CARTA ABIERTA Nº 4 A JOSÉ SABORIT.


Buenos días, José.


Vamos con la cuarta carta. Hoy quiero hablarte de tu libro de poemas “La misma savia”, que fue XXX Premio Unicaja de poesía y publicado por Pre Textos en 2016.


Después de leer los poemarios sobre los que te he hablado en mis cartas anteriores, tengo que confesarte que la experiencia habida con esta lectura ha sido algo más desigual a lo largo de las horas que me ha llevado.


Lo más directo sería decirte que me ha costado encontrar al José Saborit que esperaba. Esa ha sido mi primera sensación, la que me ha generado la lectura de los primeros poemas. Pasados esos momentos, esa idea ha sido sustituida por otra: la de que estaba descubriendo otro Saborit, algo más complejo, que me forzaba a emplearme más a fondo, a detenerme más, a intentar descubrir nuevas formas, nuevos caminos de expresión.


No tengo ni idea, realmente. Todo esto que te cuento puede ser solamente un fruto efímero de mi confusión, de mi ignorancia, pero como tampoco te mando esta carta a tu dirección personal, ni está escrita de puño y letra, me siento más libre para decir lo que realmente he vivido.


Muchos días pienso en la dificultad de leer poesía y me pregunto las razones por las que me atrae tanto. Es como cuando éramos jóvenes. Te gustaba algo más la chica que más se te resistía. Esa dificultad le añadía interés a la aventura.


Después de lo dicho y antes de entrar a comentar algunos de tus poemas, tengo que decirte que la lectura final de tu libro me ha generado plenitud y satisfacción, me ha confirmado la conexión que puedo establecer con algunos de tus mensajes y me he quedado con la impresión de haber pasado unas horas con una obra impecable.


Creo que solamente un pintor poeta o un poeta pintor puede escribir un poema como “Tiempo amarillo”. En otro caso, sería imposible imaginar esa combinación de colores, esa superposición del amarillo sobre el blanco, esa forma de manchar el blanco con palabras sueltas que se entrelazan y toman un vuelo propio. Y qué decir de esos matices como “amarillo solar” y, sobre todo, “amarillo tiempo”. Tanta alabanza me cabrea un poco. Tal vez sea momento de quitarte algo de mérito, porque cómo no te vas a percatar, poeta, de esos matices que te aporta el pintor.


Me he sentido identificado en parte de esas vivencias, al fin, cuando he leído tu poema “Lectura”, esos momentos de alejamiento del mundo que tan bien retratas, especialmente en ese final:


“Pienso que si me quedo 

inmóvil y respiro 

muy poco y muy despacio, 

puedo permanecer 

toda la eternidad aquí leyendo.”


¿Nos arrastra la espiral de silencio que se esconde en un cielo vacío?. Son palabras tuyas que viertes en ese desierto de nubes y claridades que has dibujado en tu poema “Letanía en blanco”, para después de sembrar la duda de nuestro destino, así lo he leído, dejarte abrazar por la esperanza de que “el infinito cabe en cada curvatura de tu viva pasión interrogante”.


Con el mensaje de que “la nitidez nos ciega” das comienzo a tu poema “Presbicia” para seguir tu camino a través del tiempo en el que dices que “nos vamos alejando de nosotros, de aquellos que ya fuimos”. Al final, después de recorrer tantos caminos, de ocultarnos tras muchas esquinas, de dormir muchas noches a la intemperie, encontramos la paz en el alejamiento de nosotros mismos:


“Lejanía del sabio que se aparta 

hasta partir de sí, 

hasta dejarse a un lado.”


Nos recomiendas, José, que intentemos aprender la lección mientras la luz, antes de que anochezca, en tu poema “Lección del día”. Es cierto que el día es el tiempo en el que todo nos llega, lo bueno y lo no tanto, lo que nos hace crecer y lo que nos tumba. Estoy de acuerdo, pero creo que no es menos cierto que la noche es también el tiempo del reposo, de la recuperación de los golpes y el descanso de las sonrisas, aunque cuando los vientos vienen enredados, tanto la noche como el día, pintan grises y terrosos.


“No despiertes, … no inicies, … cierra tu paso, … no rompas, … detente, …”. No sé si voy a poder seguir todos los consejos que nos brindas en tu poema “Semilla”. De momento, me quedo con el último, el más personal, el que rompe las corazas y llega a mi ser: “Aprende a amar tu todavía no."


He leído varias veces tu poema “Cezanne”. No tengo claro si he captado algo o nada, pero su lectura, y eso me basta, me sugiere paz, aislamiento, soledad con la naturaleza en la búsqueda de la trascendencia.


Leyendo tu poema “Capas” y releyendo todo lo que le dices, no estoy muy seguro de que lo cuentas no sea tuyo, puede no serlo nunca o serlo siempre, quieras o no quieras, quiera ella o no quiera.


Me pregunto si nos conduce a algo recorrer y volver a recorrer, en el pensamiento y los recuerdos, los caminos y bifurcaciones y las decisiones tomadas y vividas que retratas en tu poema “Orgullo”. En ocasiones, cuando rastreo en mi memoria y me pongo pesado con mi propio pasado pienso que todavía hemos de aprender mucho en eso de pasar página.


