en el aire.


Algo más adentro, los animales de los fosos digieren la comida de la mañana mientras pasean lentamente y, de cuando en cuando, responden a la llamada de algún paseante que les ofrece más comida.


En medio de la relajación del momento, respirando el olor que desprende la vegetación, una llama de color capta mi atención inmediata y me detiene.


Es un manto rosa que los pétalos de varios árboles han dejado caer sobre la hierba que les hace de suelo. Son tan numerosos que han formado una alfombra que semeja una gran capa ceremonial celebrando lo bello y lo perecedero, la fragilidad de lo que no podemos poseer porque sólo es de la mirada de cualquiera que quiera verlo, un guiño de la naturaleza.


A veces, la belleza es tan inesperada como sencilla, tan cercana y tan efímera que podemos perderla sin apenas darnos cuenta. Por suerte para mí, cuando la veo ahí, delante mía, regalada a mis pies, algo da un vuelco en mi interior que me reconcilia con la creación. 


Y me detengo porque no me basta sólo con ver, quiero contemplar y  hacer de la imagen pasajera una foto perenne en mi memoria.


Una vez más, compruebo la superioridad de la naturaleza sobre mi capacidad de imaginar.


Un vez más, gracias por aparecer y quedarte unos días conmigo. Me das aliento para seguir y esperar el siguiente milagro de la belleza.


Pamplona, abril de 2018

Isidoro Parra.



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