CAMINO A SANTIAGO. CAMINO AL INTERIOR. Primera etapa.

DIA 19 DE SEPTIEMBRE DE 2017.

DE PAMPLONA A PUENTE LA REINA.

Primera etapa.


Antes de iniciar El Camino, dejo la mochila en el hotel Reino de Navarra, junto a mi casa, donde he conseguido que me la reciban, a pesar de no estar alojado, para que, a primera hora de la mañana, Correos pueda recogerla y dejármela en el albergue de destino que les he indicado en la etiqueta que dejo colgada de la propia mochila.


Salgo de casa a las siete y media de la mañana, comenzando a amanecer, ligero de ropa y equipaje y acompañado por Txelo, que hace los primeros kilómetros conmigo hasta Cizur Menor. En esos primeros metros me siento un tanto ingrávido pero no tengo sensaciones de tensión, ni siquiera de intensidad o importancia sobre lo que estoy iniciando. Diría que me parece un paseo cualquiera de un día cualquiera.


Por el camino, en los primeros kilómetros y mientras se anuncia el primer amanecer del Camino, nos cruzamos con mucha gente, mucho estudiante que va a la universidad y otros que van en coche, en bicicleta o andando, a sus respectivos trabajos. La gente pasa a nuestro lado y no cruzamos con ellos saludos ni miradas. Es el tráfico y la frialdad de la ciudad, de las prisas, de lo ordinario de la vida, de lo inmediato que no nos deja ver a los que nos rodean.


La temperatura es muy agradable para caminar y el día se anuncia hermoso, con un cielo azul brillante, propio del otoño, y algunas nubes de diversos colores, blancas como algodón y grises como un recordatorio de cambio, amago de posibles amenazas, mientras una boina de nubes bajas coronan el Perdón.


Mientras caminamos, hacemos unos veinte minutos de meditación, en silencio, aunque una parte de mi cabeza vuela ya hacia el Camino. Hace ya meses que hemos abandonado la práctica cotidiana de la meditación que con tanto entusiasmo iniciamos hace ya más de un año, siguiendo el camino marcado por Pablo D’Ors y su filosofía de Los Amigos del Desierto. Lo cierto es que nos ha servido, al menos a mí me ha servido para conocer una dimensión de reflexión y vaciamiento que no he llegado a dominar pero que me ha dado mucha paz y me ha ordenado muchos días. Creo que la falta de seguimiento con alguna persona más iniciada, los viajes que hemos hecho y la aridez de la práctica en soledad, no nos ha ayudado a mantener con regularidad la práctica de la meditación.


Nos despedimos en Cizur Menor sin que, por mi parte, tenga una sensación de separación larga. Posiblemente, todavía no me creo lo que voy a hacer y el ánimo es más de un hasta luego que de un adiós. Será que no tengo mucha confianza en mí mismo y en mis capacidades de lograr el objetivo.


No vuelvo la cabeza, por ella y por mí. Sé que el momento tiene su importancia, su emoción y no quiero trastocar más la de Txelo.


Mientras Txelo vuelve caminando hacia casa, yo emprendo el camino en solitario, pasando por la fuente medieval y dejando atrás las casas y urbanizaciones de Cizur que me inspiran una sensación de incomodidad. Las veo alejadas, solitarias y sin vida en su entorno; algunas casas son más sencillas y otras más suntuosas (que las hacen parecer más desoladas), pero todas ellas en medio de un desierto urbanizado.


Al final de la urbanización asoma la primera señal que inicia un camino de tierra, como muchos de los que me quedan por recorrer. Me adentro entre campos de cereales, preparados para la siembra, limpios o ya sembrados, esperando el agua que ha de hacer crecer las semillas y verdecer su piel, anunciando un nuevo ciclo de la vida de la naturaleza que se repite todos los años y que nunca deja de asombrarnos a pesar de la sencillez de su quehacer.


