CARTA ABIERTA Nº 2 A JOSÉ SABORIT


Buenos días, José.


Entiendo que en una segunda carta no se deben introducir más explicaciones previas ni insistir en las incluidas en la primera. Así que entraré más rápido en el contenido del segundo poemario que leo escrito por ti: “Con los ojos de nadie”, tu libro publicado más recientemente.


En tu primer poema me he quedado algo más de tiempo que el que cuesta leerlo un par de veces. Me he quedado a vivir en ese “Ahora” sin pretender apresarlo, sin intentar hacerlo memoria, pero, te lo confieso, intentando prolongar lo que es imposible, el ahora de estar leyendo ese poema.


“Con los ojos de nadie” se pueden imaginar muchas vidas, muchos momentos, muchos colores, pero, si pudiera elegir, me gustaría mirarme con los ojos de la luz para intentar disolver mi propia memoria.


Qué forma tan natural de ir llenando tu sombra, mientras caminas a lo largo de tu vida, hasta convertirla en una posada para todo y para todos, tan abierta que parece escuchar ese silencio transparente por el que transitamos.


Me han atrapado las sombras, y los encuentros de tu orquídea y del mármol de tus suelos, ese juego de guiños entre la luz y la acumulación amable de las siluetas. Ligereza, belleza, vulnerabilidad y desamparo, encerrados en ese momento transitorio, frágil, a merced del sol y del ahora.


Al leer tu poema “Aquí, ahora”, he pensado un rato en las bifurcaciones que enfrentamos en la vida, en la decisión que tomamos en cada momento y, es cierto, que la decisión tomada ha determinado lo que ahora somos, el lugar al que hemos llegado. Ay!, si pudiéramos desandar el camino y tomar una decisión diferente en un momento de nuestro pasado, ¿dónde estaríamos ahora?, ¿seríamos diferentes o los mismo en un lugar diferente, tal vez peor?. Cuando, en ocasiones, pienso en el camino recorrido, veo ante mí un mapa con diferentes destinos, pero la vida es la que es y nadie cambiará lo que somos. De todos modos, estoy contigo que ese recorrido de bifurcaciones tomadas y desechadas elevan a la categoría de enigma nuestro discurrir por la vida.


No sé si mi cara, tras la bruma del espejo me dice adiós o se oculta, mientras puede, para no verme.


He deambulado por el camino de deseos que recorre, de arriba a abajo, tu poema “Vertical”. Lo he leído deteniéndome en parte del recorrido que haces por tu cuerpo y tu existencia. Varias son las interpretaciones y diferentes la mirada de cada uno a sí mismo. En tu poema, abierto a diferentes miradas, percibo un caudal inagotable de deseos, una insatisfacción, una necesidad de hacerse uno con esa respiración que nos recorre.


Dedicas varios poemas a la palabra o al mensaje “Caminar”. En el primero de ellos, describes la cadencia de posar un pie tras otro en el camino, la ligereza del viaje, dices que la alegría es pasar y reflejas la vida en cada paso y en el siguiente. En el segundo, insistes en el ritmo y sus consecuencias, en el ritmo que nos abre, en la respiración que borra los contornos y la asfixia del yo mismo, para acabar afirmando que Caminar es el ritmo que nos salva. Hay un tercer poema, titulado “Autorretrato”, que yo he incluido en este grupo porque su primera palabra es CAMINAR, en el que el paso toma otra gravedad porque lo haces autor de los dibujos que traza en su deslizarse en silencio. Déjame reproducir el final:


“Y que sea el dibujo imaginado 

quien impulse el andar, 

quien oriente la ruta, 

quien sostenga la vida


camino de sí misma.”


En tu poema “Ante una pintura” giras tu mensaje en torno a la palabra DETENER o DETENERSE, que abre las puertas a quedarse, a meditar, a bajar la velocidad, a mirar con detenimiento y, como dices, mirando cómo crece todo lo que se aquieta. He pensado en su contenido y creo que, cuando uno se detiene, baja su ritmo y sus ansias, lo que realmente crece es LA MIRADA. Me quedo con los últimos versos:


“Quedarse, nada más.


Ver qué pasa 

cuando nada se mueve.”


He leído tu poema “Desde la orilla” y no he podido evitar que tus versos traigan a mi memoria dos poemas: “monotonía de lluvia tras los cristales”, de Machado, y “a qué vienes ahora, juventud…”, de Gil de Biedma. No sé por qué, pero así ha sido y, como no nos conocemos, me siento más libre al decírtelo. No veo ninguna copia, … es el aire, la cadencia.


Al leer tu poema “Ellos” he pensado que sería bueno que, de vez en cuando, dejáramos hablar libremente a los cuerpos, cerrando nuestras bocas y mirándolos en silencio y en la media distancia.


No solamente tu poema “Versos”. Todos tus poemas me llegan como dices, “con ciega puntería/los versos en tu oído.”


Ese amanecer, pleno y suficiente, como una creación, es el que he visto retratado en tu poema “El ojo gira”, todo lleno de esperas y esperanzas.


A lo largo de estas lecturas, me ha parecido ver que los títulos de tus poemas tienen una relación muy directa y plena con el contenido de los mismos. Uno puede mirar del título a los versos o de los versos al título y encontrarse en el mismo plano.


Mucha calma y equilibro es lo que respira, para mí al leerlo, tu poema “Mientras”.


Respeto, afecto y un gran regalo el que haces a Francisco Brines en tu poema “Edad”. Estrechamiento, cercanía llegando a una nueva etapa, relacionados con el aumento de la velocidad, de la cantidad o del caudal, elección y aceptación para que el corazón que está a la escucha, pueda persistir a la espera, en abandono, y con ello conseguir los frutos imprevistos del asombro.


Hasta aquí, José. Como podrás apreciar, acertada o equivocadamente, he caminado tus poemas con la sensación de prolongar un poco mi vida, que no es poco.


Si consigo alguno de tus libros anteriores, me sumergiré en ellos y te contaré lo que me han hecho sentir.


Gracias y un saludo,


Pamplona, abril de 2021

Isidoro Parra. 


 


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