CARTA ABIERTA Nº 6 A IÑAKI DESORMAIS.


Buenas tardes, Iñaki.


Hoy te escribo desde mi monasterio personal, en tierra Estella, que decimos los de Navarra.


En la Biblioteca de Navarra he podido encontrar lo que las librerías actuales, incluidas las de segunda mano, me vetan: el acceso al resto de tus poemarios que no he leído.


Hace un par de días terminé de leer “La desaparición ilimitada”, un libro de poemas que publicado en 1989 en la Biblioteca de poesía en lengua castellana del siglo XX.


Observo que tus poemas no están precedidos de título alguno. Supongo que es una de las alternativas que tienen todos los poetas. De hecho, lo he visto en algunos otros. La duda que nos queda a los lectores es si no querías condicionar la lectura del poema, anticipando el tema que ibas a desgranar o si lo que querías es que cada uno de nosotros le pusiéramos el título al poema.


Dices en uno de tus poemas:


“Porque el arte y la vida no son todo lo posible 

sino la mínima 

probable muestra.”


Te pregunto, Iñaki, si en el primer verso no estás remando contra la corriente de tu propia vida. No sé demasiado de ti y no soy curioso, pero me da la impresión de que el arte fue importante para ti y que tu vida la viviste con la furia de los vientos más intensos y con la sed que te llevó a beber de muchas fuentes, a ver los problemas de la sociedad que te tocó vivir, esos que denunciaste, que sufriste.


Dices en otro poema que “la plenitud es breve”. Me pregunto y te pregunto, Iñaki, si podríamos llamarla plenitud si no fuera breve, si no pudiéramos distinguirla del resto de momentos que vivimos. Plenitud y belleza, breves pero esenciales para la vida.


Pájaros y alba, albas y aves, presencias permanentes en tus poemas que les hacen volar entre los muros negros de la noche y las paredes grises de los días.


Leo y releo varias veces tu poema “Aquí estoy …”. Lo hago porque, captando algunas ideas, cuanto más lo leo más siento que algo se me escapa. Visto desde la mirada del pagado, acunado y llevado en levedad por los vientos, nada hay más claro que la nulidad del tiempo y del espacio, pero percibo en mí, no tanto en tu poema, que necesito reconocerme en un espacio y tener conciencia del tiempo para saberme, para creer que soy. Por eso, doy vueltas a tu poema, para encontrar la fisura de mi mente por la que se escapa mi percepción de tu realidad poética.


Algo parecido me ha ocurrido al leer tu poema “Vendrá el otoño a demostrar…”, en el que haces caminar el relato mirando a un lado el otoño y al otro la vida, poniéndole el mismo tiempo al otoño en relación con las otras estaciones y a la vida cuando los tendones se resiente y peligra el equilibrio. En ambos casos, podríamos aplicar el final de tu poema:


“y la conciencia sabe 

que ha pasado lo peor 

y que la muerte está cercana.”


Uno de los poemas en los que he percibido más profundidad, más mística y más contenido lírico es el que comienza diciendo: “Fuego sin combustión…”. Con fuego comienzas y con fuego terminas, para dar cabida en su interior a las palabras y al tacto del amor.



Continuo esta carta desde Pamplona, después de haber leído tu poemario “Después de la quimera”, publicado en 1996, eso creo.


No recuerdo otro libro tuyo de poemas que hubieras prologado. Por eso, me ha extrañado encontrarme esas líneas. En ellas, y me alegro, hablas de la poesía y dices que es la máxima expresión de la palabra escrita. Estoy de acuerdo, Iñaki, y me alegro que no anticipes nada de lo que vamos a encontrar en el libro. Nos has dejado el camino abierto para interpretar, para creer que entendemos, cuando no entendemos nada. Ese juego con la poesía me gusta.


El volumen está ordenado en cinco libros en cuyo título sí podemos intuir el tema sobre el que te has volcado en los poemas que le siguen.


Así, en el primero, “De la facultad de disentir”, los poemas en los que manifiestas tu opinión sobre lo constituido, sobre todo aquello que nos encontramos en la época que nos tocó vivir, sobre lo que teníamos que haber echado abajo, el BOE, los mandones, los segundones, los inocentes sumisos, las celebraciones y la ceguera que nos impedía no solamente ver, la justicia.


