EJERCICIOS DE TALLER I. Los abrazos rotos.



Buenos días a todos, compañeros del papel y las líneas negras. En esta ocasión me ha apetecido escribiros una carta.


Vaya por delante una aclaración, cuando en lo que vais a leer os encontréis con la palabra “abrazos”, quiero dejar sentado que estoy hablando de “abrazos virtuales y literarios”. Por nada del mundo quisiera que nadie pensara, en estos momentos, que soy un imprudente o inconsciente o un peligro para mis congéneres. Lo que si es cierto es que se lee mejor solamente “abrazos” que “abrazos virtuales”.


Las hojas del almanaque empezaron a ralentizar su caída a partir del 14 de marzo, el tiempo se extendió o pareció que se extendía, todos hicimos planes: limpiar de papeles viejos cajones, sacar ropa imponible de armarios que se abrían poco, terminar tareas empezadas hace mucho tiempo, siempre inacabadas, leer los libros que siempre dejábamos pendientes por demasiado extensos, demasiado abruptos, densos hasta la desesperación, pero ahora disponíamos de tiempo y había que llenarlo.


Iniciamos todas las tareas y alguna otra que surgió de alguna carpeta, de alguna llamada o de algún recuerdo, pero nos acompañaban otras amenazas: las noticias de primera hora de la mañana, el número de nuevos casos contagiados, los fallecidos y los sanados; los saludos matutinos de los amigos, buenos deseos y fotos y chistes y vídeos, sobre todo muchos vídeos, unos cargados con canciones que en algún momento nos habían llegado al corazón, otras hechas para el momento que vivimos, cantadas por solistas o por grupos –eso sí, cantadas de forma individual o colectiva desde sus casas-; mensajes y denuncias de todo tipo y colores, mientras nosotros asistíamos a ese desfile de desinformación sin saber a qué agarrarnos; más noticias al medio día –los “informativos”, claro- y más por la noche; hora tras hora salpicados de mensajes y noticias, todo menos… los abrazos.


Así resultaba que los días no se alargaban, más bien todo lo contrario. Yo, al menos, llegaba a la noche con la misma sensación que antes del confinamiento: un día más no había cumplido con la agenda que me había marcado y en mi boca se refugiaba un cierto sabor amargo, un desconcierto en el que faltaba la música y por supuesto… los abrazos.


Llegó el momento del reajuste, de qué prescindir, qué evitar, dónde poner los mayores y mejores acentos, aunque volvieran a faltar…  los abrazos.


A riesgo de ser maleducado, dejé de leer mensajes, de ver vídeos en el whatsapp, reduje el número de informativos, me prometí no enfadarme con los comentarios de nuestra “clase” de políticos, pensé que si no lo había pasado, algún día podía contagiarme de ese virus tan afectivo y que, en ese momento al menos, era imposible predecir el resultado de mi batalla con él, ordené mi plan de lecturas, me dediqué a escribir todos los días –una de mis mejores experiencias-, armé de disciplina horaria mis ejercicios, intenté cocinar lo mejor posible para mi mujer y para mí, bebí y sigo bebiendo los mejores vinos que he podido, he empleado tiempo en “hablar” con mis hijos, con mis familiares y amigos más queridos, con los más necesitados de afectos –yo mismo-, en resumen, he intentado marcar el contenido de mis horas y mis días, aunque me han faltado… vuestros abrazos.


Hoy, en estos momentos, pasados casi dos meses, estoy contento, ya no me importa salir o no salir, me alegro de estar vivo, de poder seguir hablando con vosotros aunque sea por teléfono y quiero mandaros desde la mejor parte de mi mismo –os advierto que es pequeña- lo que más deseo y extraño… un gran abrazo… ¿virtual?.


Hasta pronto, compañeros.



Pamplona, 2 de mayo de 2020

Isidoro Parra.


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