CARTA ABIERTA Nº 7 A IÑAKI DESORMAIS.


Buenos días, Iñaki.


Hemos amanecido en medio de una mañana espléndida, en la que el sol luce, como se diría en mi pueblo, por todos los costados. El amanecer, perdón, el alba, ha llegado despacio y me ha recordado algunos de tus poemas. Su claridad borrosa me ha ido reconciliando, poco a poco, con el día que me esperaba.


Con ese ánimo, he pensado que era el momento de dirigirte esta carta que, salvo error de repaso por mi parte, será la última, aunque esto nunca se sabe porque de la misma forma que hago con otros poetas, pasado uno o dos años de su lectura, retomo sus libros y siempre encuentro un matiz, muchas veces en doble sentido: en algunas ocasiones no acabo de entender el por qué de un subrayado o de una nota en un poema, hechos en la lectura previa; en otras, no acabo de entender mi despiste anterior al no haberme fijado en unas palabras colocadas como en un misterio que trasciende el propio significado de cada una de ellas. Te prometo que si me ocurre algo de esto, te volveré a escribir, te amenazo.


Hoy quería hablarte de tu libro “El Yelmo de Mambrino” que fue Premio a la creación literaria en 1997.


Cuando vi el extenso y profuso prólogo que se incluye, escrito por Juan Ramón Corpas, tomé la decisión de afrontar la lectura de la siguiente forma: primero, leer los poemas; segundo, tomar mis notas y apuntes con una segunda lectura y, por último, leer el prólogo de Corpas.


Después de todo lo que te he dicho, y no quiero repetirme mucho, no quería hacer ningún comentario condicionado por las manifestaciones del prologuista y, por otro lado, yo no iba a escribirte sobre el estilo, ni la estructura, de los poemas. Mi idea era y es otra: desde un plano personal, escribirte sobre lo que he sentido, lo que me han sugerido algunos de tus poemas.


Sin más preámbulos, salvo el de decirte que me parece uno de tus libros más completos y variados, paso a hacerte algunos comentarios.


No sé si los poetas lo hacéis a propósito, en un estudiado cálculo marketiniano o es algo que me pasa a mí, cuando inicio la lectura de un poemario, pero el primer poema siempre me parece especial: o lo habéis colocado para dejar al lector atado al libro o soy yo el que espero que ese primer poema me sorprenda y me desvele el sentido total del libro, la intención que barre los versos.


En este caso, “Alerta roja” es como un campo sembrado de muchas y sorprendentes imágenes: “el desperdicio surge en plena gloria… / … estar de viaje destroza las ideas… / … pájaros persiguiendo a las ballenas … / … alerta roja/al fin el cazador cazado”. Por no reproducir el poema entero, he citado éstas, pero no me resisto a reproducir estos versos:


“el bello impala desgarrado 

por los perros y gatos de la selva 

la luz del día se hace muerte en la negrura 

las ciudades se encienden como teas colgantes”


Me ha parecido percibir un cambio sustancial en tu forma de expresar tus ideas, un crecimiento del lenguaje y una sutileza nueva que impregna las líneas. Hay una atmósfera del caos que presencias, en el que no puedes dejar de vivir pero tampoco no comentar. Parece que estés obligado, por algo muy profundo, a contarnos lo que ves.


Qué pesadez la que sentía San Lorenzo, esperando el tueste final en su parrilla, que liviandad pensando en lo que iba a evitar: horas y horas, papeles y papeles, charlas más o menos interesadas para alcanzar la canonización.


Volvemos a disfrutar de las imágenes de los contrarios en ese recorrido que haces en tu poema “La espalda del laberinto” desde las hamburguesas al cliente, desde la minifalda a los mirones y vuelta, desde la cerveza al “vater” con la ayuda de la vejiga, de las fotografías al original, pero me ha parecido que todo lo resumes en esos versos en los que retratas a las flores angustiadas en un “exceso de vacío”.


Hay una presencia inmisericorde, poderosa, de la mujer a lo largo del tiempo en tu poema “Propiedad horizontal”. Es igual que esté serrando el pan o removiendo los nidales o refunfuñando amor o muerte a gritos. Siempre es nuestro timón y nuestra linterna.


Me ha parecido que tu poema “Horror al prójimo” ha surgido de tu rebelión personal ante el mundo, ante la vida, ante la mala educación o ante la educación falsa. Ese día no habías gozado del alba. Así lo he entendido en ese final poderoso, lleno de significados:


“horror a aterrizar 

sin ser de tierra”


¿Cómo se puede acabar un poema con un final tan rotundo?. Me refiero al resumen de la monotonía de la vida, a la grisura que nos relatas en tu poema “Evento teatral…”:


“costumbre de no ser 

y estar en todo”


Te aseguro, Iñaki, que a partir de hoy, además de buscar la luna en el cielo, lo haré también en las ventanas. He pensado que puede ser interesante intentar adivinar si la luna establece diferentes diálogos con cada uno de nosotros en función de su reflejo en los cristales. Gracias.


A mí también me gustaría aceptar la lluvia o cualquier otra amenaza si estuviera seguro de que llega igual para todos, para ricos y pobres, pero me temo, Iñaki, que los ricos tendrán paraguas nuevos, más amplios y más impermeables. Por su parte, los pobres, si los tienen, tendrán alguna varilla rota o su tela estará roída por los ratones de la miseria. Cuesta aceptarlo.