Mi mente se vuelve hacia dentro y pienso en este viaje, en sus motivaciones, en mis intenciones al hacerlo, en si me apremia alguna búsqueda, en si es una huida hacia ningún lugar. Lo cierto es que no encuentro una respuesta concreta, pero no es menos cierto que no me preocupa. Me siento en paz y estoy abierto a vivir las experiencias que el Camino me traiga. No voy a poner frenos al pensamiento, al dolor ni a la contemplación más gozosa. Lo único que tengo claro es que es un viaje hacía mí, desde mí mismo y para mí. No sé lo que me va a dar, pero sé que volveré con algo que ahora no tengo. 


Tal vez, al final de este viaje, me toque responderme a la pregunta que formula Joan Chittister: ¿Qué soy cuando no soy nada más que yo?. 


En cuanto a la lectura, uno de mis oficios recientes más habituales, aunque no va a ser mi prioridad, también voy a disfrutar lo que pueda con ella.


De hecho, en un camino amplio, con cemento y sin circulación, he leído el Cántico Espiritual, de San Juan de la Cruz. Hacía mucho tiempo que no lo leía y me ha parecido una lectura apropiada para adentrarse en la poesía y en lo más elevado de la emoción y de un lenguaje que permite cualquier interpretación. Recordando a Steiner, y siguiendo su recomendación, voy a intentar memorizarlo entero o, al menos, una parte.


En los primeros kilómetros, recorro un trozo de camino estrecho, entre árboles que, suavemente, me va haciendo ganar metros y altura. También me ofrece la impactante vista del Señorío de Guendulain, con su palacio y su iglesia derruidos.


Con Guendulain a mi izquierda, tengo las primeras vistas de la Cuenca Suroeste de Pamplona y del Cabezón de Echauri.


Cuando he empezado a ascender las primeras rampas hacia Zariquiegui por un camino enlosado de piedras planas, me ha sorprendido, como siempre lo hace, una imagen de la naturaleza. El sol brillante, magnífico, que salía con fuerza por la Higa de Monreal bañaba con sus rayos la parte baja de El Perdón. Las nubes del amanecer le impedían adueñarse de toda la ladera, pero lucía como una trompeta en un solo, bello y escandaloso. La mente, como siempre, te invita a fantasear con lo que podría ser el nacimiento de un mundo nuevo, una fuerza con una intensidad difícil de aguantar y de entender y, gracias a ello, surge el primer poema del Camino.



EL SOL EN EL PERDÓN.


Irrumpes en la mañana,

brillante y arrogante,

y tus rayos llegan henchidos de promesas.


¿Qué fuerza oculta te gobierna?.

¿Nos das tu calor o nos vigilas?.

¿Vendrás mañana sólo

o traerás contigo a la parca?.


Tienes más que un punto de arrogancia

disfrazado de regalo o, acaso,

eres un aviso que no puedo descifrar.


Ocultas un poder tan profundo

que nos impide conocerte.

¿Tenemos que alabarte?

¿Debemos temerte?.


Me recuerdas a la grandeza de Dios,

pero también a un cataclismo por venir.

En cualquier caso, inalcanzable,

siempre un misterio presente.


A veces, la poesía (aunque sea mala como ésta –y no es falsa vanidad-) surge de la nostalgia, del sufrimiento o del amor, pero también hay veces que la poesía surge del miedo, unas  veces a lo desconocido, a lo que no entendemos e intentamos explicarnos por medio de bellas palabras desordenadamente ordenadas; en otros casos es el miedo a nuestra propia vida, a nuestras debilidades, a las dudas sobre nuestro futuro, lo que nos hace recurrir a esa forma de expresión que no siempre dice lo que queríamos decir.


De hecho, pienso en San Juan de la Cruz y me pregunto si en su Cántico Espiritual es más importante lo que dice o lo que oculta, lo que dicen las simples palabras o lo que dan a entender, lo que quiso que leyéramos o lo que creemos leer.