Hablando de la justicia y de los abogados, me gusta tu opinión sobre el valor de la palabra de los abogados que, en mi opinión y experiencia, extienden con toda su verborrea a algunos espacios de su vida privada, pero, sobre todo, me impacta la figura del Santo Cristo, tan cerca de testigos y togas. Creo que la utilización por parte del Estado, del poder, de las imágenes sagradas en los lugares en los que se han cometido equivocaciones o se han perpetrado injusticias, ha contribuido, durante muchos años después, al despegue de las creencias.


En el segundo libro, “De la facultad de amar”, nos ofreces poemas inesperados. Claramente, no son poemas de amor, románticos y almibarados. En todos ellos está tu visión ácida, tu denuncia de la falsedad, como haces en el poema “Preconciliar” Falsedad de expresiones negando el deseo, cargándonos de vergüenza por los orgasmos, especialmente en el ámbito de la mujer. Por otra parte, cómo pedirles un acto de valentía cuando la presión mediática y, sobre todo, religiosa, era tan condenatoria.


En el tercero, “De la facultad de no estar”, tu poema “El coro de los tibios” expresa en pocas palabras la medianía de la tibieza: podemos ir derrotados por el mundo, en harapos, porque alguien se compadecerá de nosotros, pero no podemos quitarnos esos desechos y caminar en desnudez, siendo nosotros mismos, porque escandalizaremos a la beatitud y podemos perdernos del todo. A fuerza de taparnos, de escondernos, ni siquiera a la muerte nos entregamos desnudos. 


Enlazo el mensaje de la tibieza con el final de tu poema “No saber”. Nos ponemos tales vendas y barrotes, sin que nadie nos encarcele, que podemos:


“vivir como los pájaros 

que vuelan sin saberlo.”


Te confieso que muchas veces me pregunto si alguna, una sola, de mis ideas ha servido a alguien o para algo. Por eso, me reconozco (que es una de las virtudes de la poesía) en el final de tu poema “Todo el que ensaya …”:


“.. un exceso de ideas 

sin bolsillos para llevarlas.”


También te digo que me he parado y he vuelto sobre los últimos versos de tu poema “Reclamaciones a la historia”, porque es cierto que la muerte se lleva todo de nosotros, aunque me aferro al pensamiento de que algo de mí quedará, tras mi partida, en los momentos en que los más queridos me recuerden:


“Morimos tiernos y últimos 

no sólo solos sino despojados.”


En el libro IV, “De la facultad de seguir mirando”, me he parado en tu poema “Dios bendito”. Tengo que decirte que me ha dejado un poco “tieso” por lo descarnado de la crítica, por tu visión diseccionadora de las situaciones y las posiciones de Dios, de vencedores y vencidos, con un final difícil de olvidar:


“Es el Dios 

que justifica cualquier crimen victorioso


el único que apoya a los dos bandos en lucha 

y se queda con la piel de los vencidos 

sin rematarlos por piedad.”


En el quinto, “Libro del entorno vivo”, me he detenido en todos los poemas porque son el retrato más crítico y, en algunos momentos, más bello, de nuestras costumbres en las fiestas mayores.


En el poema “Encierro”, leía tus palabras y veía la carrera, la multitud, como tú dices inescalable, pero sobre todo veía a los toros, naufragando de gentío. Expresiones que te hacen ver las cosas de forma diferente, pensamientos para ayudarte a pensar más hondo.


Valoro tu respeto al santo y todavía más tu crítica a todo lo que le acompaña, las autoridades de todo tipo, los que desfilan mirando si les ven suficientemente, todo lo que tiene de medieval y montaje. No te imaginaba escribiéndolo de otra forma.



Bueno, Iñaki, voy a dejarlo por el momento. Sé que será difícil recibir una respuesta por tu parte, pero si estoy equivocado, tal vez quede una oportunidad, pero aún no.


Pamplona, abril de 2021

Isidoro Parra.





Comentarios

Entradas populares