Después de leer tu poema “Rien ne va plus”, he pensado en el juego, en los dioses y en las filias, en nuestras capacidades de vencer nuestras tendencias más personales, más dañinas para nosotros y los otros. Por mucho que pienso, no encuentro al dios en el que confíe para que pueda ayudarme a salvar tantos obstáculos. Me confieso pecador.


Siempre he dudado en mis preferencias, pero después de leer tu poema “Jueces”, creo que me va a dar igual si el juez que me toca es viejo o joven. Por una razón o por otra, los dos van a estar cansados y habrá que celebrar que su fallo no sea una hecatombe.


A ti te duele igual el primero que el último crimen. A mí me dolió el nacimiento y me dolerá la muerte, estoy seguro. Los principios y los finales que se unen como todos los extremos. 


Te elevas varios niveles y tomas una distancia casi sagrada para emitir algunas sentencias:


Nunca sabrás cuál de tus sueños 

provocó el castigo 


los sueños fueron 

y el castigo está”


Si no intuyo de forma errónea tu mensaje, nos estás diciendo que no miremos mucho hacia atrás, que no busquemos culpables, que dediquemos todas nuestras energías a reconocer lo que nos rodea y que trabajemos en buscar una salida. Así lo he leído.


Me ha costado varias vueltas a las mismas líneas y creo que sigo sin entender el inicio de tu poema “Ensayos con la muerte”:


“Al final 

sólo puedes morir si amas la muerte”


Mi resistencia a aceptarlo viene de mi propia idea de la forma en que creo afrontaré o me gustaría afrontar mi muerte. Me parece difícil llegar a amarla, pero me parece más fácil aceptarla, saber que llegará y que de nada servirá resistirse, enfrentarla ni intentar que renuncie; solamente creo en la posibilidad de no morir en el recuerdo de los que amé; solamente me gustaría mirarla de frente, desentrañar su condición de siervo o de amo.


También le he dado vueltas a ese final de tu poema “Suicide”:


“en mi no busques 

soy tan veraz 

que no tengo ni huella”


El querer pasar desapercibido, el reconocimiento y aceptación de nuestro yo, la levedad de nuestro paso por el mundo, la carencia de todo, caminos que nos deberían llevar a corregir un poco cada día, no mucho, no lo imposible, nuestro camino.


¿Quién no ha sentido el dardo que te hiere cuando te acercas, con la mejor intención, a proponer un cambio, una decisión, un cambio de actitud? ¿Quién no ha sentido el desdén y el rechazo del poderoso cuando llevas en tu voz el sentir de todos los oprimidos? Posiblemente, todos, pero pocos lo han expresado tan bien como tú en tu poema “Matar al mensajero”.


Nos pasamos la vida sirviendo y casi nunca siendo, como expresas en tu poema “Erosión animal”. Siempre servimos. Tienen que pasar muchas noches por nuestros sueños, muchas albas sobre nuestras esperanzas, muchas heridas en nuestra piel, tenemos que perder casi todo el pelo y nublar nuestra mirada para encontrar el ser en el silencio que ya necesitamos, en ese silencio del que no queremos huir, esa soledad que nos ayuda a crecer, a ser.


No he podido evitar leer y releer y sonreír y pensar y esponjar mi piel y mis ojos al leer tu poema “Esclavitudes y memorias”, porque es cierto que, en cierta medida, somos esclavos de nuestra memoria. Recurrimos más a ella para fustigarnos que para sonreír. No nos enseñan o no hemos aprendido a poner distancias entre el pasado y nosotros, pero creo que es un camino que deberíamos iniciar aunque nos cueste esfuerzo llegar a la ansiada sombra del reposo y el reconocimiento. 


No han sido sonrisas, han sido carcajadas, lo que me ha provocado tus versos sueltos: 


“Algunos 

sólo se sienten vivos cuando no entienden”


No sé si tiene algo que ver con ello, pero siempre me ha parecido que los simples, los que nada se plantean, son mucho más felices y, además, en muchos casos, desprecian a los que sufren y , por supuesto, tampoco los entienden.


Me he sentido retratado en muchos versos de tus “Palabras de oficina”. No en vano, he pasado 48 años dejando jirones de vida en sillas y mesas de oficinas. Grisura que tuvimos que hacer necesaria para la vida.


Para finalizar, Iñaki, tengo que decirte que en tu poema “Chernobyl”, que he leído dos veces, me ha parecido que volvías a tu lenguaje más críptico, más hermético y más relacionado con la vida diaria, pero, al final, me ha parecido que en este poema largo, pero no pesado, has utilizado también un lenguaje mucho más poético, y no menos duro por ello. Has utilizado imagines y adjetivos que definen en toda su crueldad y realidad a situaciones, decisiones y personajes.


Iñaki, me cuesta acabar, pero no quiero hacerlo sin decirte que, de habernos conocido, hubiéramos celebrado este libro con el mejor caldo de mi bodega y habríamos empleado varias horas de varios días en derivar palabras de cada pensamiento que nos has dejado en estas páginas.


Gracias, un abrazo y hasta pronto.


Pamplona, abril de 2021

Isidoro Parra. 





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