En cualquier caso, es curioso que unas personas necesitemos la poesía como el aire de muchos momentos y otras personas no tengan ningún tipo de interés, ni se hayan molestado nunca en intentar entender el poema más sencillo o interpelarse sobre si lo que dice un poema concreto dice algo de él.


En Zariguiegui, tengo la primera visión de los negocios en El Camino. No tengo datos, pero creo que el albergue, tienda, bar, etc., que paso y dejo atrás, han nacido al crecer el Camino. No me imagino ninguno de ellos sin los peregrinos que lo transitan.

 

Sigo caminando, pero quisiera acariciar la tierra de esos campos labrados, tenderme en ella y dejar que me penetre su fuerza, su poder de recrear la vida en todo momento (un vago intento de superar al mismo Dios). Un mosaico de colores para bañarse en su paleta.


Conforme asciendo los últimos repechos de El Perdón, pasado ya Zariquiegui, se va divisando la imagen completa de Pamplona y la parte suroeste de su Cuenca al tiempo que me acerco a los blancos molinos de viento que coronan la cima de la sierra. Con esta distancia, se hace real la despedida: me estoy alejando, la idea del Camino es ya un hecho. Aunque son pocos kilómetros los recorridos, no es ya un paseo habitual, es intentar cumplir un objetivo, con la alegría de estar haciendo algo diferente y personal. El Camino y yo.


Corono la cumbre en el espacio del monumento al Camino y a los peregrinos, hecho de hierro y óxidos, con un mensaje que parece señalar a otros peregrinos más antiguos, con otros ropajes y apoyos y contemplo, antes de perderla de vista, Pamplona y su cuenca. Ya noto la distancia, ya empieza a tirar de mí el Camino y hacerse más creíble.


Desde la cima de El Perdón, contemplo también el valle de Valdizarbe, que rodea Puente La Reina, mi destino del día, e inicio un descenso por una pendiente que es un pedregal, rodeado de encinas y tierras oscuras, incómodo y algo peligroso, que me impide controlar la velocidad de la marcha. De hecho, me cruzo con personas mayores que yo que caminan con un paso lento y cuidadoso. También me encuentro con varias personas que hacen el camino en sentido inverso. Desconozco si es una simple caminata o es que están volviendo de Santiago, haciendo el Camino de vuelta.


A pesar de ello, la vista que ofrece del valle que se extiende hasta Puente La Reina es luminosa y me hace pensar que también podemos pensar en el Camino como una sucesión de valles y colinas, de forma que cuando subes una colina, dejas atrás un mundo para vaciarte en uno nuevo.


Por El Camino, en ese descenso, pienso en Txelo, en los besos que nos damos y en los que nos perdemos y surge el segundo poema de este viaje.


TXELO


Me he perdido muchas veces,

de ti y de mí mismo.

Me he perdido algunos amaneceres,

llenos de tu energía renovada.

Me he perdido tus pensamientos

más íntimos y tus creencias,

distantes de las mías.

Me he perdido Soles y Lunas

de tus días y tus noches.

Me he perdido risas y gozos,

y me han herido navajas heladas.


Pero tus besos,

esos que me saben a amor

y a casa propia,

no me los quiero perder.

 

Mientras mi mente se vacía o se llena con estos pensamientos, voy recorriendo caminos de lo más diversos: amplios y sin vegetación, carentes de la belleza que busco, que deseo (son caminos que parecen llevarme hacia cualquier sitio no deseado, hacia sendas que me alejan de mi búsqueda). Junto a éstos, bellos caminos, medio oscuros, rodeados de vegetación diversa; de chopos que me recuerdan a mi Ribera; de nogales que recuerdan a Amillano y me dan sus frutos con generosidad; de encinas tan de nuestra Tierra Media, perennes; de almendros, con la oferta de sus frutos maduros; de fresnos, con sus hojas jóvenes y alegres; de zarzas con su oferta de moras ya marchitas; y así, sin fin. La realidad es que el Camino, como concepto y como espacio, va cobrando importancia y van perdiéndola el resto de elementos, pueblos, iglesias, casas.


