CARTA ABIERTA Nº 5 A CARLOS AGANZO


Buenas tardes, Carlos.


Acabo de terminar de leer tu libro de poemas “Las voces encendidas” con el que ganaste el XX Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma y que fue publicado en 2010.


Para llegar a él, intentando seguir un orden de escritura cronológica, he tenido que saltar por encima de “Caídos ángeles” porque he intentado comprarlo, pero su precio en librerías de segunda mano es estratosférico. Si tengo oportunidad de sacarlo de alguna biblioteca pública, volveré sobre él más adelante.


No tengo idea alguna del contenido de ese eslabón perdido, de momento, pero tengo que decirte que el salto o cambio que he apreciado en la temática, en el lenguaje y en el tono de estas voces encendidas con relación a “La hora de los juncos” es importante.


Una nota sin importancia, pero que me ha llamado la atención son los títulos de los poemas. En la lectura de los primeros no los he visto; después me ha parecido leerlos al final de cada poema, pero tampoco me he quedado tranquilo porque algunos pies no parecen títulos, son dedicatorias o referencias de otros textos. Ha ido a buscar el índice y he comprobado que los títulos nos existen, dado que están relacionados por la primera estrofa. Así, no estando seguro de si es cierto o no, me he quedado con la convicción de que esos pies de poema son, en algunos casos, títulos; en otros, resumen; en otros de dedicatorias y en otros, pensamientos ajenos que tú has relacionado con el poema. Sea o no sea así, la conclusión amplia a la que he llegado, me ha permitido afrontar la lectura con algo menos de desasosiego.


Ya en el poema inicial creo que has querido marcar las diferencias con tus poemas anteriores, has querido definir lo que podría ser la intención o dirección de los versos que voy a leer. Al repasarlo, me parece que hay algo de confesión, de esa confesión que podríamos hacer todos cuando nos quedamos en segunda línea de los horrores de esta sociedad, sin dar pasos al frente, asumiendo el papel de espectadores. Tal vez por eso, me ha parecido que un poema de este tipo puede llegar a cualquiera que no retire la mirada del papel.


Al ir leyendo los poemas, he apreciado que su contenido llega más allá. He leído poemas de guerras e injusticias, de dolores; poemas de la vida en la noche, poemas de jazz, tan asociado a la noche; poemas de la fría soledad de la noche, siempre amenazante, que solamente salvamos con el asidero de la amistad que, son sus risas y sueños compartidos puede conjurarla por unas horas.


He leído con deleite y seriedad ese primer poema con el que abres las voces, poema en el que enfrentas de diversas formas a la violencia y el horror con la paz; al terror de la destrucción con la construcción del futuro; un poema que acabas con una visión de altura, llena de reconocimiento y esperanza, hacia el pasado. Me gustaría transcribirlo entero, pero tú ya lo conoces. A pesar de ello, por si esta carta cae en manos de alguien que no conoce tu poesía, me voy a permitir transcribir unos versos de la parte central del poema:


“¿O quizás retirarse 

donde habita el olvido 

y dejar para nadie 

versos que ayudan a entender el mundo, 

palabras de consuelo 

para las horas grises, 

retamas de verdad 

en el fulgor incierto de la noche?”


Ante la lectura del poema siguiente en el hablas de los bombardeos de Ramala, me pregunto: ¿Podemos asumir cada uno de nosotros, de forma individual, la culpa de sucesos como éste y con eso basta para nuestra conciencia? ¿No tenemos nada más que decir o hacer?. Qué desolación tan cobarde para todos los contemplativos.


 

Empiezo a leer tus poemas de jazz y de la noche y no puedo dejar de escuchar la música de Chet Baker o Coleman Hawkins, algunos de mis preferidos, desgarrando largas notas por la soledad que nos asedia.


Retratas la noche como muchos solitarios la hemos vivido, pero me gusta que siempre encuentres unos versos para dejar colgada la confianza en la salida:


“¡Tan inmenso consuelo 

la voz en esta incierta 

parcela clandestina de la noche!”


He leído hasta memorizarlo la última parte de ese poema tuyo que identificas con un desvelo con música, esa cascada de deseos que a todos nos gustaría suplicar de los demás:


“de no apreciar la auténtica 

vocación del silencio; 

de presentir tan sólo 

el rastro de una voz 

que perdida quedó en la madrugada:

…”


Y a pesar de esos deseos, de esas peticiones atendidas por esas voces, los que sabemos de soledad, reconocemos esa cautela, ese reconocimiento de que “A la puerta golpean/la soledades el miedo y la intemperie”, aunque nadie los oiga cuando está en amigable compañía. Ellos acosando y nosotros alerta.


También he releído varias veces ese poema tuyo que comienza “Sabía que esos ojos…” y no porque no me haya gustado o no haya entendido lo que mi mirada ha visto. Al principio, me quedaba un tanto inquieto porque me cuesta leer que se maldice a la belleza. No me cabía otro tipo de maldición que la que se usa para maldecir en ocasiones al amor, a la amistad, al sol que se oculta, al alba que no llega. Al final del poema, esa bendición, para mí, le ha dado todo el sentido al poema, aunque entre maldición y bendición también haya sufrimiento:


“Bendita la belleza que regresa 

hasta el primer albor de la inocencia.”  


Creo, sinceramente, que en este libro has tocado los palos que nos hieren o que nos hacen vivir: las guerras, los horrores, la soledad, la noche, la amistad, el amor, la palabra, su poder de denuncia y de defensa.


Gracias por estos poemas. Has cumplido lo de dejar poemas, pero con una salvedad: no es cierto que sean para nadie, son para los que saben y quieren leerlos.


Hasta pronto.


Pamplona, abril de 2021.

Isidoro Parra.

 

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