Tu poema “La misma savia” que da título al libro me recorre de pies a cabeza y me sugiere momentos en los que es bueno y necesario aceptar la obediencia, el acuerdo con eso de lo que va la vida.


Cuando me quedo mirando los cipreses de mi Monasterio de la Luna, siempre pienso en conceptos como eternidad, firmeza, bienvenida, acompañamiento. Ahora que he leído tu poema “Cipreses” me planteo, por primera vez, la posibilidad de que un día puedan morir y me quedo triste, pero también me hace plantearme la vida de cada uno, su propia finitud.


Resistencia es lo que leo que respira cada verso de tu poema “Aún más vida”, resistencia que nos debe alentar a sostenernos en pie ante el vendaval de cada día, ante lo irremediable del vivir y los embates de ese mar que nos agrede desde las afueras.


Durante toda mi vida he conservado prendas de mi padre y de mi madre, y ahora de mis hijos. Es cierto que ya no me pongo, las perdí hace ya muchos años, las prendas de mi padre, pero sigo poniéndome, ahora que están lejos, las chaquetas de punto de mis hijos. Cobijarse en prendas de los que quieres, es estar más cerca de ellos, tenerlos presentes. Todo eso he vuelto a vivir con tu poema “La camisa del padre”.


Giro y giro de la vida, vuelta hacia arriba y hacia abajo, hacia lo que habla con el aire y hacia lo que se arropa en la tierra, hacia todos los puntos cardinales, giro incesante, al fin, de la naturaleza y de los sentimientos que reconocen las distancias, la vida, lo que respira tu poema “Tiempo vegetal”.


Da la impresión que estuvieras huyendo de forma constante en tu poema “Nubes de noche”. No sé dónde te llevarán tus pasos, pero, de momento, te han dejado inmerso en la labor de hacer poesía.


Siguiendo con la poesía, al final de tu poema “Poética con naranjas” te preguntas “dónde germinarán los poemas que ahora escribes”. Yo creo que germinarán en tu próximo poemario.


Me ha encantado ese juego que relatas entre tu mirada y la otra, entre lo real y lo que se ve, eso si hay algo que sea solamente real. De ese poema, “Ver”, permíteme, José, que reproduzca esos versos que me ponen en un estadío de dificultades para interpretarlos, pero que me parecen bellos, muy bellos:


“Si ver es haber visto y si lo visto 

impregna cada cosa que se ve 

y en ella reverbera, 

¿cómo saber lo que otros ven 

cuando miran lo mismo que yo miro?

¿Cómo soñar siquiera imaginarlo?

¿De qué hablamos entonces cuando hablamos 

de aquello que inocentemente vemos, 

creyendo que los otros ven lo mismo?.”


No ha sido menos lo que me ha hecho pensar y sentir el inicio de tu poema “Lo que nos abre”, porque me identifico en eso de que nuestro dibujo toma cuerpo entre la nada y los límites, siempre estamos por ahí, moviéndonos inseguros, pero también estoy de acuerdo en que, de esas y otras grietas, nos llegan las llamadas que nos empujan a sobrevivir como fantasmas o, en algunas ocasiones, como seres queridos.


Buscar el sentido de la vida, buscarlo en cualquier sugerencia, en cualquier oportunidad, y si no lo hallamos por completo, al menos, hacernos más humanos, más consecuentes, a veces.


Te has pasado un poco, José, exhibiendo tus sensibilidades de pintor al nombrar los diferentes colores en tu poema “Viaje a la noche”: “… sobrios verdes, … aguadas opacas, casi negras, las tintas del atardecer, … penumbra gris de un doble velo, … azul ultramarino, … tintas escarlatas.”


He leído tu poema “Las manos de mi madre” y ha sido imposible no traer a mi memoria la imagen de mi madre. Ella era dura, sus vivencias la avalaban, eran raros los momentos en que percibías una sonrisa, pocas las situaciones en las que apreciabas que gozaba, pero una de ellas era cuando limpiaba los geranios, cuando su mirada se convertía en un océano contemplando las flores de un jardín.


En “El dibujante de cardos”, he seguido tu camino de pintor y entiendo el mensaje final del poema. Me ha recordado un par de relatos que incluí en mi libro “A vueltas con la belleza”, acerca de cardos en diferentes momentos de su vida cíclica. Mis relatos tenían diferente final, pero todo es posible, todo vale.


Tu poema “Brindis” me ha dejado una sonrisa en la boca y en la mirada que me ha conducido a una atmósfera de lasitud que pacifica y equilibra los cuerpos, que pone cada cosa en su sitio, en esta vida que nos esforzamos en vivir.


Y así, José, llego al final de esta carta. Como ves, para haber tenido dudas al comienzo de la lectura, la recompensa recibida es más de lo esperado.


Te deseo pases una buena primavera, llena de horas de pintura y poesía, en compañía de todos los que amas.


Hasta pronto,



Pamplona, mayo de 2021

Isidoro Parra.



Comentarios

Entradas populares