Llegando a Uterga, los caminos se ensanchan y se aplanan, los árboles que los limitan me dan su sombra y me ofrecen los contrates de luz y sombras que engalanan el paisaje, como un juego de magia, de enseñar y ocultar, de invitación y rechazo, de negros, verdes y ocres, con el cielo por testigo.


Camino a Uterga


En esos momentos, me vienen a la memoria los ojos de Adriana y de Marcos, los unos azules y los otros marrones. Los ojos de Adriana que, en su mirada, acompañan sus emociones, siempre limpios, sin veladas sombras de las que deja la vida, que pasan de la alegría desbordante que refleja su felicidad a ese ceño de enfado que busca, casi siempre, reafirmar su propio yo. ¡Adelante, Adriana!. Te espera una vida plena que acompañaré hasta que pueda y lo aceptes.


En los de Marcos me abismo en un pozo lleno de matices, de la alegría a carcajadas hasta el misterio profundo de esa mirada que escucha, que interroga, que quiere saber y que procesa. Eres grande y eres todavía una incógnita, pero das cada día una tonelada de sorpresas que rompen la tristeza.


Dejo Muruzabal y camino hacia Obanos, casi sólo. Lo cierto es que he ido dejando atrás a mucha gente y noto el cansancio en los pies. Tal vez haya sido algo imprudente en el ritmo y, probablemente, tengo que reducirlo un poco. Entro en la iglesia a sellar la credencial y descansar unos minutos entre las sombras de su interior.



                                                       (Iglesia de Obanos)


Dejando a mi izquierda la ermita de Arnotegui, en la cima de la pequeña sierra y pasados unos minutos de las doce del mediodía entro en Puente La Reina, después de dar más de 29.000 pasos y recorrer algo menos de 24 kilómetros. Hay una satisfacción en el cuerpo y la sospecha de la credulidad de poder hacer el resto del viaje.


Con esa alegría, recuerdo los primeros versos del Cántico Espiritual que estoy intentando memorizar:


¿Adónde te escondiste,

Amado, y me dejaste con gemido?.

Como el ciervo huiste, 

habiéndome herido;

salí tras ti clamando, y eras ido.


Entro en la población por la iglesia del Crucifijo, que regentan los Reparadores Dehonianos y hago una visita a su interior, intentando mi primer diálogo con el misterio de lo que desconozco. Esta iglesia, pequeña, oscura, antigua, sin recargamientos decorativos, es del tipo de las que siempre me invitan, me tientan a buscar el misterio.


Voy directamente al albergue (Albergue Puente) que me resulta, para ser la primera experiencia, agradable y limpio.


Le pido a Txelo que se venga a comer y que, de paso, me traiga alguna cosa que he olvidado.


Después de la ducha y las reparaciones de pies, envío el mensaje de whats up con la información de pasos, kilómetros y las fotografías que tengo intención de enviar diariamente a varias personas con las que quiero compartir este Camino.


Mi mensaje: “Primera etapa, Pamplona-Puente La Reina, acabada sin ampollas. Según mi contador del móvil, 29.509 pasos y 23,3 kilómetros. Ya duchado y listo para descansar.”


Antes de mandar ese mensaje, repaso los que había recibido el día anterior con buenos deseos. Hago especial hincapié en algunos.


Comemos en La Conrada, a pocos metros del albergue en el que he reservado mi primera litera: lo mejor del albergue, la terraza del segundo piso, donde estoy escribiendo este diario.


Recibo rápidamente algunas respuestas al mensaje de hoy que voy leyendo y contestando.


He leído unas cien páginas de Guerra y Paz. Vamos a ver si consigo terminarlo a lo largo del recorrido.


El contenido del libro me recuerda la grandeza de Rusia, no siempre en bien de los demás ni de los suyos. Un país que me evoca paisajes, literatura, un mundo inabarcable.


Dos experiencias de última hora en Puente:


La primera es la impresión que me ha producido la población después de recorrer sus calles al atardecer: Mucha piedra, mucho alero y muchos escudos, mucha casa grande, en un ordenado trazado de sus calles. Todo respira un poderío medieval de relevancia que ha dejado un poso indeleble, como esos huertos amplios entre las casas que dan a una calle y las que dan a la otra paralela. Está claro que la unión de los dos caminos en Puente hizo nacer, crecer y prosperar negocios, infraestructuras. arte y buenas fortunas en aquellos momentos. El conjunto, que no una sola casa, lo atestigua.


Doy un paseo por las alargadas y rectas calles y me acerco a lo que considero será uno de los más valiosos y elegantes puentes medievales del Camino. Su visión no me defrauda, al contrario. Pienso que, en el pasado, el entorno del puente tenía que ser un espacio para el comercio, siempre en ebullición, siempre en alerta.


La segunda ha sido más inesperada para mi, más personal. Por la tarde, he visitado la parroquia de Santiago, con su trabajado pórtico y la primera imagen de Santiago apóstol a la que saco una fotografía porque pienso que habrá más imágenes a lo largo del Camino. Me han dicho que después de la misa, impartían la bendición del peregrino. Por curiosidad y porque me echaran el sello en este diario, he acudido a la bendición impartida por un monje de la orden de los Reparadores. Supongo que, debido a la escasez de sacerdotes, los frailes de esta congregación, que tienen su convento, su propia iglesia y el albergue más antiguo de Puente, han tenido que hacerse cargo de la parroquia principal del pueblo.


Acabada la misa, el celebrante ha pedido a los peregrinos asistentes que se acercaran al altar mayor para recibir la bendición.


El fraile, de apariencia agradable, con voz firme y bien entonada, y mirando directamente a cada uno de los peregrinos, nos ha preguntado por nuestro origen. Tras unas breves palabras, ha impartido la bendición general, leyendo un texto con mucho sentido.


Después, uno a uno, y mirándonos de nuevo a los ojos, nos ha dado un fuerte apretón de manos y, también a cada uno, nos ha dicho: ¡QUÉ EL SEÑOR TE BENDIGA!, al tiempo que nos ha pedido que recemos por ellos al llegar a Santiago.


Todavía no sé por qué, pero lo cierto es que la emoción me ha atrapado y ha introducido una primera flecha de desasosiego en mis entrañas.


No me voy a hacer ninguna pregunta trascendente. Prefiero haber vivido ese momento con emoción y no interpelarme, por ahora.


Creo, sinceramente, que la apariencia, el estilo y la fuerza del fraile han sido esenciales y, en todo caso, ha sido una experiencia espiritual reconfortante.


Entre las preguntas que me he hecho en silencio: ¿Por qué alguien tiene que darme esto, ofrecerme este regalo, con esa gratuidad?.


Es hora de descansar y reponer fuerzas para la siguiente jornada.


Al final, recuento físico:

Pasos del día: 29.509.

Kilómetros del día: 23,3.


Comentarios

  1. Muchas gracias pir compartir en este blog tu primer dia del Camino. Ha sembradocen mi, emocion, intriga y esperanza de que eae Camino lo sera tambien hacia tu interior, hacia el Misterio que nos habita. También a ti, estoy segura. El hará en este viaje que inicias y que tan bien relatas. Muchas gracias otra vez porque has removido en mi interior Esperanza.

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    1. Ana, gracias por tus palabras. Yo lo viví con mucha emoción. Fueron muchas horas de caminar en soledad, buscándome en unos tiempos que me encontraba algo perdido.

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